lunes, 14 de septiembre de 2009

Altamiro y la mala suerte


Mitad crónica mitad ficción... Altamiro es inventado pero existe bajo muchos y diferentes nombres...



Altamiro venía castigado desde chiquito. 48 años de carnet y 65 a la vista, por dentro, según los datos que consignan varios análisis médicos, podrían ser, con un dejo de piedad, 75. Algo doblado, pelos caídos desde el centro de la cabeza hacia los costados como chorros de barro. El rojo de sus órbitas oculares aprieta la oscuridad de sus pupilas. De nadie en especial, todos los días desde nacido, recibe su porción de desdicha sin falta ni previo aviso. Ayer volvió del campo como todas las tardes, cansado y confundido. Esta vez su abatimiento no fue por el exceso de trabajo o por haber tocado sin guantes maquinaria con pesticidas. Le dolía la cabeza y el patrón le dijo, seguro de que sería por la borrachera de la noche anterior y que el empecinado negro negaba: aflojale al tinto que te va a matar. Si fuera eso patrón, contestó para nadie el peón, con palabras tan débiles que apenas pudieron llegar al viento norte y caliente de esa pampa seca. Palabras amarillas entre pastos amarillos, nadie las vio.
Hace veinte días que el hospital de Hersilia comenzó a atender los primeros casos de Dengue, sin sospechar qué era. Dicen que adentro, en algún escalón de la burocrática salud, alguien alertó. Pero qué va a ser, le dijeron coros de gordapolvos blancos y celestes, según el rango.
¿Cómo podría pasarnos a nosotros, que somos tan buenos y estamos tan lejos del norte pobre?
Cuando empezaron a llegar en masa al hospital, los repetitivos sintomatizadores de la enfermedad, fue la primera alerta. Se llamó a la provincia y días después los expertos en salud llegaron.
Para esos días, el negro Altamiro ya no era dueño de sus huesos. Ni cuando cambiaron, con la cuadrilla, dos mil metros de postes en un día estuvo tan dolorido. Él, que no sabía de anatomía, estaba aprendiendo a identificar su esqueleto. El dolor enseña, diría algún cura, pero Altamiro había perdido la religión cuando le negaron la comunión por no ir a todas las catequesis. Es que el negrito tiene que ayudar a su padre, le dijo su madre a la secretaria que sin saber lo excomulgaba, por pobre, por negrito y sospechoso de usar esa característica peculiar de la piel para hacerle creer que trabajaba, justo a ella, que por algo está de secretaria de Dios, convirtiéndolo así, desde pibe, en un holgazán como a todos esos chicos sin educación.
Mientras tanto, el partido gobernante a nivel local iba a la radio, atendía menudencias y hacía anuncios de prevención pero en concreto, nada. Los mosquitos alzaban vuelo en un aire sin radares ni captores. La sangre llamaba y ellas, las aedes chupadoras, estaban de fiesta.
La oposición política, portadora de una desidia de igual calibre pero más refinada cultura, sólo atinó a hacer un comunicado levantando sospechas contra la comuna, por contaminación con un virus (rumor que ellos mismos instalaron) supuestamente, al regar las calles de tierra con agua de las cloacas (cosa increíble aunque posible, pero totalmente descartable como provocadora de la epidemia, en este caso)
Los parientes y amigos se reservaron el derecho de admitirse en la casa del negro y no aparecieron a visitarlo. Saber, sabían. Pero a qué ir si el bicho no tiene nombre. A ver si es una mutación venida de las cloacas o una especie de prueba de laboratorio para usarnos en la iniciación de un nuevo virus.
Desde los escuálidos laboratorios de la ciencia argentina llegaron negativas. No podemos decir que es Dengue, comunicaron, pero hagan todo como si lo fuera. Pues las pruebas de la ciencia bioquímica dice no, pero la socio visual dice sí. Estamos hasta las manos. La confianza recayó en el ojo de los laboratoristas y no de los médicos, por eso aconsejaron proceder con calma.
Hay muchas sospechas y comentarios poblando las esquinas más concurridas del pueblo, pues entre el laboratorio y el Hospital local está el gobierno local, el provincial y el nacional, y el entremés que allí se ha dado nadie lo conoce, lo que valida las tantas y variadas hipótesis, todas con el mismo rango de veracidad. Por la mañana era dengue tipo 1, por la tarde un retro virus, por la noche era un invento macabro de algún poder oculto o al menos, de uno que la gente no quiere ver aunque haga propaganda todos los días. Al fin, no era nada. Seguimos investigando, dijeron por la radio F.M. local, que a esa hora de la tranquila urbanidad sólo emite música.
Altamiro, estaba cada vez más confundido. En su casa, por las dudas, tiraron todo lo que contenga agua y pueda ser refugio para mosquitos. No faltó quien le diga que estaban locos, que no era, que qué van a hacer con semejante sequía y sin agua potable en el pueblo. El negro ardía de picazón y eso, que dicen que a los negros casi no les agarra y si les da, no les pica tanto. Imaginaba que las paredes eran un rallador gigante donde él se frotaba cadenciosamente mientras sonreía.
Los médicos y enfermeros de planta hospitalaria atendieron, antes de que una voz oficial diga dengue, a más de 350 personas afectadas y a último momento, enviaron desde la capital, refuerzos de enfermeras.
Mire, Altamiro, lo que usted tuvo es dengue, seguro, pero aun no le podemos hacer su análisis, ya lo llamaremos. Cuide al resto de familia, alerte a sus vecinos, dígales que ni bien les duela la cabeza o tengan fiebre vengan al Hospital.
Yo llevo 10 días, por lo menos, doctora, sin trabajar y estoy en negro. Mi patrón me paga por día pero me contrata casi todo el mes, cómo hago con lo que no pude trabajar ¿Ud. me hace un certificado? El Señor también tuvo dengue, así que no creo que le reconozca los días. Vaya a la secretaría de trabajo. Pero si voy ahí se van a enterar que hace cinco años que yo trabajo así. La verdad que no sé qué decirle, mire que su patrón es un hombre bueno.
Los partidos políticos, nada. Ni campaña casa por casa o la famosa descharratización, la más efectiva acción de prevención, no se hizo.
Luego llegaron con el humo. Tampoco alertaron sobre que se trata de veneno, así que los chicos con sus bicicletas, navegando en una nube tóxica, jugaban a estar en el cielo.
¿Qué te pasa Altamiro? Nada, vieja, la comida me cae mal, tengo ganas de devolver. Mejor no como nada. Pero tenés que recuperarte para ir a trabajar. Voy igual, así me distraigo un poco.
En varios medios provinciales fuimos noticia de tapa. Pero no se decía allí que no tenemos agua potable y las cloacas no son para todos. Que traen agua desde la provincia desde hace unos meses en camiones nuevos, esos de tanques metálicos brillosos, que parecen siempre limpios, incorruptibles. Ni dicen que nos dijeron, ahora, ayer nomás, que traerán agua segura. Al no poner eso los periodistas no pudieron preguntar si esa que traían antes ¿no era segura?
En el pueblo hay una junta de seguridad, por los robos, como el que sufrió, a punta de revólver, un comerciante al que le entraron de noche, a sabiendas de que se había llevado una buena suma de dinero a la casa. El matrimonio ya estaba en la cama cuando vieron aparecer dos hombres armados. Un grito, un golpe, dejarse atar. Ahí está el dinero, es todo lo que tenemos, llévenselo. Otro golpe, vendas en los ojos para los dos. Amenazas, algo del tipo, si intentan dar aviso volveremos y los reventaremos o te secuestramos y te torturamos, pelotudo. El terror en los pliegos de los rostros, entre las muelas apretadas, como una bola de grasa indigerible. Todo es lento en una secuencia que luego, contada por los vecinos, parecerá cosa de nada. La inseguridad es la palabra más pronunciada. Ahora estamos a tono con la televisión. ¿Qué es la seguridad? ¿Alguien le preguntó a Altamiro si se sentía seguro?
Altamiro no volvió. Lo encontraron en medio del campo acicalado por los perros. Eran las tierras del patrón, pero el Señor dice que no estaba trabajando, que había ido a largar los perros, a correr liebres. Raro, los cuscos que lo olían no se corrían ni solos.
Fue el chagas doña, el corazón de Altamiro no daba para más y la mala vida, la bebida vio. La comuna le ayuda con el cajón pero tendrá que ir a la tierra. Si él fue a trabajar. Ellos, a la caza de liebres, la llaman trabajar, explicó varias veces el señor a otros señores que aprendían.
¡Qué raro estas cosas! La mala suerte, tiene que ser la mala suerte, porque hace diez años que mi Altamiro ya no tomaba y el corazón le saltaba de alegría con los nietos que tenía.
Según lo que pasa en el pueblo se redibuja el sentido de alguna vieja palabra. La fiebre traída por los mosquitos ayudó a colorear la prevención. Todo, ahora, mañana, después de que la infección nos ha esquilmado, es prevención y la paradoja: una escuela estatal en este pueblo de Latinoamérica, tuvo que salir a vender huevos de pascua para ver si pueden arreglar los baños, allí donde los nietos de Altamiro sobreviven al conocimiento para poder ser mañana…un buen peón…si hiciera falta.

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