domingo, 23 de diciembre de 2012

Guerra por el agua en África


3-12-2012
La ecología política debe advertir todas las consecuencias de la crisis sistémica



Se sabe que los empresarios a través de sus políticos y medios ocultan hechos. Lo poco conocido es que dirigentes de una izquierda ecologista tapan situaciones dramáticas futuras.
Objetivamente se agotan los combustibles, los minerales, los recursos pesqueros. El calentamiento global aumenta, escasea el agua, crece la población. Desparecen especies y selvas. Las potencias nucleares están en guerra fría. Hay un conjunto de crisis que representan el colapso del capitalismo.
 Sin embargo no pocos desvían el discurso.

 Un sector de izquierda exige el fin de los recortes en Europa y Estados Unidos, impulsar el crecimiento, disminuir la cesantía, respetar los derechos sociales de salud, educación, previsión, subir los impuestos para que los ricos paguen los daños que han provocado…
 Algunos más compenetrados con la ecología hablan de un comercio regional de menor uso de transportes, modificar el modo de producción y consumo, un nuevo estilo de vida…
 Lo que demasiadas veces no se hace es presentar el panorama completo del colapso inscribiendo en él las medidas que se proponen, quizás porque no todas son congruentes con el poscapitalismo a la vista.
 Tampoco se profundiza en la red que se deriva de cada sector crítico que se aborda. Así cuando se menciona la escasez de petróleo suele no decirse que significa menos cantidad de energía, cierre de industrias, paralización de vehículos, disminución de la producción de cereales, cesantía, hambre, reacción masiva y violenta de gente.
 Finalmente se elude también proponer respuestas porque siempre serán duras y contrarias a lo que la población masivamente espera en una civilización dominada por la publicidad mercantil. ¿Qué se propone para reemplazar al trigo, a la carne? ¿Adónde vivirán los millones de habitantes de las regiones inundadas por los océanos? Pocas respuestas o más bien ninguna.
 Extrañamente personas importantes y organismos del sistema se atreven a ir más lejos.
 Dennis L. Meadows profesor emérito de la Universidad de Nueva Hampshire y coautor del fundamental Informe al Club de Roma, Los límites del crecimiento, de 1972, dice hoy que “En los próximo veinte años, entre hoy y 2030 veremos más cambios de los que ha habido en un siglo, en la política, en el medio ambiente, la economía, la técnica. Los problemas de la zona euro no representan más que una pequeña parte de lo que vamos a ver. Y estos cambios no se llevarán a cabo de manera pacífica”. Se refiere a “una sociedad que tiene cada vez menos capacidad de satisfacer necesidades elementales: alimentación, sanidad, educación, seguridad”.
El documento “Tendencias Globales 2030: Mundos alternativos” del Consejo Nacional de Inteligencia publicado en Washington previene que “De aquí a 2030, el agua puede convertirse en una fuente de conflictos más importante que la energía o los minerales, tanto a nivel intra como interestatal”. “El mayor cinturón de tensión hídrica del mundo se extiende a lo largo del norte de África, Oriente Medio, Asia central y del sur, y el norte de China”.
El sello de una posición socialista ecológica debe ser mostrar los hechos naturales y políticos que se esperan ocurran en el futuro próximo, las consecuencias de ellos y sus propuestas sostenibles y solidarias para enfrentarlas. No hacerlo es optar por la política llamada también de izquierda de continuidad del sistema productivo y consumista con mayor justicia.
 La humanidad debe ser informada de todo. Los políticos con visión ecologistas deben asumir un realismo democrático.
 El tema es el colapso de lo que hay y el inicio de otra civilización.
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Guerra por el agua en África

Multinacionales agroalimentarias, fondos de inversión y Gobiernos extranjeros pelean por el control de los acuíferos en el Este del continente


Un camión cisterna extrae agua del río Nilo en Juba (Sudán del Sur). / CAMILLE LEPAGE (AFP-GETTY)

Hace años que los agricultores africanos aprendieron que es imposible regar sus tierras con lágrimas. Los campos se agostan y quedan yermos. Porque de ser posible, la mayoría, en vez de ser de secano, serían de regadío. No les faltan motivos para el llanto. Multinacionales, fondos de inversión e incluso Gobiernos extranjeros se están quedando con sus aguas a través de la compra o arrendamiento de ingentes extensiones de campos de labor. Hasta ahora se había advertido del riesgo del acaparamiento de tierras, pero estos días le ha llegado el turno al agua dulce. “Esto puede tener implicaciones dramáticas para las personas que dependen de estos recursos”, advierte Paul Brotherton, de la organización no gubernamental holandesa Wetlands International. “Podrían perder su medio de subsistencia y no serían capaces de mantener a sus familias a través de la pesca o la agricultura a pequeña escala”. Y una población desplazada de sus tierras ancestrales y privada de alimentos es una invitación a la violencia. Etiopía y Kenia (delta del Tana) ya han tenido varios brotes. Por tanto, poco extraña que algunos hablen de una “guerra por el agua en África”.
La fragilidad de este elemento es tal que es el único recurso imprescindible para el ser humano que no está protegido por ningún acuerdo internacional. Y ante esta debilidad los mercados han saltado sobre ella. “Lo más valioso no es la tierra”, explica Neil Crowder, director en África de la firma de inversión Chayton Capital, con sede en Reino Unido y que ha estado adquiriendo tierras en Zambia. “El valor real está en el agua”. Así lo denuncia la organización no gubernamental Grain en un reciente trabajo titulado Exprimir África hasta la última gota.
Porque los tiburones de las finanzas hace tiempo que detectaron el potencial de este elemento. Judson Hill, director de la consultora de inversiones estadounidense NGP Global Adaptation Partners, abrió camino cuando en una conferencia en Ginebra sobre el negocio de la agricultura le preguntaron si era posible hacer dinero con el agua. “Baldes, baldes de dinero”, contestó sin inmutarse. Y añadió: “Hay muchas maneras de producir un retorno muy atractivo en este sector si sabes dónde ir”.
La frágil cuenca del Nilo sufre una oleada de proyectos agrícolas
Esto sucedía en 2010. Dos años después ya sabemos a qué lugares fueron. Sobre todo a las estribaciones de los grandes ríos africanos (Níger, Nilo, Limpopo, Omo, Wami, Tana). La cuenca del Nilo, que padece una extrema fragilidad política y social, está recibiendo una oleada de proyectos agrícolas a gran escala dirigidos sobre todo a la agricultura de exportación.
Las operaciones de acaparamiento de tierras y agua son tantas y de tal volumen que merece la pena echar un vistazo al detalle de las mismas en el único portal de mundo que las compila (http://landportal.info/landmatrix/get-the-detail/by-investor/903). Hay 925 recogidas. Y evidencian la voracidad de este nuevo hidrocolonialismo. Los protagonistas “son sobre todo empresas del gran negocio agroindustrial que están usurpando tierras y agua para incrementar su cuenta de resultados”, denuncia Gustavo Duch, coordinador de la publicación Soberanía Alimentaria.
La presión sobre los países es enorme, y tres de los principales territorios de la cuenca del Nilo (Etiopía, Sudán y Sudán del Sur) ya han cedido vastas extensiones de tierra. En Sudán y Sudán del Sur se han entregado 4,9 millones de hectáreas (una superficie superior a la de los Países Bajos) desde 2006 a firmas extranjeras. En Gambela (Etiopía), en la frontera con Sudán del Sur, multinacionales como Karuturi Global (India) o Saudi Star (Arabia Saudí), capitaneadas por los multimillonarios Ramakrisha Karuturi y Sheikh Al-Amoudi, están construyendo canales de riego para extraer agua del Nilo desde Etiopía. “La llegada masiva de estos actores deja situaciones tan difíciles de explicar como que ese país del cuerno de África, un territorio que pasa hambre, sea exportador de alimentos”, apunta Henk Hobbelink, coordinador de la organización no gubernamental Grain.
Y claro, para poner toda esta tierra en producción, debe de ser regada. ¿Hay agua suficiente? Parece que no. Si los 40 millones de hectáreas de tierra —detalla un trabajo del think tank californiano The Okland Institute— que se compraron en África en 2009 se cultivaran, harían falta entre 300 y 500 kilómetros cúbicos de este recurso al año, aproximadamente el doble (184,35 kilómetros cúbicos) de lo que consumió toda la agricultura africana en 2005. De seguir este ritmo de adquisiciones, en 2019 la demanda de agua dulce solo para dar respuesta a esas tierras nuevas superará la oferta existente.
Etiopía, Sudán y Sudán del Sur ya han cedido vastas extensiones de tierra
Incluso al mítico Nilo las cuentas no le salen. Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura), los 10 países que pertenecen a la cuenca de este río tienen, como máximo, agua para regar ocho millones de hectáreas, pero, por sí solos, Etiopía, Egipto, Sudán y Sudán del Sur ya han puesto en marcha, según Grain, infraestructuras de riego para cubrir 5,4 millones, y acaban de entregar 8,6 millones de hectáreas adicionales. “Es mucha más agua de la que existe en la cuenca y supone un suicidio hidrológico”, alerta Henk Hobbelink. Poco parece importarle a las corporaciones extranjeras que operan en la zona, como Pinosso Group (Brasil), Hassad Food (Catar), Foras (Arabia Saudí), Pharos (Emiratos Árabes) o ZTE (China). Es la búsqueda del beneficio económico, pero también una forma para muchos países de asegurarse un granero lejos de casa. Arabia Saudí tiene tierras, pero no agua. Y China tiene una ingente población que alimentar.
El agua parece acorralada e incluso la legislación diríase que está en su contra. ¿Quién tiene los derechos del agua de un río? ¿La gente que vive en sus riberas, los agricultores que dependen de él para regar o aquellos que están aguas arriba o aguas abajo? Esta naturaleza inasible es un hándicap serio. “Los límites entre legalidad e ilegalidad son a menudo borrosos y muchas veces los acaparadores se aprovechan de esta complejidad”, reflexiona Lyla Mehta, profesor en la University of Life Sciences de Noruega.
El poeta uzbeko Muhammed Salikh escribió: “No se puede rellenar el Mar de Aral con lágrimas”. Pero estamos abocados al llanto. “Si el problema de la gestión eficiente de este recurso no se resuelve, algunos países tendrán que importar agua para cultivar, desalinizar, o incluso traer de fuera las cosechas propias”, narra por correo electrónico un representante del fondo Pictet Agriculture. Un mundo que bien semeja el Dune imaginado por Frank Herbert.

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