domingo, 19 de diciembre de 2010

Luna de Soldati

Por Silvana Melo
(APe).- Apenas un encendedor corta la oscuridad. Una luna flaquita, en creciente, no aporta mucho para que ella tenga alguna certeza de que las sombras que van y vienen, las corridas y los tiros no vayan a rozar a sus criaturas. Las sostiene entre los brazos, las manos como tenazas. No tiene leche para darles. Y sabe que en cualquier momento deberá correr, con la traba de sus polleras, y cargarlas como se pueda. No sabe de quiénes tiene que huir. Pero deberá correr. Con la angustia de que no habrá una casa donde entrar y cerrar con llave y resguardarse en un calorcito que es propio.
Esa noche hubo muertos. Ella vivía entre cuatro chapas alquiladas en la Villa 20 y le dijeron que loteaban el Parque Indoamericano. Si al final era un basural. Un depósito de autos viejos. Un pastizal de ratas y mosquerío. Si loteaban había que estar, elegir un lugar y sentarse a esperar. Llevarse una lona y armarse un techito, hasta que empezaran a construir. Nadie tiene casa por ahí. Había que apurarse.
No sabe qué pasó de pronto. Cuando aparecieron las hordas armadas. Cuando la policía empezó a tirar desde el puente. Y cayó el marido de su vecina. Y la mujer que vivía cerca de su casilla. Y ella corrió, corrió con sus cachorros alzados y tapadas las caritas con sus manos que parecían veinte manos pero eran dos, sólo dos para cuidarlos de las piedras y las balas.En la Villa 20 viven unas 25 mil personas en casillas de cuatro por cuatro. Pagan 700 pesos de alquiler. Se les va el ingreso en la renta. Hacinados, enfermos, atrapados por la telaraña política y criminal, saben que jamás saldrán de allí. Viven junto al cementerio de autos de la Policía Federal. La mayoría de los chicos tienen altos niveles de plomo en la sangre. Nacieron de padres que vivían en una villa. Y sus hijos acaso mueran de viejos o de un balazo en los mismos pasillos, pateando una pelota contra un paredón. Soñando con ser Carlitos Tévez y aferrarse a un rayo de la luna esquiva y bajarse en otro mundo.
Alguien apareció en la semana y les dijo que lotearían el Parque Indoamericano. Les cobró por parcelas que son fiscales. Y ellos fueron en catarata a ocupar el lugar para que otro no se lo birlara después. Todo lo que creen propio es así: arrebatable en las primeras de cambio. Hubo un plan para construir 1.600 casas y nunca se levantó una sola. El gobierno de la Ciudad ejecutó apenas el 16,8% del presupuesto para vivienda previsto para 2010. El gobierno de la Ciudad no mira hacia las villas. No las ve. Están definitivamente excluidas, caídas de la capital esplendorosa de Puerto Madero. Pero existen. En los arrabales del oropel. Como símbolo atroz de la desigualdad.
Cuando empezaron los tiros empezó a correr. Tiene la cara redonda y oscura. Con los ojos pequeños y la palabra corta. Se llevaba los críos bajo el brazo. Corría y por su cabeza desgranaba las fotos de su historia. El hambre en Bolivia, el cruce de la frontera, la búsqueda de un lugar en el mundo, la llegada a la capital. Donde están la vida, las cámaras, dios.
Las villas y los asentamientos crecieron, según el censo de octubre, un 50% desde 2001 en la Capital Federal. En los asentamientos la mayoría son migrantes de los países vecinos. Si en diez años la marginalidad brutal y la carencia de una casita donde asentar los huesos a la hora de descansar aumentaron exponencialmente el Estado fracasó. La política fracasó. Y la lógica de dominación que necesita de excluidos fuera de toda estructura engorda victoriosamente como el rey Minos en el corazón del laberinto.
Hay catorce villas y 57 asentamientos. En total son 150 mil personas. Es el 5 por ciento de la población porteña.
Ella corría en la noche, bajo la lucecita avara de la luna en creciente, con las criaturas atenazadas contra su cuerpo. Ella es parte de la "inmigración descontrolada" a la que Mauricio Macri culpó de todos los males, incluida la delincuencia y el narcotráfico. Arrastrado por su propia ideología berlusconiana, lepeniana y bebedora del Tea Party norteamericano, no dudó en ser vocero de la xenofobia propia de la sociedad porteña, de legitimarla y encenderla hasta que muchos vecinos de Soldati se sintieran libres de emprenderla a pedradas contra los ocupadores de una tierra que no es de nadie.
Mientras ella corría en su propio desbande, esquivando los cascotes y escondiendo a sus hijos de la balacera el Estado se hacía añicos. La policía Federal tiró y se fue, mandada por nadie, con una autonomía que hiela la sangre. Y que deberán explicar sus responsables políticos nacionales, defensores a mansalva de una fuerza brutal y represora que disparó en Soldati y se hizo la distraída cuando una patota mató a Mariano Ferreyra. Entre las atrocidades más recientes.
Los punteros y barrabravas, delincuentes armados y legitimados por las dirigencias deportivas y políticas más encumbradas del país, golpearon, quemaron las carpas y las flacas pertenencias de los despojados, echaron a las ambulancias e impusieron su propia ley en un terreno que fue otro mundo, otro planeta, donde no quedó una mísera garantía en pie. Eran punteros macristas, kirchneristas, duhaldistas. Todos enviados por alguien. Buscando sembrar un caos sistemático y estratégico.
Mientras, Mauricio Macri se negaba rotundamente a dialogar con los pobres y los bolivianos. Y Cristina Fernández mantenía un silencio inexplicable. Con tres muertos o cuatro o quién sabe cuántos (¿alguien sabrá dónde fue a parar el cuerpo de chico arrancado de la ambulancia del SAME y linchado por decenas de patoteros? ¿alguien sabrá realmente si hubo tres, cuatro, cinco o seis muertos si son pobres, morochos, sin domicilio, sin documentos, sin identidad?). Con el incendio a unas decenas de cuadras CFK montó su celebración del Día de los Derechos Humanos cuando se violaban, a esa hora exacta de la historia, todos los derechos humanos posibles. Con el Estado en retirada. Con el histeriqueo político en el gran escenario de los medios y las redes sociales. Con Eduardo Duhalde pidiendo “orden” desde los Estados Unidos. Con el Gobierno desconfiando de su propia policía, a la que enalteció desde hace años y hoy descubre brutal y oscura.
Mientras tanto ella sigue huyendo de los golpes y las pedradas, en medio de la noche más noche. Corre en los arrabales de donde no podrá escapar. Ella y sus niños aferrados a sus polleras verdes y rojas, están condenados al desamparo transgeneracional, al uso y descarte, al ghetto de la miseria.
Si la luna es piadosa y le derrama un hilo de luz en la frente, le verá los dientes apretados. Cuando llegue el día, tendrá que buscar otra casa debajo del cielo.

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CARTA DE UN MAESTRO DE LA ESCUELA 15 - SOLDATI
de NINGÚN PIBE NACE CHORRO, el Viernes, 10 de diciembre de 2010 a las 16:31
   ...Con infinita rabia y profundo dolor quiero compartir algunas palabras sobre lo que está pasando a pocas cuadras de la escuela donde trabajo.
  No puedo hacer análisis macroestructurales ni quiero despotricar contra el fascista infradotado, simplemente contar que allí están, bajo toldos deshilachados y tapados por los mosquitos y el fango, las familias de tres alumnas mías.
  Melanie reaparece hoy en la escuela, después de una semana, y me cuenta que su mamá y su papá, costureros de 20 horas por día, decidieron ir por un pedazo de tierra porque ya no aguantan más pagar el alquiler de $800 por las dos míseras piezas del hacinamiento donde viven con sus 5 hijas en la Villa Cildáñez. Dice que el dueño les cobra además $10 por cada día que se atrasan en la renta. "Y encima dice que es cristiano", sentencia.
  Mónica me cuenta que su madre resistió todas las tinieblas de la noche desde el viernes en la precaria carpa que se armó con sus manos de obrera. Ayer no durmió bajo la lona: se la prestó a otra madre que aguantaba el viento con su niña aferrada al pecho. Y hoy en la clase Mónica nos pregunta a todos, juro que textual: "yo no entiendo porqué la policía en vez de estar defendiendo a la gente se dedica a perseguir y matar a sus hermanos".
  Aylén ya no tiene miedo. Está acostumbrada porque los domingos recibe el amanecer en La Salada, contando las monedas que le dejó el fin de semana. Siempre callada, hoy se desviste las vergüenzas para explicarnos que no hay robo y sí necesidad.
  Melisa cuenta que en esos terrenos del Parque hace años que hay olor a muerto. Suele ella encontrar algunos huesos y más de una vez tuvo que escapar del horror de los cadáveres. Varios dicen que sí: todos saben que allí descartan los fiambres chorros y yutas. Ese baldío, cementerio del fin del mundo, es el "espacio público" que los hipócritas dicen defender.
  Kevin nos cuenta, casi entre lágrimas, que desde su terraza de la villa 20 quiso ver, pero no pudo: lo cegó el humo de la furia y la represión.
  Los demás escuchan, preguntan, comprenden porque viven igual. En medio de la intensa charla, Nicole se hace una pregunta sincera: "Yo no sé si esa es la manera de conseguir una casa". Y Ariana impecable, vocera de muchos, comparte: "Yo tampoco sé si es la manera, pero lo que es seguro es que no lo hacen porque les gusta si no porque no les queda otra. ¿Qué harían ustedes si no tienen lugar donde vivir con sus familias?". Y vuelvo a jurar que el parlamento es casi textual.
  Esto es algo de lo que pasó en el aula de quinto de la escuela 15 hoy por la mañana. 
  Y esto es también algo de lo que no pasó: ninguno le echó la culpa a los bolivianos, ninguno se quejó porque sí paga sus impuestos, ninguno temió porque le vayan a ocupar también el Parque Avellaneda, ninguno pensó que hay "vecinos" por un lado y "usurpadores" por el otro, ninguno pidió la policía para sentirse más tranquilo.
  Eso es todo. Gracias por dejarme compartirlo.

 
Horacio

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