miércoles, 25 de septiembre de 2013

La muerte natural

Por Martín Caparrós / http://blogs.elpais.com/pamplinas/2013/09/la-muerte-natural.html


Lo que más me impresiona es cuando algo ya no me impresiona. O me impresiona todavía pero a muchos otros no. Digo: cuando algo que supo sernos realmente ajeno se nos vuelve propio; eso que ahora llaman naturalización.
Lo pensaba porque leía, en la revista Semana, de Colombia, una entrevista con un tal Popeye.
La revista lo presenta como “el único sobreviviente de los grandes sicarios de Pablo Escobar”: lo llama sicario, acepta la idea de que son los propios asesinos los que se ponen nombre, y ese nombre nunca es asesino. Sicario, entonces, habla: se había pasado 23 años en la cárcel, estaba por salir en libertad, quería contar su historia –su versión de la historia. La entrevista no aparece firmada: Semana es, todavía, uno de esos pocos medios que mantienen la idea de que quien escribe es el medio, no cada uno de sus empleados.
El tal Popeye empieza por decir que es muy creyente: que siempre ha creído que el destino de cada uno está en las manos de Dios. Pero no explica por qué ese dios en el que cree hizo un destino como el suyo: el de un señor que, cuando le preguntan a cuántos ha matado, trata de ser preciso: “Yo personalmente creo que alrededor de 300. Pero he participado y coordinado alrededor de 3.000 muertes”.
La entrevista sigue y vale. El tal Popeye dice que “Pablo Escobar era un genio, tal vez un genio del mal, pero en todo caso un genio”, y que él llegó a creer que era inmortal y que el día que lo mataron fue el más triste de su vida. Y después, para acabar con las maledicencias, que Escobar no era un asesino: “Él no era un asesino. Yo creo que él no mató a más de 20 personas en toda su vida”.
Porque hacía matar, que es más elegante. El periodista anónimo le pregunta cómo fue que Escobar dio la orden de asesinar policías de Medellín a dos millones de pesos colombianos –unos mil dólares– por cabeza.
“Eso fue una reacción cuando la Policía le mató a su cuñado, Mario Henao. (…) Una vez estábamos en una finca en Monte Loro. El patrón tenía sus aberraciones y le gustaba mucho el lesbianismo. Había organizado una sesión con el equipo de básquetbol femenino departamental y estábamos en eso cuando llegaron los helicópteros artillados de la Policía y empezaron a disparar. El patrón, siempre tranquilo, dijo calmadamente: ‘Nos vamos’. Pero Mario dijo: ‘Yo quiero correr fresco, me voy a echar un duchazo’. Se metió en la ducha y el techo era de zinc y lo acribillaron desde arriba. (…) El patrón quería tanto a Mario que se derrumbó cuando se enteró de la muerte. Al otro día nos citó y nos dijo: ‘Vamos a matar policías. Eso es mas útil que matar jueces porque finalmente son ellos los que nos llevan donde los jueces’. Y nos dio la tarifa: dos millones por policía, tres por sargento, diez por teniente, 30 por mayor, 50 por coronel y 100 por general”.
“¿Y usted a cuántos policías mató?”, le pregunta el periodista. “Yo directamente a unos 25. Pero yo dirigía casi todos los operativos y yo creo que en total matamos unos 540”, dice Popeye, como quien dice llueve.
La entrevista abunda. El tal Popeye cuenta cómo y por qué Pablo Escobar le ordenó matar a su novia –y que él, por supuesto, obedeció. “Ella se llamaba Wendy Chavarriaga. Era una mujer muy hermosa, podía ser una reina de belleza. Ella había sido novia del patrón, pero quedó embarazada y para él la familia era sagrada. Un hijo fuera del matrimonio era impensable. Entonces la hizo abortar a la fuerza y a partir de ese momento ella decidió vengarse. Como yo la había conocido, nos encontramos una vez en una discoteca, comenzamos a salir y nos enamoramos. Como al patrón había que informarlo de todo, le pedí permiso para ennoviarme con ella, me lo dio, pero me dijo que tuviera cuidado. (…) Pero resulta que ella en su obsesión de vengarse del patrón por haberle hecho perder el niño se volvió informante del Bloque de Búsqueda. Y el patrón, que tenía su servicio de inteligencia por todas partes, llegó a grabarle una conversación en la cual ella estaba hablando con un tipo que tenía contactos con la DEA. El patrón me llamó, me puso el casete y me dio la orden. ‘Popeye, vaya y mátela’. Como las órdenes no se discutían, me tocó. Usted no sabe lo que es matar a una persona a la cual uno adora”, dice el tal Popeye.
Él sí lo supo, y sabía que la obediencia vale más: enseguida cuenta cómo su patrón también le ordenó matar a su mejor amigo. Fue por un asunto de dineros desviados: ese Quico Moncada le estaba robando a Escobar preso y Escobar no podía permitirlo. El tal Popeye recibió la orden y se fue a cumplirla: “En el mundo de los bandidos las órdenes no se discuten. Uno se aprieta el corazón, hace lo que le dicen y sigue pa’ delante”. No le fue tan difícil, dice: “En el mundo nuestro uno siempre está listo para esas cosas. Cuando uno es bandido, la muerte le puede llegar en cualquier momento. Uno tiene una preparación para eso diferente que el resto de la gente. Yo esposé a Quico y lo bajé al sótano. Él era muy varón y lo único que me dijo era que si podía leerle algunos salmos de la Biblia antes de disparar. Conseguí la Biblia y le leí todo lo que me pidió y después de eso le metí un tiro”.
El tal Popeye tiene su orgullo: dice por ejemplo que no es cierto que hayan quemado vivos a unos enemigos que mataron, ni que se los hayan dado de comer a ciertos perros: “Eso es mentira. Nosotros somos sicarios profesionales, no caníbales. La verdad es que hicimos una hoguera enorme para quemar los cadáveres. Eso duró toda la noche y se veía desde Medellín. Quemar cadáveres toma mucho tiempo y después de toda la noche quedaban algunos restos. Esos los picamos con una maceta y los echamos en ácido. No quedó nada”.
La entrevista insiste varias páginas más: no tiene desperdicio. Pero el punto ya está hecho: el tal Popeye habla de un tiempo y un lugar donde la muerte estaba tan naturalizada que ya no impresionaba: era un gaje del oficio. Y así lo cuenta, todavía.
Se equivocó: lo dijo en una sociedad donde esa muerte abunda todavía pero ya no parece natural, una sociedad que trata de cambiar. Es fuerte el desfasaje. Cuando se publicó, días atrás, la entrevista, hubo clamores y algún juez descubrió que “las cuentas estaban mal hechas” y que el tal Popeye no tenía que salir libre todavía. Sigue preso.
Las fábulas –cuando los hombres hablan– tienen moraleja. Aquí la moraleja es ésta: lo que un día resulta natural puede volverse muy extraño cuando se lo mira con alguna distancia.
Hoy parece normal, mañana no. Cualquier parecido con nuestras realidades no es casualidad: solo exageración, cuestión de magnitudes.

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