lunes, 17 de junio de 2013

La democracia encuestadora: Por Martín Caparrós

La democracia encuestadora

Por Martín Caparrós 

http://blogs.elpais.com/pamplinas/2013/06/la-democracia-encuestadora.html#comments

No lo entiendo ni lo quiero entender: revindico mi derecho a no entenderlo. Estos días, las tapas de los diarios están llenas de recursos, apelaciones y per saltum –o quien sabe per salti– que deberían definir si hay o no hay elección de consejeros magistrales, o algo así. Movidas que se suceden en oficinas siempre de otros, en mentes de otros, en letras de otros, en un terreno sustraído: en una autonomía casi perfecta. Dimes, diretes, direles en que no logro interesarme ni este poco. Es como si se fueran: como si fueran yéndose y uno los viera cada vez más lejos, más chiquitos.

El efecto no es nuevo, por supuesto, pero con la pelea por el poder judicial alcanzó nuevas cumbres. La reforma –y sus trámites– muestra a la política en el lugar en que nunca debería estar y está tan a menudo: lejísimos de cualquier comprensión general, un barro de triquiñuelas leguleyas.
Y enfrente la barbarie de los hechos. El policía que asesina al hincha de Lanús, la muerte confusa de la chiquita Ángeles, el repetido “accidente” del Sarmiento. La distancia entre la clase política y las demás se ahonda con esa diferencia: por un lado triquiñuelas y engañitos, por otro la violencia que irrumpe por los agujeros que el Estado deja por todas partes.
Pocas veces como en estas semanas ha sido tan evidente la función principal del kirchnerato: retrasar –por ahora por diez años– la renovación de las formas de hacer política en la Argentina. O, dicho de otra manera: mantener las viejas formas de hacer política argentina. En síntesis: la democracia encuestadora.
La democracia encuestadora es este régimen en el que vivimos desde hace un par de décadas, donde los que conducen el Estado y los que aspiran –a conducirlo– tienen como guía y único principio lo que les dicen las encuestas, porque no tienen más ideología que mantener el poder para ellos y el mercado para sus mandantes.
La política solía consistir en grupos de personas –los llamados partidos– que se unían porque tenían una idea común sobre cómo debería ser la sociedad en que vivían y vivirían. Entonces se organizaban para tratar de convencer a muchos más de que esa forma era mejor y, por los medios que imaginaban convenientes –elecciones, insurrecciones, guerras–, buscaban concretar esas ideas.
La democracia encuestadora consiste en personas –seguidas servilmente por un grupo– que no tienen más proyecto, más propuestas que la de acceder o mantenerse en el poder y, para eso, suponen que lo mejor es averiguar, por medio de encuestas, qué piensan los electores y adaptarse a eso. Su actividad principal –marketineros viejos– consiste en leer encuestas y decir lo que esas encuestas les dicen que sus clientes esperan escuchar. Un círculo vicioso: los encuestadores preguntan a los encuestados lo que creen que sus clientes quieren escuchar, los encuestados responden según las categorías que les ofrecen los encuestadores y confirman sus pre-juicios, los clientes reciben un relato que ya imaginaban con cifras que los confirman o preocupan.
El sistema es curioso: los mismos que lamentan el peso de los medios son los que le dan entidad a ese peso. Los medios crean, por supuesto, ciertos estados generales. El miedo a la inseguridad –más allá de las realidades de la inseguridad– es un ejemplo claro. Pero la forma en que esos estados, esos miedos, se convierten en políticas es a través de las encuestas: cuando los políticos de la democracia encuestadora no proponen proyectos a largo plazo sino parches a aquellas cosas que la famosa opinión pública, efecto de los medios, les dice a sus sociólogos.
Ese modelo –que incluye incapacidad, codicia, corrupción, cinismo a toda prueba– ya estaba agotado en 2001 y estalló. Millones de argentinos se desengañaron entonces de políticos que no tenían ideas confiables, que prometían una cosa y hacían otra, que solo se representaban a sí mismos y a sus amigos ricos. Los Kirchner lo entendieron: habían sido neoliberales durante diez años, pero las encuestas ya decían otra cosa. En medio del caos, hablaban de la necesidad de un Estado que se hiciera cargo de ciertas cosas, y ellos lo vieron y asumieron y proclamaron el fin de esa forma de hacer política.
Los Kirchner se dedicaron a responder al reclamo de las encuestas de la época: decir que la democracia encuestadora había dejado paso a una política llena de principios. Proclamaron que nunca dejarían sus –nuevas– convicciones, que tenían una línea irrenunciable –y renunciaron todo el tiempo. A lo largo de estos diez años cambiaron sin cesar de aliados, de políticas económicas y sociales, de actitud frente a los medios, la justicia, las relaciones internacionales y todo lo demás. Pero siempre vocinglando que era por convicciones y principios.
Con lo cual produjeron un país trabado, enfurruñado, plagado de reyertas y querellas, sin dirección visible, y abrieron las puertas al regreso de la democracia encuestadora clásica –que ahora pasa por razón, por sensatez, por “escuchar a la ciudadanía”. Ya están aquí. Son la versión actual de la gran Menem, de la gran Kirchner, del nudo peronista: el poder por el poder, el político como veleta sin gallito.
La gran esperanza blanca de esta semana y media, mi edil Sergio Massa –un intendente atento y entusiasta–, es el mejor ejemplo. Nunca enunció cuál es su proyecto, cuáles sus propuestas, cuáles los objetivos que lo harían participar en la política nacional: solo habla y deja hablar todo el tiempo sobre si le conviene presentarse ahora a diputado o mejor guardarse en su escritorio o peor esperar un año o dos si total tiene tiempo o contra el kirchnerismo pero un poco a favor o a favor pero un poquito en contra: qué le conviene para quedar más cerca del poder. Todavía hoy dicen los diarios que está esperando una encuesta más para saber si “juega” o “no juega”: son, lejísimos de la política, puras especulaciones sobre qué debe hacer para “medir” mejor. Hace mucho que nadie mostraba tan claro que su razón para pelear por el poder es conseguir el poder. Y, enfrente, el as de bastos bis de la democracia encuestadora: Scioli es otro que nunca dijo si iba o si venía, menemista antimenemista, kirchnerista antikirchnerista, atentísimo a encuestas y otras definiciones de la indefinición, sonrisa odol pregunta sin respuestas.
Compiten con su igual: Scioli y Massa son la misma cara de la misma moneda que no parece tener ceca. No imaginan, no proponen, no convencen: se dejan llevar por la corriente –y la corriente es tan generosa, y este país tan seco, que puede que lleguen a mandarnos.
Entonces, supongo, habrá que decidirse a preguntarles para qué. O seguir viviendo en la dictaboba de la encuesta. ¿Y usted, señor, qué piensa? ¿Muy bueno, bueno, regular, malo? 
O, quizás, habrá que decidirse a hablar de lo que nadie nos pregunta.

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