Raúl Zibechi
"El naufragio siempre es el momento más significativo, escribió Fernand Braudel para explicar l

Hasta ahora venimos concibiendo la transición a una sociedad poscapitalista como un proceso ordenado y dirigido. Sin embargo, como alerta Immanuel Wallerstein, la desintegración del capitalismo debe hacernos pensar en una transición caótica, no necesariamente desastrosa. Mientras una transición ordenada tiende a reproducir la explotación, la caótica implica bifurcaciones en que las fuerzas antisistémicas tienen mayores posibilidades de incidir en los resultados. Propongo observar las catástrofes creadas por terremotos como los de Chile y Haití, y por el huracán Katrina en Nueva Orleáns, como metáforas de transiciones caóticas.
En Chile durante varios días de-sapareció el Estado. También el capital. Sin energía no hay circulación de dinero, bancos y cajeros no funcionan, tampoco supermercados y farmacias que dependen del sistema informático y de las tarjetas de crédito y débito. La población no puede abastecerse, porque los grandes supermercados erradicaron comercios de barrio. Los pobres suelen tener muy limitada cantidad de alimentos en su casa. Los pobres de Concepción –epicentro del terremoto– que hoy habitan las periferias de la ciudad, fueron trasladados allí a la fuerza por el régimen de Pinochet, que expulsó a los pobres que vivían en campamentos (asentamientos irregulares) y también a los que habitaban en barrios formales.
Entre 1983 y 1985 el régimen realizó una gigantesca limpieza social como respuesta a las

Boca Sur es casi un castigo. La humedad, densa, pesada y gélida, se mete en el cuerpo aumentando la sensación de frío e incomodidad. Las viviendas son casi celdas para prisioneros: casitas de 36 metros cuadrados y una sola pieza para familias de ocho personas, paredes de volcanita (tiza y papel) y baño de dos por uno. Y pagan por vivir allí. En el año 2000 se realizaron las últimas erradicaciones forzosas, por el gobierno de la Concertación Democrática. La desocupación ronda 50 por ciento.
El terremoto derribó los tres puentes que unen Boca Sur con la ciudad de Concepción. Las islas que son hoy las barriadas periféricas quedaron más aisladas que nunca. Esperaron ayuda durante 48 horas. Luego, sin alimentos ni medicinas, entraron a los supermercados a llevarse comida. Detrás de ellas –porque siempre son las mujeres las que toman la delantera, empujadas por el llanto de sus hijos– vinieron camionetas cuatro por cuatro con varones a cargar electrodomésticos y televisores plasma. A unos y otras los llaman saqueadores. Por cierto, los medios que clamaron mano dura no dijeron una palabra del otro saqueo: el que sufrieron esos mismos pobladores al ser expulsados por la fuerza a islas remotas. En dictadura y en democracia. Como si aquello no tuviera ninguna relación con esto. Se hizo alarde de los 58 millones de dólares que juntó la Teletón del inefable Don Francisco. Apenas un poquito más de los 48 millones que embolsan diariamente las multinacionales de la minería. De este otro saqueo, ni palabra.

En El capitalismo organizado, Pablo González Casanova expone con brillante sencillez los desafíos que enfrentan los movimientos antisistémicos en una era de caos creciente como ésta: “Los sistemas de redes autónomas con subsistemas de mandos centrales y de centros coordinadores tendrán en los movimientos alternativos más importancia que los sistemas de ‘partidos’ y organizaciones relativamente homogéneos propios de los sistemas simples”. La comunidad es una organización compleja, insu

Falta la autodefensa. Luis Razeto, chileno precursor de la economía solidaria, dijo estos días que puede ser eficaz para afrontar las catástrofes. Pero admitió: "No tenemos resuelta la seguridad, la protección de la economía solidaria". La experiencia chiapaneca es la única, por ahora, que conjuga comunidad y autoprotección.
Fuente La Jornada
Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización
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