miércoles, 8 de agosto de 2012

Proyecto Hambre: por Martín Caparrós

Proyecto Hambre (1). Dacca, Bangladesh.                                                                                 Proyecto Hambre (2). Calcuta y su madre.                                                                                Proyecto Hambre (3). Un pueblo indio.                                                                                     Proyecto Hambre (4). Sudán del Sur.

Proyecto Hambre (5)

Por: Martín Caparrós | 08 de agosto de 2012
Madaua, Níger
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Sigo preparando el Proyecto Hambre: ahora en Níger, uno de esos países que aparecen en todas las listas de los más pobres, más sufridos del mundo. Allí pasé unos días en el proyecto que Médicos Sin Fronteras tiene en Madaua, a 500 kilómetros de Niamey, la capital. Allí MSF trabaja con el hospital local para intentar, sobre todo, impedir que los habitantes de la región se mueran de hambre -y las enfermedades que el hambre favorece. Miles se salvan; la semana pasada, dos o tres chicos morían cada día.
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Las había mirado moverse alrededor de esa cama de hospital, mientras  juntaban, lentas, sus dos platos de plástico, sus tres cucharas, su ollita tiznada, su balde verde y se los daban a la abuela. Y las seguí mirando cuando la madre y la tía recogieron su manta, sus dos o tres camisetitas, sus trapos, en un petate que ataron para que la tía se lo pusiera en la cabeza. Me quebré cuando ví que la tía levantaba al chiquito, lo sostenía en el aire, lo miraba con una cara rara, como extrañada, como incrédula, lo apoyaba en la espalda de su madre como se apoyan los chiquitos en África en las espaldas de sus madres –con las piernas y los brazos abiertos, el pecho del chico contra la espalda de la madre, la cara hacia uno de los lados– y su madre lo ató con una tela, como se atan los chiquitos en África al cuerpo de sus madres. El chiquito quedó en su lugar, listo para irse a casa, igual que siempre, muerto.
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Creo que este proyecto empezó acá. Fue hace unos años, un día, en uno de estos pueblos, sentado con Aisha sobre una alfombra de mimbre delante de la puerta de su choza, cuando ella me contaba sobre la bola de harina de mijo que comía todos los días de su vida y yo le pregunté si realmente comía esa bola de mijo todos los días de su vida y tuvimos un choque cultural:
–Bueno, todos los que puedo, sí. A veces no tenemos.

Me dijo y bajó los ojos con vergüenza y yo me sentí como un felpudo, y seguimos hablando de sus alimentos y la falta de ellos y yo, tilingo de mí, me enfrentaba por primera vez a la forma más extrema del hambre y al cabo de un par de horas de sorpresas le pregunté –por primera vez, esa pregunta que después haría tanto– que si pudiera pedir lo que quisiera, cualquier cosa, a una especie de mago capaz de dársela, qué le pediría. Aisha tardó un rato, como quien se enfrenta a algo nuevo.
–Quiero una vaca que me dé mucha leche, entonces si vendo un poco de leche puedo comprar las cosas para hacer buñuelos para venderlos en el mercado y con eso más o menos me las arreglaría. 
-Pero lo que te digo es que el mago te puede dar cualquier cosa, lo que le pidas.
-¿Todo lo que le pida?
-Sí, lo que le pidas.
-¿Dos vacas?
Dice, tímida, y trata de explicarme:
-Con dos sí que nunca más voy a tener hambre.
Era tan poco, pensé primero.
DSC00385 - JPEGEra tanto. 
El Sahel es una franja de más de cinco mil kilómetros de largo –y unos mil de ancho– que atraviesa el África desde el Atlántico hasta el mar Rojo, justo debajo del Sahara. De hecho, Sahel significa orilla –del Sahara. Es una zona árida, medio desierta, chata donde prosperaron algunos de los reinos más poderosos de África: el Imperio Mandingo –o Imperio de Mali–, por ejemplo, en el siglo XIV, cuando los señores de Tombuctú construyeron una de las mayores ciudades de su tiempo gracias al comercio: sal que traían del norte contra esclavos que traían del sur. Ahora cubre parte de Senegal, Mauritania, Argelia, Burkina Faso, Mali, Níger, Chad, Sudán, Etiopía, Somalía y Eritrea. Son más de cinco millones de kilómetros cuadrados, cincuenta millones de personas, ganado flaco, cultivos sufridos, poca industria, poca infraestructura; cada vez más minerales explotables.
El Sahel es, también, la región que le dio otro sentido a la palabra emergencia –que solía usarse para los eventos extraordinarios, inesperados. En el Sahel, cada junio, con toda regularidad, millones de personas se quedan sin comida, amenazan hambruna, pasan hambre.  DSC00288
Cada mes de junio empieza el período que los francoparlantes llaman soudure, los anglos hunger gap y nosotros los hispanos nada porque igual para qué. Aquí en Níger es soudure: son esos meses en que el mijo de la cosecha anterior ya se acabó y el de la próxima recién está asomando. Entonces el gobierno pide ayuda, las agencias internacionales alertan sobre el peligro y movilizan sus recursos, y algunos de esos millones comen por lo menos una vez por día. Aquí, en el hospital distrital de Madaua, MSF ha montado seis carpones esta última semana porque la llegada de chicos desnutridos está superando todas las previsiones. En su centro de tratamiento de desnutridos –Creni–, preparado para internar a unos cien chicos ya hay más de trescientos, y el torrente no para. El año pasado, sobre los 90.000 menores de cinco años que viven en el distrito de Madaua, 21.000 fueron atendidos por malnutrición en este centro y sus satélites: el 23 por ciento de los chicos.  DSC00432
Hussena dice que le parece que debería dejar de tener hijos.
–Ya tuve muchos. Y cada vez me cuesta más. Con la edad…
Hussena está en el hospital de Madaua porque sus mellizas se enfermaron, vomitaban, ni siquiera lloraban. El marabú les dio unas hierbas pero no les hicieron nada; cuando llegaron al hospital respiraban despacio y estaban muy flaquitas. Una de las mellizas se murió ayer a la mañana; ahora Hussena pelea para que la otra sobreviva. Las mellizas Hassana y Hussina habían nacido hace diez meses; eran sus hijos doce y trece.
Hussena dice que nunca pensó que su vida sería así
–Cuando era chica jugaba con esas muñecas de barro y les daba de comer, siempre les daba de comer. Yo creía que iba a vivir así, en buenas condiciones, pero lo que pasó fue esto y ahora lo tengo que aceptar.
–¿Cuáles serían buenas condiciones?
–Tener comida, un poco de ropa, un poco de plata para los gastos.
–¿Y por qué fue así?
–No sé. Mi marido trabaja y trabaja pero nunca llegamos a eso…
–¿Por qué?
–No sé. Me lo pregunto muchas veces, pero nunca sé.
Hussena se casó grande, a los 17 años, con un muchacho que conoció en la boda de una prima: él se pasó la tarde mirándola y al final se le acercó y le dijo que quería casarse con ella. Ella le dijo que hablara con sus padres; él habló. Hussena dice que es mejor casarse así, por elección y no tan chica, que ella sabe. Y que está contenta de haberse casado con ese hombre, pese a todo.
Hussena ya tiene como 45 años, y parió trece veces. Sus tres primeros eran varones y crecieron bien; los cinco siguientes se murieron. Nacían muy débiles, dice, muy chiquitos: no resistían vivir. Cuando murió el tercero las viejas del pueblo le dijeron que era por los partos muy pegados, porque se quedaba embarazada dos o tres meses después del parto y dejaba de amamantar y su bebé tenía que comer otra cosa y se enfermaba y se moría, y porque además con tanto parto Hussena estaba tan débil y tan flaca que cada bebé le salía muy chiquito, muy frágil. Hussena lo entendía, pero seguía quedando embarazada.
–¿Qué pensabas cuando tus bebés se morían uno tras otro?
–No sé, me pregunté por qué dios no quería que mis hijos vivieran, empecé a tratar de no embarazarme. Vino el marabú y me dio un grigrí para que no me embarazara.
El marabú es el sabio musulmán de cada pueblo, el que aconseja, el que dirige la madrassa y, en muchos casos, el curandero –que ahora la corrección política llama médico tradicional–; un grigrí es una cuerda que alguien se ata, generalmente a la cintura, con un trocito de piel de animal o un amuleto de piedra o arcilla, para curar una enfermedad o conseguir algún resultado.
–¿Y eso te impidió embarazarte?
–Sí, impidió.
–¿Por qué?
–Es así. Es nuestra tradición.
Dice, y se ríe. De vez en cuando, Hussena me dedica una sonrisa dulce, leve, con esa compasión con que se mira a los que no terminan de entender las cosas.
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En los doce años siguientes Hussena tuvo seis hijos más, que vivieron. Hasta ayer, cuando murió la sexta, la melliza.
–Con lo difícil que fue ese parto.
Dice, y le pregunto si son más fáciles ahora o al principio.
–No, antes era más fácil, yo tenía más fuerza. Con la edad todo se hace más difícil… Ahora cuando estoy embarazada todo el trabajo me cuesta mucho más.
Dice, y que todos los partos anteriores habían sido tranquilos, en su casa, pero que cuando estaba embarazada de las mellizas, hace dos años, tenía muy poca comida y estaba muy débil y que cuando empezó el trabajo de parto se desvaneció y la trajeron hasta el hospital de Madaoua desmayada en una moto y que por eso se hizo esto, dice, y me muestra bruta quemadura en una pantorrilla:
–Con el caño de escape, me la hice. Eso me pasa por subirme a esas cosas.
Los médicos le dijeron que el problema era que había comido demasiado poco, que por eso las mellizas le salieron tan débiles, y que tenía que alimentarlas bien. Ella decía sí claro sí claro; el día que se iba se animó a preguntarles cómo hacerlo, dice, y le dijeron que tenía que amamantarlas pero que para eso tenía que comer bien, para que la leche le saliera fuerte y mucha.
–Imagínese.
Me dice: dice que me imagine. Que me imagine su zozobra, sus dudas: que ella muchas veces comía menos para que sus chicos no se quedaran sin comer, pero que le dijeron que si comía menos las mellizas se iban a enfermar y que entonces qué hacía.
–¿Qué hiciste?
–No sé, no sabía qué hacer, a veces comía, a veces no. Para lo que sirvió…
Dice, y mira al suelo. En sus brazos, la otra melliza llora muy bajito.
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Proyecto Hambre (1). Dacca, Bangladesh.
Proyecto Hambre (2). Calcuta y su madre.
Proyecto Hambre (3). Un pueblo indio.
Proyecto Hambre (4). Sudán del Sur.
Desgarrador Martín, tremendo, pensar que tenemos funcionarios ricos, presidentes millonarios, integrantes del G7, del G20 y de tantos organismos que podrían evitar esta hambruna. Son unos hijosdeputa, habiendo tanto alimento que se podría distribuir en forma equitativa. Bastaría con una ínfima parte de lo que se gasta en armamento, con una pequeñísima parte de lo que se lleva la corrupción.
Tanta injusticia, tanta impunidad, nada cambia, cada vez todo es peor. Pueda ser que tu esfuerzo y la de tantos más, despierte la conciencia de los que tienen la posibilidad de que el mundo cambie.
Abrazo enorme.
Publicado por: Jorge Daffra

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