lunes, 13 de agosto de 2012

La muerte es parte del negocio

Foto: Marilina Calos
La muerte es parte del negocio

En los campos de Soja de Sudamérica se usa un herbicida, que fue usado en una formulación parecida durante la guerra de Vietnam. Las consecuencias: abortos involuntarios, niños que nacen con malformaciones genéticas y una tasa de cáncer elevada. Los vecinos están luchando, pero a veces son amenazados. Una visita al centro de la producción sojera de Argentina.

Por Romano Paganini*

La joven mujer esta sentada en el andén de una estación de tren abandonada y esperando hasta que los dos estudiantes terminen de preparar su cámara. Hace frío ese domingo por la mañana en Ibarlucea, un pueblo entre campos de soja y las Villas de Rosario. Pero Lucila Algrain está hoy aquí por su hijo de 5 años pese al mal clima. “Vivo hace seis años enfrente de un campo de soja y sabía que los agroquímicos que tiraban eran malos para el medioambiente”, dice la mujer de 35 años. “Pero no tenía claro cuáles podrían ser las consecuencias para los seres humanos.” Los dos estudiantes asienten, pero no llegan a preguntar nada, Lucila Algrain no es la primera vez que cuenta que dio a luz a Juani en la mitad de 2007 y que nació con una malformación en el celebro y por eso anda en silla de ruedas. El médico no le pudo decir exactamente cuáles fueron las razones. Lo único que pudo afirmar es que no se trataba de una enfermedad hereditaria.

Después de un tiempo y charlas con los vecinos, Lucila se enteró que Juani no era el único que tenía problemas de salud. “Tuve contacto con mujeres estériles, vecinos con cáncer, una chica de 12 años con leucemia. Nos informamos, discutimos y la conclusión fue: No puede ser una casualidad.” Finalmente los vecinos se fueron a la Municipalidad para reclamar y pedir una distancia mínima de cien metros entre los campos de soja y las zonas habitadas – lo que se está cumpliendo recién desde hace  poco más de un año. “Estoy convencida”, dice la profesora de las ciencias de la educación, “que el problema de Juani viene de los agroquímicos, pero no tengo evidencias.” Luego se levanta, pregunta a los estudiantes qué fue lo que esperaban e insiste que no tiene evidencias. Los estudiantes asienten de nuevo. Están filmando un documental sobre las consecuencias del boom de Soja en la Provincia de Santa Fe, el centro de plantación de soja en Argentina. Son consecuencias que muy poca gente conoce.   
Esa es una de las razones del porque la gente asociada a la agrupación llamada “Pueblos Fumigados” comenzó su campaña de información en Ibarlucea. Alrededor de 25 habitantes vinieron a la estación de tren, entre ellos Lucila Algrain, que está calentándose sus manos con el mate. A pesar del frío y la llovizna hay buena onda en la ronda. En las pausas entre charla y charla se sirven pizzas caseras. Una pregunta queda flotando en el centro de la reunión: ¿Qué se puede hacer? “Lo importante es que la gente se junta”, afirma Fernando Albrecht de “Pueblos Fumigados”. “Sólo cuando se actúa juntos, se puede lograr algo.”
Albrecht exige en Ibarlucea, lo que exigen los “Pueblos Fumigados” desde hace años: que en la agricultura no se usen más agroquímicos. “Nadie le preguntó al pueblo si está de acuerdo con los agroquímicos. No fue una decisión democrática, sino una decisión autoritaria.” En la estación abandonada de Ibarlucea no sólo se trata de debatir sobre los transgénicos, sino también y en especial, sobre los derechos básicos en una democracia. “Los ciudadanos deben desarrollar nuevamente su autoconfianza para expresarse libremente”, dice Albrecht.     

Una legumbre se convierte en capital
La soja transgénica implica para Argentina lo mismo que el cobre para Chile o el petróleo para Nigeria: mucha plata. En 2011 se ganaron alrededor de 11 billones de dólares con la venta de la legumbre – más que nunca. La mayoría de la soja argentina se envía a China para la alimentación de chanchos y a Europa – también a Alemania. En realidad, la soja transgénica nunca fue pensada como alimento, sino como capital.  Capital que hoy día cubre más de la mitad de la superficie de la tierra fértil del país.
Sólo hace unos dieciséis años atrás, la soja casi no tenía ningún impacto en la Argentina. Se cultivaba trigo, maíz y girasol. Recién en 1996, en el mismo año cuando la soja transgénica fue implementada en el mercado estadounidense, los campesinos locales se empezaron a interesar por esta “planta útil”.
Foto: Marilina Calos
Disparador fue como en América del Norte la multinacional Monsanto. La empresa de EE.UU no sólo trajo las semillas de los organismos genéticamente modificados (OGM) al Río de la Plata, sino vino con un plan elaborado. Su soja sólo se vendería con el glifosato de nombre comercial Roundup,  un herbicida que se usó desde la década de los setentas.
Al mismo tiempo, llegaron nuevas tecnologías al mercado con las cuales se pudo trabajar más rápido y generar más dinero. Monsanto no sólo visitó a los productores del país, sino también a los estudiantes de las facultades. Les demostraron a través de estudios de laboratorio propios, que el glifosato no tiene ninguna consecuencia negativa. Es más, el Glifosato, les dijeron a los futuros ingenieros agrónomos, ayuda a mejorar las ganancias. Monsanto transformó en pocos años al país conocido como el granero del mundo, en un laboratorio de soja transgénica. Las verdaderas consecuencias de este modelo productivo se ven ahora, después de más de una década.
Por restarle importancia a los impactos que el herbicida glifosato podía causar, los productores lo usaron como agua y entraron en un círculo vicioso. Porque después de un tiempo, las malezas se volvieron resistentes al Roundup convirtiéndose en supermalezas y los productores tuvieron que aumentar las dosis del glifosato o mezclarlo con otros agroquímicos más fuertes. Dentro de los más venenosos se encuentran: Paraquat, Endosulfan o 2,4D; el último se usa no sólo para las malezas, sino también para que la semilla madure más rápido.    
No obstante, el 2,4 (Dichlorofenoxiacético como se llama en forma completa) tiene un pasado oscuro porque fue parte de la fórmula del conocido veneno Agente Naranja, que el ejército estadounidense usó durante la guerra en Vietnam. Por el veneno que aplicaron, se cayeron las hojas de los árboles del bosque y los francotiradores pudieron ver dónde se escondían sus enemigos. La guerra en Vietnam terminó oficialmente hace casi cuarenta años. Pero las consecuencias del uso del Agente Naranja se quedaron: suelos contaminados, una tasa de cáncer elevada y niños con malformaciones.
Son las mismas características que se puede observar en la gente que vive cerca de campos con OGMs.

Ofertas dudosas
Otro caso es el de Viviana Peralta que como Lucila Algrain, es vecina de un productor de soja, pero no en Ibarlucea, sino a 200 kilómetros al norte, en la ciudad de San Jorge. Durante el viaje se atraviesan hectáreas y hectáreas de plantaciones de soja y maíz, pasando también galpones, fábricas y publicidades de “AgroSoluciones” o “Turboalimento”. 
San Jorge es una ciudad con alrededor de 25.000 habitantes, varios silos y, obviamente, muchos camiones. Estos son necesarios para que la soja llegue al puerto del Río Paraná y desde allí se la exporte a todo el mundo.      
Viviana Peralta ofrece mate y apunta al otro lado de la calle. A sólo diez metros de su casa el vecino fumigó con herbicidas durante años, tanto con máquinas terrestres como con aviones. En esa época, a Viviana de a momentos se le paralizaban los labios y casi no podía hablar por el veneno. Cerró ventanas y puertas y esperó que la sensación rara se fuera.
Ailén (5) no pudo hacer como su mamá. La hija más joven de Viviana sufrió de tos y de problemas respiratorios. Después de un tiempo Viviana consultó con un inmunólogo de Rosario. Y él le confirmó lo que sospechaba: los problemas de Ailén tenían que ver con la fumigación de agroquímicos del vecino.      
Foto: Marilina Calos
Viviana Peralta habló con el Alcalde de San Jorge, que según ella sólo encogió sus hombros y le ofreció una casa en la ciudad. A la familia Peralta le ofrecieron también autos, estadías en hoteles y remedios, una medida popular en la región para que la gente se calle.
A través del grupo Pueblos Fumigados Viviana se contactó en 2009 con una abogada joven de Santa Fe, que logró una decisión judicial importante para todo el país. El vecino de Viviana Peralta ahora sólo puede fumigar hasta una cierta distancia de la zona residencial, en concreto: 800 metros con la máquina terrestre y 1500 metros con avión. Fue una de las primeras veces que una instancia estatal puso una reglamentación para la fumigación en Argentina. Otros juicios aún siguen sin resolución.
Pero la decisión del juzgado llegó demasiado tarde para Viviana Peralta. Su médico le recomendó que no tenga más hijos. El glifosato ya afectó demasiado su placenta.  

2,4D también para papas y arroz
Si San Jorge no hubiese estado antes de las OGMs en la región, ya hubiese desaparecido del mapa. Aparece como una excepción humana en un mar de soja y maíz transgénicos sin horizonte.
Cerca del centro, en el medio de un barrio habitado, se llenan camiones con soja. El hombre, que está sellando talones de entrega, queda sorprendido de la visita de un periodista de Europa. Se acerca y cuando abre el portón del galpón susurra: “Sólo por unos minutos.” El sabe que no debería hacer eso, pero está entre los intereses de sus jefes y sus vecinos enfermos. “El galpón normalmente está lleno con semillas y agroquímicos”, dice y apunta al centro del galpón, el cual se encuentra vacío en esta mañana. Dos perros de la calle están olfateando y hacen sus necesidades sobre un revoltijo de bolsas de semillas, plásticos y mugre. Huele como en un aula de clase de química de la primaria, la cual el profesor trató de ventilar durante el recreo. En la entrada del galpón se amontonan bidones de agroquímicos vacíos con diferentes colores y nombres, también uno con 2,4D. En la etiqueta está escrita la recomendación para la dosis por hectáreas, no sólo para soja y trigo sino también para papas, arroz y azúcar.
¿Qué daño hacen estos agroquímicos?  
Primero, duda el hombre en responder la pregunta, pero por fin dice: “El productor dice que no hacen ningún daño.” Los bidones están etiquetados con banderas rojas, amarillas y verdes, así se sabe siempre cuales son los productos peligrosos y cuales no.
Fueron estos etiquetados los que causaron la huelga de hambre del Ingeniero Claudio Lowy en el Ministerio de Agricultura hace un año atrás. El advirtió que el contenido de los productos es mucho más tóxico de lo que asevera el etiquetado.
“Acá en el pueblo”, dice el hombre y cierra la puerta del galpón, se sabe que los agroquímicos son tóxicos. “Pero cuando podés elegir entre un trabajo común con un ingreso de 2500 pesos por mes o un trabajo con agroquímicos, en donde te pagan el doble ¿Cuál de los dos elegís?”

Amenazan a los vecinos
Fernando Albrecht de Pueblos Fumigados dijo en Ibarlucea que en la Argentina se ha establecido un sistema de producción con el cual todos ganan, por eso es un tema tan difícil de cuestionar.  Lo llamó también dictadura del mercado, en el cual no hay espacio para otras opiniones. Recientemente amenazaron a un director de una radio local que está criticando los OGMs. A los asociados de Pueblos Fumigados ya les quemaron sus autos, les destruyeron ventanas y también recibieron amenazas de muerte. Pero no sólo eso: las autoridades de algunas provincias, entre ellas Santa Fe, retuvieron manuales de enseñanza escolar en los que se cuestionaron los OGMs. “Y al final se trata de éstos”, dice Fernando Albrecht.  Los OGMs son la base de un modelo de producción que se instaló entre Monsanto y el gobierno neoliberal de Carlos Menem al final de los noventas. “Con los agroquímicos sigue el mantenimiento de este sistema.” 
No sorprende entonces que al estudio de Andrés Carrasco no se le haya dado casi ninguna importancia. El científico de embriones de la Universidad de Buenos Aires confirmó hace tres años atrás que el glifosato podría causar malformaciones en los embriones. Monsanto lo negó. Y el gobierno de Cristina Kirchner no tomó partido al respecto por el beneficio económico que traen las exportaciones de soja.  
Mientras tanto se formó un grupo de oposición en la Facultad de Rosario. Estudiantes y profesores están trabajando en un estudio profundo, en cual han entrevistado desde 2010 alrededor de 40.000 vecinos de campos con OGMs. Los primeros resultados muestran que la gente en la región afectada sufre de una mala funcionalidad de la glándula tiroides, una enfermedad que no tiene ninguna relevancia en el resto del país.     

Foto: Marilina Calos
Dormir al lado de canastos con 2,4D
La última estación del viaje es un restaurante al lado de una estación de servicio, pasando la frontera de la provincia Santiago del Estero. Se muestran los partidos del Champions League de la última noche, cerca de la ventana está Roberto Ríos, que acaba de llegar de una consulta en el hospital. El hombre de 35 años mezcló entre 2001 y 2009 agroquímicos para una empresa local. Y también fumigó, día tras día, con mochilas o máquinas terrestres, pero sin guantes, traje o máscara de protección. “Nadie nos dijo que los agroquímicos eran dañinos para nuestra salud y que nos teníamos que proteger”, dice Roberto. Al principio del siglo, Argentina estaba en una crisis económica y los productores priorizaron el dinero que se llevaban por la cosecha antes que el peligro que ocasionaban los agroquímicos. “El objetivo”, se acuerda Roberto, “fue cada año lo mismo: más ganancia con la misma superficie de tierra.” Roberto durmió durante dos años seguidos junto con otros compañeros en el mismo galpón donde se mezclan los cócteles de agroquímicos – al lado de bidones con Glifosato, 2,4D y Endosulfan. No valía la pena volver a casa por la noche sólo para dormir. “Y la empresa no nos dio otro lugar para dormir.”  
El padre de tres niños viene de una familia humilde y desde su juventud trabajó en la agricultura. No le dio mucha importancia ni al dolor de cabeza ni a los espasmos de sus músculos durante el trabajo. Pero cuando empezó a comer menos, ya no se reconoció en el espejo y de un día para el otro no pudo caminar más, consultó al médico. Tuvo que operarse de su esófago y sus riñones. Además, le sacaron su vesícula. “Los médicos no pudieron decirme que tenía.” Lo que sí le dijeron a Roberto, es que no debe tener más contacto con agroquímicos.
Son agroquímicos que en Europa están prohibidos hace años. Sin embargo, se producen allí: Syngenta en Basilea, Basf en Ludwigshafen en el Rhein o Bayer en Leverkusen. La industria química y farmacéutica no sólo gana plata con la venta de agroquímicos. Gana también si los vecinos de los campos con OGM se enferman y necesitan un tratamiento.

*El autor es periodista de suiza y vive desde 2009 en Argentina. El texto es una traducción del artículo original que fue publicadoen junio de 2012 en el diario “Junge Welt” en Berlín (Alemania). – Colaboración: Eva Cajigas  

4 comentarios:

  1. Muy buen articulo. Lástima que falta el coraje para presentar una solución. Claramente los productores locales cuentan con el apoyo del estado, con la complicidad de empresas europeas (fabricantes). El articulo no muestra una salida. Evidentemente no la hay. Las personas deberían pensar en otra cosa que no sea su bolsillo. Imposible. Prohibir el uso de los agroquímicos sería una opción aunque el problema esta en la conciencia de las personas que los usan y del abuso que hacen de sus empleados o del aire de los vecinos. Pero debería cambiar todo desde el sistema educativo....entre tantos otros millones de cosas que hacen de este país un infierno. Creo que la intención de informar es buena pero ineficiente. Quizá mejor sería poner al final del articulo las instrucciones para la fabricación de una molotov y contar como los estudiantes les enseñaron a los campesinos a luchar contra lo que los mata y no simplemente acercarse para "informar" lo que sucede y volver a sus casas para continuar con sus estudios. Suerte.

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    1. Hablas de coraje y no te identificas?? Hay soluciones una periodista, puede mostrar el problema hay políticos , cientificos y gente especializada para dar soluciones, seguro eres un productos que solo piensa en el bolsillo. Atravete a identificarte.

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  2. Faltan propuestas en la nota, es cierto, pero eso no necesariamente marca que no las haya en la realidad. Una nota no puede abarcarlo todo, informa sobre algo específico e intenta hacer foco en algunos ejes. Coincido con que hubiera estado bueno poner alguito de propuesta pero quizá sea una buena idea para retomar en un nuevo artículo centrado en eso más específicamente. Propuestas existen desde lo legal, desde lo productivo, desde lo cultural, desde lo metodológico e incluso hay erramientas y experiencias. La lucha es política, de modelo, de sistema más que nada y es allí donde hace falta dar el debate y la pelea, la construcción...abrazos

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  3. Muy buen artículo. Gracias por compartir.

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