viernes, 18 de febrero de 2011

Con lo chicos, con los adolescentes, con los jóvenes...NOOOOOO?




Luciano no Arruga: sigue combatiendo 

Un asesino serial de pibes 
Por Oscar Taffetani
(APe).- “Otra vez por la espalda”, titulamos ayer en esta Agencia la crónica del asesinato de un muchacho en Baradero, a manos de un efectivo de la policía bonaerense. Ese “otra vez” señalaba la coincidencia con el asesinato a mansalva de otros dos jóvenes en José León Suárez, también territorio bonaerense, y también a manos de la policía provincial.

Más allá de los matices y pequeñas diferencias de las que dan cuenta las respectivas crónicas, si partiéramos de la hipótesis de que existe un asesino serial de pibes, que los viene liquidando de distintas maneras, desde hace más de 30 años, y que mantiene un cierto patrón de comportamiento, avanzaríamos en el conocimiento de la espantosa realidad criminal que nos golpea. Y acaso podríamos finalmente hallar, tras la pesquisa, al asesino serial, para juzgarlo y condenarlo, y para evitar que reaparezca y siga matando a nuestros chicos.


Los móviles del terror
A mediados de los ’70, cuando la Bonaerense aún no se llamaba así ni llevaba el estigma de ser una maldita policía, el poder político la puso bajo mando militar y la utilizó en una faena de exterminio de la militancia juvenil de la patria (para prueba, veamos tan sólo la estadística, o consultemos ese arduo volumen titulado Nunca Más).

En centros bonaerenses de detención como Arana y Pozo de Banfield, estudiantes secundarios y universitarios, jóvenes trabajadores y simples militantes de las villas y barrios populares fueron torturados, fusilados en las sombras y desaparecidos. Cuando esos chicos o sus familias tenían bienes, los llamados grupos de tareas saqueaban las viviendas y extorsionaban a las familias para cobrar rescates. Llegado un momento, como se ha probado en decenas de causas, el presunto delito de los jóvenes pasaba a un segundo plano y lo que importaba era el botín que el asesino serial podía obtener mediante el crimen.

Llegada la democracia (palabra que un contexto de pobreza, desigualdad y exclusión, está siempre vacía de contenido) la policía de la provincia de Buenos Aires -con excepciones que no vamos a detallar, para no distraernos de la hipótesis principal- continuó asesinando a pedido, extorsionando a empresas y empresarios y haciéndose de vidas y bienes ajenos, convirtiéndose en una amenaza o en un verdugo para esa ciudadanía a la que, según la fórmula universal, debía proteger y servir.

La novedad de nuestro asesino, en el ciclo democrático, es que pasó de la conciencia en sí a la conciencia para sí; esto es, comenzó a pensar y actuar corporativamente, protegiendo sus cajas tradicionales (la prostitución y la trata de personas, el juego clandestino, los peajes y la protección de negocios) y también las nuevas cajas (el tráfico y distribución de drogas, el tráfico de vehículos robados y autopartes, la liberación de zonas para el cometido de delitos mayores, la piratería del asfalto).

A la masa de trabajadores activos de la fuerza, como en todo sindicato que se precie, se sumaron los trabajadores pasivos (policías dados de baja, cesanteados o reciclados en servicios de vigilancia privada).

La teoría, lúdica, del crimen perfecto, al asesino serial lo tiene sin cuidado. Es un tema para la literatura o los aficionados. El que verdaderamente importa es el crimen cotidiano, espontáneo, desprolijo, masivo, imperfecto. Allí lo que se impone es el número, la cantidad, la masa de negocios y de  asesinatos.

Puede haber, ocasionalmente, individuos de la fuerza procesados y encarcelados. Pero el objetivo principal se cumple gracias a una compleja red que involucra a los otros poderes del Estado. Porque se trata de garantizar, en todo momento, la impunidad, que es lo que hace que de verdad un crimen sea perfecto.

El policía de Baradero que disparó su escopeta en la espalda de un muchacho que huía en su moto dijo en su descargo que no sabía que estaba cargada con postas de plomo. Curiosamente, lo mismo alegó el policía de José León Suarez que mató con su escopeta, también por la espalda, a dos pibes de La Cárcova. El asesino tiene el mismo patrón para sus crímenes. Y utiliza el mismo manual para situaciones de emergencia o imprevistos.



Extorsiones y coartadas

Nuestro asesino serial -sigamos con la hipótesis- necesita del estado de derecho(convertido en una jungla leguleya) y necesita de la democracia (una democracia trunca, que no va acompañada de justicia). Uno le brinda impunidad y alimenta a diario, a través de los medios de comunicación de masas, ese perverso imaginario en donde los responsables del crimen organizado vendrían a ser los pibes, ángeles fieramente humanos a quienes en lugar del biberón se les dio el paco a corta edad, y en lugar del yoyó se les puso en las manos una pistola para matar. El estado de derecho demoniza a los hijos de la pobreza. Y la democracia trunca le sirve de coartada al asesino.

La democracia trunca, además, genera la víctima perfecta de la extorsión, porque produce cada año un gobernante o un candidato necesitado de garantías para continuar su carrera política; un sujeto que deberá dar claras señales a su electorado, de que está luchando a brazo partido contra la “inseguridad”. Así, van desfilando los ministros y secretarios de Seguridad. Llegan y se queman a velocidad, como fusibles de un tablero que -para seguir con la metáfora- está siempre en cortocircuito.

Y los mensajes del asesino serial a los gobernantes y candidatos, son siempre cadáveres. Cadáveres de pibes asesinados de frente o de costado o por la espalda. Cadáveres arrojados en el camino a la gloria de cualquier candidato, para recordarle que la corporación criminal existe y que no debe cometer el error de ignorarla.

Como en un sistema de cajas chinas, nuestro asesino serial bonaerense forma parte, con otros asesinos seriales, del mayor asesino serial y global de la historia, ese Moloch capitalista jamás imputado ni procesado por sus crímenes contra la humanidad, y que si no es descubierto y detenido a tiempo, va a terminar con la vida en el planeta.

Sin embargo (y esto es de lo poco bueno que nos pasa) la gente se pone de pie. La gente interpela y demanda al poder. En Baradero, en José León Suárez, en las cavas y las tosqueras donde aparecen a diario los cadáveres de sus chicos. Identificando al menos uno de los rostros del asesino. Y demandando justicia. Recordándole al poder que en una sociedad verdaderamente democrática la policía está, debe estar y finalmente estará para proteger y servir.

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