Martina y el Bicentenario 03/03/10Por Oscar Taffetani
A Ofelia, niña grande, por sus historias bien contadas
(APe).- El 21 de mayo de 1960, Valdivia y todo el sur chileno temblaron con un terremoto que no pudo ser registrado por las cámaras web (ya que no existían), pero que causó incontables muertes y desolación. En Bahía Blanca, puerto de la pampa sin altitudes ni olas ni peligros, se movían los edificios más altos, se desprendían algunas tejas y ladrillos, y eso era la señal de que “había terremoto en Chile”. Ofelia cerraba los ojos y tal vez rezaba. Después, nos decía a nosotros, a los niños que cuidaba, que algo malo le habían hecho los hombres a la Tierra, allá en su Chilito, para que la Tierra se enojara de este modo. Medio siglo después, el sentimiento y el pensamiento popular no son muy distintos, acerca de lo que pasa en el planeta. Algo le han hecho los hombres a la Tierra. Y la Tierra contesta.
Aquel terremoto del ’60 arrojó un saldo impreciso de tres mil muertos y dos millones de damnificados. Los últimos sismos, los de la semana pasada, llevan una cuenta provisoria de 800 muertos y un cómputo parcial de dos millones de damnificados.
¿Esperaba Chile algo así, en el año del Bicentenario? Tal vez. Como esperan siempre los chilenos los sorpresivos mensajes que manda la Tierra (en las islas del sur, es común colgar un bong o una campana en el centro de la plaza, para dar aviso de tsunamis, de incendios y derrumbes).Sugestivamente, entre las realizaciones previstas, para 2010, con motivo del Bicentenario, está la Red Nacional Sismológica de Vigilancia Volcánica. No sabemos si alcanzó a concretarse antes de esta última catástrofe (a juzgar por la desesperada demanda de los alcaldes y gobernadores, la red de vigilancia aún no está funcionando).
Otros proyectos de Chile para el Bicentenario (la lista es de cincuenta) son el Corredor de los Libertadores (ruta CH-60), el Eje Bicentenario-Concepción, el Parque Bicentenario de la Infancia y la Red Digital Rural. Algunos, todavía pueden cumplirse. Otros, obviamente, no se cumplirán.
“Niña héroe en Juan Fernández”
Su nombre es Martina Maturana, tiene 12 años y vive con su familia en la caleta Robinson Crusoe, uno de los pueblos del archipiélago de Juan Fernández. La isla de Martina lleva el nombre de Robinson Crusoe porque es el sitio en donde el marino Alexander Selkirk vivió y sobrevivió cuatro años sin ayuda, en el amanecer del siglo XVIII. El relato del marino inspiró a Daniel Defoe para escribir su popular novela. En el pueblo de Martina hay una plaza y en el centro de esa plaza las autoridades colgaron un bong para dar aviso en caso de emergencia. Luego de enterarse, por su abuelo que estaba en el continente, del terremoto en Concepción y Bío Bío, la niña corrió a la plaza e hizo sonar el bong, despertando al pueblo y haciendo correr la voz de alarma, para que los pobladores se alejaran de la costa y treparan a las montañas. Gracias a la iniciativa de Martina -leemos en los diarios de Chile- se evitaron cientos de muertes en la caleta Robinson Crusoe y los villorios vecinos.
Ningún hombre es una isla
La novela Robinson Crusoe (el segundo libro más impreso en el mundo, después de la Biblia) lleva la marca de la burguesía en ascenso, conquistando y colonizando el planeta. Se trata del hombre solo, librado a su suerte y dependiendo únicamente de su capacidad e ingenio para sobrevivir.
Mucho tiempo antes de que apareciera Robinson Crusoe, el clérigo y poeta inglés John Donne escribió su memorable Meditación XVII, con breves y muy sabios versos: “Ningún hombre es una isla, / librado a sí mismo. / Cada uno es una pieza del continente, / una parte del todo. / Si un terrón le es arrebatado por el mar, / Europa queda disminuida. /…/ La muerte de cualquier hombre me empequeñece, / porque yo soy parte de la humanidad…”
Una lección que queda, para los habitantes de Juan Fernández y alrededores, más allá del marketing turístico y de la imagen comercial de las islas, es que el hombre solo, el hombre-Robinson, ese hombre insolidario que piensa sólo en su bienestar y su propio beneficio, nos conduce inexorablemente a la catástrofe, en escala local, regional y global. Martina, en cambio, todas las Martinas, aunque no lleven ese nombre, son la esperanza de un mundo comprometido y solidario, un mundo que toma iniciativas con el corazón, antes que con la cabeza, para ayudarse y ayudar a sus semejantes (incluso a los semejantes, bueno es aclararlo, que son diferentes).
Las minas de cobre de Chile, cuya parálisis alarmó a las bolsas del mundo el sábado 27 de febrero, retomaron la producción 24 horas después. No había tiempo que perder. Las Olimpíadas de Invierno de Vancouver, en el Pacífico norte, tampoco se detuvieron por la tragedia ocurrida en el Pacífico sur, y se clausuraron con pompa y luces el domingo. El tictac de la ganancia, el reloj de Robinson Crusoe, no se podía parar.
Si otro nombre decidieran poner a la plaza de la Caleta Robinson Crusoe, alguna vez, debería ser el de Martina Maturana. Si otro nombre decidieran poner al Parque Bicentenario de la Infancia, en Chile, debería ser el de Martina Maturana. Porque la única forma de prevenir las grandes o pequeñas catástrofes que nos depara el mundo Robinson, pensamos, es decidirse a compartir el mundo, más pequeño y solidario, de Martina Maturana.
A Ofelia, niña grande, por sus historias bien contadas
(APe).- El 21 de mayo de 1960, Valdivia y todo el sur chileno temblaron con un terremoto que no pudo ser registrado por las cámaras web (ya que no existían), pero que causó incontables muertes y desolación. En Bahía Blanca, puerto de la pampa sin altitudes ni olas ni peligros, se movían los edificios más altos, se desprendían algunas tejas y ladrillos, y eso era la señal de que “había terremoto en Chile”. Ofelia cerraba los ojos y tal vez rezaba. Después, nos decía a nosotros, a los niños que cuidaba, que algo malo le habían hecho los hombres a la Tierra, allá en su Chilito, para que la Tierra se enojara de este modo. Medio siglo después, el sentimiento y el pensamiento popular no son muy distintos, acerca de lo que pasa en el planeta. Algo le han hecho los hombres a la Tierra. Y la Tierra contesta.
Aquel terremoto del ’60 arrojó un saldo impreciso de tres mil muertos y dos millones de damnificados. Los últimos sismos, los de la semana pasada, llevan una cuenta provisoria de 800 muertos y un cómputo parcial de dos millones de damnificados.
¿Esperaba Chile algo así, en el año del Bicentenario? Tal vez. Como esperan siempre los chilenos los sorpresivos mensajes que manda la Tierra (en las islas del sur, es común colgar un bong o una campana en el centro de la plaza, para dar aviso de tsunamis, de incendios y derrumbes).Sugestivamente, entre las realizaciones previstas, para 2010, con motivo del Bicentenario, está la Red Nacional Sismológica de Vigilancia Volcánica. No sabemos si alcanzó a concretarse antes de esta última catástrofe (a juzgar por la desesperada demanda de los alcaldes y gobernadores, la red de vigilancia aún no está funcionando).
Otros proyectos de Chile para el Bicentenario (la lista es de cincuenta) son el Corredor de los Libertadores (ruta CH-60), el Eje Bicentenario-Concepción, el Parque Bicentenario de la Infancia y la Red Digital Rural. Algunos, todavía pueden cumplirse. Otros, obviamente, no se cumplirán.
“Niña héroe en Juan Fernández”
Su nombre es Martina Maturana, tiene 12 años y vive con su familia en la caleta Robinson Crusoe, uno de los pueblos del archipiélago de Juan Fernández. La isla de Martina lleva el nombre de Robinson Crusoe porque es el sitio en donde el marino Alexander Selkirk vivió y sobrevivió cuatro años sin ayuda, en el amanecer del siglo XVIII. El relato del marino inspiró a Daniel Defoe para escribir su popular novela. En el pueblo de Martina hay una plaza y en el centro de esa plaza las autoridades colgaron un bong para dar aviso en caso de emergencia. Luego de enterarse, por su abuelo que estaba en el continente, del terremoto en Concepción y Bío Bío, la niña corrió a la plaza e hizo sonar el bong, despertando al pueblo y haciendo correr la voz de alarma, para que los pobladores se alejaran de la costa y treparan a las montañas. Gracias a la iniciativa de Martina -leemos en los diarios de Chile- se evitaron cientos de muertes en la caleta Robinson Crusoe y los villorios vecinos.
Ningún hombre es una isla
La novela Robinson Crusoe (el segundo libro más impreso en el mundo, después de la Biblia) lleva la marca de la burguesía en ascenso, conquistando y colonizando el planeta. Se trata del hombre solo, librado a su suerte y dependiendo únicamente de su capacidad e ingenio para sobrevivir.
Mucho tiempo antes de que apareciera Robinson Crusoe, el clérigo y poeta inglés John Donne escribió su memorable Meditación XVII, con breves y muy sabios versos: “Ningún hombre es una isla, / librado a sí mismo. / Cada uno es una pieza del continente, / una parte del todo. / Si un terrón le es arrebatado por el mar, / Europa queda disminuida. /…/ La muerte de cualquier hombre me empequeñece, / porque yo soy parte de la humanidad…”
Una lección que queda, para los habitantes de Juan Fernández y alrededores, más allá del marketing turístico y de la imagen comercial de las islas, es que el hombre solo, el hombre-Robinson, ese hombre insolidario que piensa sólo en su bienestar y su propio beneficio, nos conduce inexorablemente a la catástrofe, en escala local, regional y global. Martina, en cambio, todas las Martinas, aunque no lleven ese nombre, son la esperanza de un mundo comprometido y solidario, un mundo que toma iniciativas con el corazón, antes que con la cabeza, para ayudarse y ayudar a sus semejantes (incluso a los semejantes, bueno es aclararlo, que son diferentes).
Las minas de cobre de Chile, cuya parálisis alarmó a las bolsas del mundo el sábado 27 de febrero, retomaron la producción 24 horas después. No había tiempo que perder. Las Olimpíadas de Invierno de Vancouver, en el Pacífico norte, tampoco se detuvieron por la tragedia ocurrida en el Pacífico sur, y se clausuraron con pompa y luces el domingo. El tictac de la ganancia, el reloj de Robinson Crusoe, no se podía parar.
Si otro nombre decidieran poner a la plaza de la Caleta Robinson Crusoe, alguna vez, debería ser el de Martina Maturana. Si otro nombre decidieran poner al Parque Bicentenario de la Infancia, en Chile, debería ser el de Martina Maturana. Porque la única forma de prevenir las grandes o pequeñas catástrofes que nos depara el mundo Robinson, pensamos, es decidirse a compartir el mundo, más pequeño y solidario, de Martina Maturana.
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