viernes, 10 de septiembre de 2010

Malas palabras

06/09/10
Por Miguel A. Semán
A mi tío Fermín lo exhumaron de la Recoleta,
le pasaron un plumero,
lo sentaron frente a un escritorio ministerial,
lo gastaron en tres meses
y lo devolvieron a su tumba,
no sin agradecerle los patrióticos servicios prestados.
         Leopoldo Marechal
           Megafón, o la guerra

(APe).- A los pibes que hoy toman colegios secundarios en la ciudad de Buenos Aires el macrismo quiso imponerles como ministro de educación a un señor que se llama Abel Posse, quien al finalizar los pocos días de su “no mandato” justificó su fracaso diciendo: “No soy político, soy un intelectual”.
No debería llamar la atención, entonces, que desde el gobierno porteño y desde los medios, casi independientes, se reproche a los estudiantes rebeldes su alto grado de politización, como si política fuese el nombre de alguna de esas enfermedades infamantes que a comienzos del siglo pasado todavía provocaban repugnancia y horror.
A veintisiete años del fin de la dictadura, periodistas, docentes, padres y sobretodo políticos siguen mirando a la política con desconfianza. Cada vez que alguien enarbola una protesta, corta una calle o toma una escuela o una fábrica la forma más común de descalificarlo es tildar el reclamo de político e indagar sobre la ideología de los disidentes.
En la última semana periodistas de diversas radios montaron en cólera varias veces al día porque los estudiantes en vez de desvelarse por la nota de matemática o lengua, alzaron los ojos de los libros y los llevaron hacia las paredes y los techos averiados de sus escuelas, hacia las becas impagas y las viandas que no les llegan a los compañeros más pobres.
Al mismo tiempo hombres que hace más de cuarenta años se han ido de las aulas y vaya uno a saber con cuántas materias al hombro, levantan el índice amenazante y dicen que en sus tiempos no había estufas ni ventiladores y nadie se quejaba de nada. No se acuerdan que hace cuarenta años la televisión era en blanco y negro, no había computadoras, la vida se nos pasaba de general en general y nadie se quejaba de nada.
Gobernantes que se supone han llegado al poder haciendo de la política un modo y un medio de vida, en vez de reivindicarla, se indignan de que otros la practiquen y mucho más cuando esos militantes, además de opositores a su pensamiento, son jóvenes y les apuntan a la cabeza con proyectos que van más allá del próximo cuatrimestre.
Cuando los adolescentes, con sensatez y claridad, dicen: “Todos tenemos conciencia de que se trata de un problema político al que hay que darle respuestas políticas” (Florencia Sacarelo, presidenta del Centro de Estudiantes del Normal 5 de Barracas), ministros y secretarios se escandalizan como si fueran monjas, maldicen al cielo y reclaman hogueras para los desobedientes.
Cuando ellos y yo íbamos a la escuela los colegios secundarios eran casi cuarteles, casi cárceles y casi monasterios. El nivel de enseñanza no era mejor que ahora. San Martín cruzaba la cordillera con cara de viajar en la proa de un transatlántico, Perón era innombrable, Evita una puta y Sarmiento un pelado al que nadie quería parecerse. Y nosotros, los educandos, éramos una manga de timoratos que no nos atrevíamos a decir más que “Buenos tardes, señorita” a la vestal de turno, y nuestra mayor hazaña consistía en escribir malas palabras en las paredes del baño cuando nadie nos veía.
Hoy los adolescentes se han vuelto visibles. Los reclamos legítimos abandonaron la clandestinidad del baño. El ejercicio del poder produce poderes inclasificables y a nadie le importa demasiado el teorema de Pitágoras. El aprendizaje aspira al dominio de materias más trascendentes que las que figuran en los planes de estudio. Y ya no se trata sólo de aprobar o quedarse. Tampoco es un problema de ladrillos o de viáticos. Es mucho más profundo. Se trata de las malas palabras de costumbre: política, solidaridad, compañerismo. Las palabras que todos tenemos derecho a pronunciar como si recién llegáramos al mundo y a partir de nosotros empezara todo.
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El inspector Clouseau ataca de nuevo

09/09/10
Por Alfredo Grande
(APe).- Cuando Peter Sellers inmortalizó al inspector Clouseau en La Pantera Rosa, lejos estaría de suponer que la saga se desarrollaría en la provincia de un país de la Sudamérica. Como las segundas partes nunca fueron buenas (quizás con la excepción de un segundo matrimonio, que para que sea mas bueno, todavía mejor detenerlo en pareja..) este inspector Clouseau no es gracioso, de tonto no tiene nada, no tiene torpeza mental ni manual pero le sobra perversidad moral, y como si fuera poco, ha hecho una alianza duradera con los sectores mas reaccionarios de “la” provincia. En las tierras de un Patti o de un Aldo Rico no puede esperarse demasiado, y es cierto que comparado con la picana, cualquier trompada parece una caricia.
Ver nota completa en APe
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Chile al revés

08/09/10
Por Carlos del Frade
(APe).- En un comunicado de prensa que deja enana a cualquier imaginación de novelista extraviado se puede leer esta fenomenal postal del desprecio: “A la opinión pública nacional e internacional, nosotros los Presos Políticos Mapuche menores de edad, recluidos en la cárcel de menores CERECO CHOL-CHOL, Luís Marileo Cariqueo, Cristian Cayupan Morales y Jose Ñiripil Pérez, queremos dar a conocer lo siguiente: nos sumamos a la huelga de hambre que mantienen los Presos Políticos Mapuche recluidos en las cárceles de Temuco, Concepción, Angol, Lebu y Valdivia, la cual suma hasta el día de hoy mas de 51 días de ayuno”, apunta el principio del documento.
Ver nota completa en APe.

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