Este material contiene
A.
Noticia periodística p. 1.-
B.
Carta al Papa Francisco p. 2.-
C.
Presentación de los firmantes autores del documento p. 3.-
D.
Documento p. 5.-
Contenido
del documento
Introducción
Casi
veinte años de cultivos transgénicos ¿Qué nos han dado?
¿Han
servido para aliviar el hambre en el mundo?
Han
agravado los problemas para las bases de sobrevivencia en el planeta
¿Necesitamos
cultivos transgénicos?
1. Una
tecnología llena de incertidumbres e inexacta
2. Cultivos
transgénicos: instrumento corporativo de control de la agricultura
3. La
realidad: producen menos
4. Usan
mucho más agrotóxicos, cada vez más peligrosos
5.
Implican altos riesgos a la agrobiodiversidad y al ambiente
Contaminación
de semillas nativas y criollas
Contaminación
de agua y suelo
6.
Riesgos a la salud
Efectos
sobre la salud de transgénicos con la toxina Bt
Impactos
a la salud de transgénicos resistentes a agrotóxicos
Malformaciones
y cáncer por glifosato en cultivos transgénicos
Censura y
persecución a los quienes demuestran impactos preocupantes
de los
transgénicos en la salud humana
7. ¿Hay
ventajas con los cultivos transgénicos?
El mito
del arroz dorado
¿Los
transgénicos públicos son mejores?
8. ¿Quién
gana y quién pierde con los transgénicos?
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A. Noticia Periodística
ALAI,
América Latina en Movimiento
http://alainet.org/active/76046&lang=es
2014-08-07
http://alainet.org/active/76046&lang=es
2014-08-07
Científicos
piden al Papa se posicione críticamente sobre los transgénicos
[A
finales de abril de este año, ocho científicos de diversos continentes del
mundo enviaron al Papa Francisco una carta sobre los cultivos transgénicos y su
impacto sobre las poblaciones rurales y urbanas, con un documento anexo que
recoge los principales argumentos para que se posicione críticamente en esta
materia, y en apoyo a la agricultura campesina. Esta carta y el documento
salieron a luz pública el 6 de agosto, luego de que el Papa autorizara su
publicación. A continuación va el texto del documento presentado por Ana María
Primavesi, Andrés E. Carrasco, Elena Álvarez-Buylla, Pat Mooney, Paulo
Kageyama, Rubens Nodari, Vandana Shiva y Vanderley Pignati.]
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B. Carta al Papa Francisco
Su Santidad
Papa Francisco
Palacio Apostólico
00120 Ciudad del Vaticano
30
de abril de 2014
De
nuestra mayor consideración,
Con
el mayor respeto, nos dirigimos a Su Santidad por un tema de gran preocupación
y alcance global: los cultivos transgénicos y su impacto sobre las poblaciones
rurales y urbanas, sobre la soberanía alimentaria de los pueblos y sobre la
naturaleza, la tierra, el agua, las semillas y las economías, principalmente de
los países del Sur global.
Quienes
firmamos esta carta somos científicos y expertos que hemos investigado el tema
por décadas, dedicando gran parte de nuestras vidas profesionales a ello,
por lo que conocemos el tema en profundidad en sus diversos aspectos: como
biólogos, agrónomos, genetistas, físicos y otras áreas. Algunos de nosotros
somos responsables de haber planteado por primera vez, en el mundo, el debate
público sobre estos cultivos y sus implicaciones. También procuramos
apoyar con nuestros conocimientos científicos a diferentes movimientos
campesinos en nuestros países y en el mundo, como la Vía Campesina
El
tema de los transgénicos no es solamente un debate científico y técnico,
tiene además fuertes ramificaciones económicas y políticas. Sin embargo, muchos
científicos que defienden los cultivos transgénicos ocultan la mayoría de sus
problemas e incertidumbres científicas, así como el hecho de que con los
transgénicos, las grandes corporaciones de agro-negocios avanzan hacia el
control absoluto del sistema agroalimentario.
Las
estadísticas oficiales de países donde se plantan la mayoría de los cultivos
transgénicos, muestran que en promedio éstos producen menos por hectárea, usan
una cantidad mucho mayor de agroquímicos y han provocado un aumento
significativo del desempleo rural y del vaciamiento del campo.
Los
cultivos transgénicos son la herramienta fundamental para que la decisión sobre
la alimentación de los países la tomen grandes corporaciones transnacionales,
cuyo fin expreso es la ganancia, no el interés social, afectando
gravemente la soberanía alimentaria e impidiendo el desarrollo de sistemas
agrícolas diversos, que favorezcan a la mayoría de las poblaciones,
especialmente a los más pobres, así como a la salud pública y al ambiente.
Particularmente
grave, por su carácter irreversible y por la complejidad de sus impactos, es la
amenaza inminente de liberación comercial de transgénicos en su centro de
origen, como el maíz en Mesoamérica y el arroz en Asia; así como la presión
para romper en los próximos meses la moratoria que existe en Naciones Unidas
contra la tecnología transgénica “Terminator” para hacer semillas suicidas.
Las
formas de agricultura sin transgénicos, basadas en campesinas, campesinos y
agricultores de pequeña escala, en la diversidad y en las ciencias responsables
social y ambientalmente, son esenciales para enfrentar el hambre y el cambio
climático, pero están en riesgo por la contaminación transgénica y el avance de
los monopolios corporativos.
Por todo
ello y con el mayor respeto, creemos que sería de enorme trascendencia y de
gran valor para todos que Su Santidad se expresara críticamente sobre los
transgénicos y en apoyo a la agricultura campesina, lo que sería una importante
ayuda para salvar a los pueblos y al planeta de la amenaza que significa el
control de la vida por parte de empresas que monopolizan las semillas, llave de
toda la red alimentaria.
Adjuntamos
un documento que resume algunos de los puntos principales que definen la
realidad de los cultivos transgénicos. Existen muchos más documentos y
evidencias científicas, así como muchos otros investigadores y expertos que han
aportado datos sobre esta misma línea. Nos colocamos a su disposición para
cualquier información adicional que requiera.
Agradeciendo
su atención, le saludamos muy atentamente,
Ana María Primavesi;
Andrés E. Carrasco
Elena Álvarez-Buylla
Pat Mooney
Paulo Kageyama
Rubens Nodari
Vandana Shiva
Vanderley Pignati
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C.- Presentación
de los firmantes autores del documento
Ana María
Primavesi, nacida en Austria, es ingeniera agrónoma por la Universidad Rural de
Viena, doctora en nutrición vegetal, animal y productividad del suelo por la
Universidad de Viena. Fue profesora de la Universidad Federal Santa María, Rio
Grande do Sul, Brasil. Autora de 12 libros técnicos sobre suelos. Su libro
“Manejo ecológico del suelo” es considerado referencia mundial en las ciencias agrarias
y para el manejo de suelos tropicales. Publicó 94 trabajos científicos
originales, además de cientos de otros artículos y documentos. Ha participado
en innumerables congresos, seminarios, conferencias y asistencia técnica en
toda América Latina y el Caribe, Asia, África, España. Recibió la distinción
de doctor honoris causa en varias universidades de Brasil,
además de premios internacionales, como el One World Award.
Andrés E. Carrasco. Doctor en Medicina por la Universidad
de Buenos Aires (UBA), Argentina, Investigador Principal del Laboratorio de
Embriología Molecular, del Instituto de Biología Celular y Neurociencias de la
Facultad de Medicina, UBA. Entre otras distinciones recibió la Beca Guggenheim
en 2005. Fue profesor asociado del Centro de Biología Celular de la Universidad
de Basilea, Alemania, Senior Research Fellow de la Universidad
de Indiana, EEUU y del Centro de Bioquímica y Biología Molecular de la
Universidad de Göttingen, Alemania, entre varios otros puestos internacionales
de investigación en universidades de Estados Unidos y Europa. Fue presidente de
la Asociación Argentina de Biología de Desarrollo y Presidente del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, Argentina)
(2000-2001); Ex Subsecretario de Ciencia y Tecnología del Ministerio de
Defensa, de Argentina(2007-2009). Andrés E. Carrasco es referencia mundial por
su trabajo de investigación y publicaciones científicas sobre los efectos del
glifosato en anfibios.
Elena Álvarez-Buylla Roces, es bióloga por la
Universidad Nacional de México (UNAM),doctora en genética molecular por la
Universidad de California en Berkeley, actual coordinadora del Laboratorio
de Genética Molecular del Desarrollo y Evolución de Plantas del Instituto de
Ecología de la UNAM. Investigadora del Sistema Nacional de Investigadores de
México. Ha obtenido incontables premios y reconocimientos al mérito académico y
a la investigación. Ha sido Miller Visiting Professor de la Universidad de
California en Berkeley. Ha participado en múltiples congresos y seminarios
internacionales, y tiene más de 150 productos de investigación científica,
entre ellos 88 artículos en publicaciones indexadas, además de libros y
artículos de divulgación. Ex miembro del Consejo Consultivo de la Comisión de
Bioseguridad de México (Cibiogem). Es fundadora y miembro de la directiva de la
Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) de México y es una
referencia científica mundial en el tema de los efectos del maíz transgénico en
México, su centro de origen.
Pat Mooney es investigador canadiense, fundador y
Director Ejecutivo del Grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y
Concentración), una organización internacional de la sociedad civil con
sede en Canadá y oficinas en Estados Unidos, México, Filipinas y Nigeria.
Mooney lleva casi medio siglo trabajando con la sociedad civil y movimientos
sociales internacionales, primero en los temas de asistencia y desarrollo y
luego enfocando su tarea en alimentación, agricultura y comercio. En 1985 recibió
el Right Livelihood Award, conocido como Premio Nobel Alternativo,
otorgado por el parlamento sueco. Posteriormente recibió el Pearson Peace Prize
del Gobierno de Canadá. Es autor y co-autor de varios libros y numerosas otras
publicaciones sobre políticas de biotecnología, biodiversidad y nuevas
tecnologías. Ha sido convocado en varias ocasiones a hacer presentaciones ante
la Asamblea General de Naciones Unidas y otros organismos de ONU. Es
ampliamente conocido como una autoridad en temas de gobernanza global,
concentración corporativa, propiedad intelectual e impactos de nuevas
tecnologías.
Paulo Yoshio Kageyama es
ingeniero agrónomo y maestro por la Universidad de São Paulo (USP), Brasil,
doctor en genética y mejoramiento de plantas por la USP. Profesor titular de la
Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz (ESALQ / USP), de la
Universidad de São Paulo. Investigador en genética y biodiversidad de
ecosistemas tropicales y aplicación de la agro-biodiversidad en
asentamientos rurales. Kageyama es una referencia internacional en el tema de
biodiversidad forestal y tiene importantes investigaciones y amplia experiencia
en las áreas de genética y conservación, con énfasis en genética de especies
arbóreas, restauración de áreas degradadas, variabilidad y estructura genética
y flujo génico. Ex director del Programa Nacional de Biodiversidad del
Ministerio de Medio Ambiente de Brasil y ex miembro de la comisión de
bioseguridad de Brasil (CTNBio).
Rubens Onofre Nodari, es ingeniero agrónomo con
maestría en fitotecnia por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Brasil,
Doctorado por la Universidad de California, Davis. Es profesor titular de la
Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), con amplia experiencia en el área
de genética, con énfasis en genética vegetal, actuando principalmente en
investigación de los temas de diversidad y conservación genética,
fitomejoramiento y bioseguridad de OGM. Es coordinador del grupo de
investigación en bioseguridad y biodiversidad de la Universidad Federal de Santa
Catarina, Brasil. Coordinador de Pos-graduación en Recursos Genéticos
Vegetales, administra disciplinas relacionadas con la caracterización de
diversidad, conservación genética y genética de poblaciones. Desde la década de
1990 actúa en el área de bioseguridad de los organismos genéticamente
modificados. En el marco de la colaboración de la UFSC y el Centro de
Bioseguridad Genok de Noruega, ha desarrollado y orientado investigaciones y
estudios en riesgos biológicos directos e indirectos derivados de la introducción
de organismos genéticamente modificados en el ambiente. Ex gerente de recursos
genéticos del Ministerio de Medio Ambiente en Brasil (2003-2008), ex
miembro de la Comisión de Bioseguridad de Brasil (CTNBio).
Vandana Shiva, nacida en India,es investigadora y
activista, licenciada en física y maestra en Filosofía de la
Ciencia por la Universidad de Guelph, Ontario, Canadá, con la tesis titulada
"Los cambios en el concepto de periodicidad de la luz". Doctorada por
la Universidad de West Ontario, con la tesis "Variables ocultas y
localidad en la teoría cuántica". Posteriormente se dedicó a la
investigación interdisciplinaria sobre ciencia, tecnología y política
ambiental. En 1993, recibió el Right Livelihood Award, conocido como Premio
Nobel Alternativo. También el Premio Global 500 del Programa de Naciones
Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y el premio internacional Día de la
Tierra, otorgado por Naciones Unidas.
Es fundadora y coordinadora de la Fundación para la
Investigación Científica, Tecnológica y Ecológica, con sede en India, que desde
1982 ha realizado una gran cantidad de actividades de información y difusión
con campesinas y campesinos sobre biodiversidad, semillas, agricultura
ecológica y organismos genéticamente modificados, entre otros temas, así como
el programa Navdanya, por la conservación y recuperación de la
agrobiodiversidad y las semillas campesinas. Shiva es autora de numerosas
publicaciones y libros. Ha presentado sus trabajos en incontables conferencias
ante académicos, campesinos y gobiernos, incluyendo muchos foros de Naciones
Unidas. Ha sido calificada como una de las personalidades más influyentes
del mundo por las revistas Time y Asian Week.
Wanderlei Pignati es Doctor
en Medicina, especialista en medicina del trabajo. Es doctor en salud pública
por la Fundação Oswaldo Cruz (FIOCRUZ) y maestro en salud ambiental. Es
profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Federal de Mato Grosso
(UFMT). Profesor de Maestría en Salud Colectiva del Instituto de Salud
Colectiva (UFMT/ISC) y de la Escuela Nacional de Salud Pública (FIOCRUZ/ ENSP).
Es investigador de los impactos de los agronegocios y agrotóxicos en la salud y
el ambiente y miembro de ABRASCO, Asociación Brasilera de Salud Colectiva. Son
ampliamente conocidos sus trabajos de investigación sobre los impactos de los
agrotóxicos en seres humanos, animales y ecosistemas, particularmente en Mato
Grosso, Brasil, una de las áreas de cultivo industrial y de transgénicos más
intensivos de ese país.
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D.- Documento
Introducción
Casi
veinte años de cultivos transgénicos ¿Qué nos han dado?
¿Han
servido para aliviar el hambre en el mundo?
Han
agravado los problemas para las bases de sobrevivencia en el planeta
¿Necesitamos
cultivos transgénicos?
1. Una
tecnología llena de incertidumbres e inexacta
2. Cultivos
transgénicos: instrumento corporativo de control de la agricultura
3. La
realidad: producen menos
4. Usan
mucho más agrotóxicos, cada vez más peligrosos
5.
Implican altos riesgos a la agrobiodiversidad y al ambiente
Contaminación
de semillas nativas y criollas
Contaminación
de agua y suelo
6.
Riesgos a la salud
Efectos
sobre la salud de transgénicos con la toxina Bt
Impactos
a la salud de transgénicos resistentes a agrotóxicos
Malformaciones
y cáncer por glifosato en cultivos transgénicos
Censura y
persecución a los quienes demuestran impactos preocupantes
de los
transgénicos en la salud humana
7. ¿Hay
ventajas con los cultivos transgénicos?
El mito
del arroz dorado
¿Los
transgénicos públicos son mejores?
8. ¿Quién
gana y quién pierde con los transgénicos?
Introducción
Casi
veinte años de cultivos transgénicos ¿Qué nos han dado? Al
contrario de lo que prometían las empresas, la realidad de los cultivos transgénicos,
basada en las estadísticas oficiales de Estados Unidos –el mayor productor de
cultivos transgénicos a nivel global– muestran que éstos han tenido menor productividad
por hectárea que las semillas que ya estaban en el mercado, pero han
significado un aumento exponencial en el uso de agrotóxicos. (Benbrook, 2012; Gurian-Sherman,
2009).
Esto
se tradujo además en fuertes impactos negativos tanto en salud pública[1]
como en el medio ambiente en todos los países donde se han cultivado a gran
escala. Los cultivos transgénicos han sido un instrumento clave para facilitar
la mayor concentración corporativa de la historia de la alimentación y la agricultura.
Seis
empresas transnacionales controlan el total de los transgénicos sembrados
comercialmente en el mundo. Las mismas seis son los mayores fabricantes
globales de agroquímicos, lo cual explica que el 85% de los transgénicos sean
cultivos manipulados para resistir grandes dosis de herbicidas y plaguicidas, ya
que este es el rubro que les deja mayores ganancias. (ETC Group, 2013b).
¿Han
servido para aliviar el hambre en el mundo? No. Además, producto
del avance de la industrialización de la cadena alimentaria a manos de las
corporaciones de agronegocios, desde 1996, año en que se comienzan a sembrar
transgénicos, aumentó la cantidad de personas malnutridas y obesas, fenómeno
que ahora es sinónimo de pobreza, no de riqueza. (FAO, 2012; OMS, 2012).
La
siembra de transgénicos aceleró el desplazamiento de productores chicos y
medianos, empobreciéndolos, al tiempo que sustituyeron gran parte de la mano de
obra por maquinaria, aumentando el desempleo rural. Por ejemplo en Argentina, los
transgénicos y sus llamados “pools de siembra” llevaron a una verdadera
“reforma agraria al revés”, eliminado una gran parte de los establecimientos
agrícolas pequeños y medianos. Según los censos de 1988 y 2002 en esos años
desaparecieron 87 000 establecimientos, de los cuales 75 293 eran menores de
200 hectáreas, proceso que continúa con la misma tendencia. (Teubal, 2006). La
secuela es que en la actualidad, el 80% de la superficie cultivada está
arrendada por 4 000 fondos de inversión: no se trata de un modelo para
alimentar, es una plataforma agrícola para especular.
Han
agravado los problemas para las bases de supervivencia del planeta. En el
mismo período en que se comenzaron a sembrar cultivos transgénicos, se agudizó
seriamente la crisis climática y se agravaron ocho de los nueve problemas
ambientales más graves del planeta definidos por el Stockholm Resilience Center
como los “límites planetarios” que no podemos transgredir si queremos que La
Tierra sobreviva. Siete de ellos: el
cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos,
la contaminación y agotamiento del agua dulce, la erosión de suelos, la
excesiva cantidad de fósforo y nitrógeno vertidos a mares y suelos y la
contaminación química, están directamente relacionados con el sistema
industrial corporativo de producción de alimentos, en el cual los transgénicos
son su paradigma central. (Rockström, 2009; ETC Group, 2013a, GRAIN, 2011).
¿Necesitamos
cultivos transgénicos? Una gran diversidad de sistemas alimentarios
campesinos y de pequeña escala son los que actualmente alimentan al 70 % de la
población mundial: 30-50 % de esa cifra lo aportan parcelas agrícolas pequeñas,
las huertas urbanas entre el 15 y el 20 %, la pesca artesanal un 5-10 % y la
caza y recolección silvestre un 10-15 %. (ETC Group, 2013a). Es una producción
de alimentos más saludable, en su gran mayoría libre de agrotóxicos y
transgénicos. Los alimentos del sistema alimentario agroindustrial, por el
contrario, sólo llegan al 30 % de la población, pero usan el 75-80 % de la
tierra arable y el 70 % del agua y combustibles de uso agrícola. (GRAIN, 2014).
De la cosecha a los hogares, el 50 % de los alimentos de la cadena industrial
van a parar a la basura.
Para
alimentar al mundo no se necesitan cultivos uniformes, de alta tecnología y
alto riesgo, en sistemas industriales. Se necesita una diversidad de semillas,
en manos de millones de campesinos y productores pequeños y medianos. El avance
de las corporaciones de agronegocios, con transgénicos y agrotóxicos, amenaza
gravemente esta opción, que es la que ya alimenta a los más pobres y a la
mayoría de la humanidad.
1.
Tecnología llena de incertidumbres e inexacta
Al
contrario de lo que afirma la industria biotecnológica, la tecnología de los
transgénicos es una técnica inexacta, sobre la cual no se tiene control de sus
consecuencias. Es bastante sencillo aislar distintas secuencias de ADN de diferentes
organismos y pegarlos para formar un transgene. Sin embargo, es imposible hasta
ahora introducir esta secuencia intacta en un determinado locus del genoma.
Tampoco es posible controlar cuantas copias intactas o partes de la secuencia
modificada serán integradas en el genoma del organismo huésped. Y aún más
difícil es evitar cualquier interacción de estas secuencias con los demás genes
del huésped. Es imposible controlar la expresión génica de los transgenes
insertados, o la dispersión o ruptura de los transgenes en nuevos lugares del
genoma.
Por
todo ello, es imposible predecir cual será el impacto de los transgenes en los
genomas u organismos modificados genéticamente y en los ambientes en donde
estos se liberan. En estos organismos modificados artificialmente se han roto
restricciones de la vida, límites que ni siquiera están bien comprendidos en
la ciencia. Darán pie a formas inéditas de interacción y evolución
biológica con consecuencias e incertidumbres para la biodiversidad que tampoco podemos
enumerar. (Filipecki y Malepszy, 2006). El liberar organismos transgénicos al
ambiente implica un experimento global que impacta la dinámica natural de la
vida y de la humanidad entera, unilateralmente decidido por un puñado de
corporaciones y algunos gobiernos.
En
contraste con la evidencia científica que sustenta lo anterior, los sectores
que defienden la modificación genética de organismos asumen como cierto que los
organismos genéticamente modificados (OGM) tendrán los mismos comportamientos a
los observados en laboratorio una vez liberados en la naturaleza, es decir que
son equivalentes a los organismos no genéticamente modificados.
Afirman
que los OGM “son naturales” y que “son nuevas variedades” asumiendo que la
técnica experimental empleada es precisa, segura y predecible y que es
equivalente al mejoramiento convencional que se hace en la agricultura.
Esto es
un grave error y muestra un “desconocimiento” por parte del campo
biotecnológico de las teorías y conocimientos de la biología contemporánea. En
la concepción que los que generan OGM no se consideran las restricciones naturales
a la recombinación genética, el rol del tiempo en la génesis de la diversidad y
la valoración de los mecanismos naturales que la sostienen a través de la
evolución orgánica. Tanto el proceso evolutivo como las variedades de las
especies se sustentan en la reproducción sexual, la recombinación de material
genético, y mecanismos biológicos y ambientales que restringen y regulan la dinámica
del genoma dentro de cada generación y a través de ellas durante la evolución.
La biotecnología de ADN recombinante, en cambio, ha roto restricciones importantes
a la recombinación evolutiva del material genético, sin que aún entendamos la
naturaleza o el papel de muchas de estas restricciones que se han establecido
por la propia evolución orgánica.
Es
crucial comprender que en cualquier modificación del genoma mediante ingeniería,
desaparecen, en aras del procedimiento tecnológico, el tiempo biológico necesario para estabilizar las variedades y el
proceso evolutivo y la historia de
la especie —que no se alteran en el mejoramiento por métodos convencionales.
Esto sucede porque se apela a la instantaneidad de la manipulación del genoma
con el objeto de obtener “nuevas variedades”.
Insistir
en que los procedimientos de adaptación tradicional de cultivos y mejoramiento
de especies alimentarias pueden ser equiparados con las técnicas de
modificación genética de organismos por diseño planteadas por la industria, es
una idea reduccionista, obsoleta y poco seria, dado el nivel de conocimiento
que tenemos actualmente.
Proclamar
que el mejoramiento realizado por los seres humanos durante 10 000 años en la
agricultura y la modificación por diseño de laboratorio son lo mismo, es
ignorar la cultura agrícola humana, desarrollada por millones de campesinas y
campesinos en miles de situaciones biogeográficas y climáticas diferentes, que ha
respetado los mecanismos naturales durante todo ese tiempo, seleccionando
nuevas variedades de poblaciones originadas por entrecruzamiento hasta
encontrar y estabilizar el fenotipo adecuado. Estos procesos de adaptación y
adecuación de las características de los cultivos realizados por comunidades
agrarias a lo largo de años también ponen a prueba, de manera permanente, sus impactos
en la salud humana y en los ambientes en donde se generan las nuevas
variedades.
Pero más
importante es que este mejoramiento no es consecuencia del simple cambio de la
secuencia del ADN, o de la incorporación o pérdida de genes, sino la consolidación
de un ajuste del funcionamiento del
genoma como un todo (noción de genoma fluido) que respeta las restricciones del
mismo frente a la recombinación, que por lo tanto, hace a la variedad
resultante útil y predecible (por eso se convierte en una nueva variedad). Este
ajuste puede involucrar genes asociados al nuevo fenotipo, pero acompañados por
muchos ajustes de carácter epigenético (factores no genéticos o procesos
químicos del desarrollo de los organismos) y que en su mayoría desconocemos.
Entonces, una nueva variedad representa una mejora integral del fenotipo para una condición determinada donde
seguramente todo el genoma fue afectado, dada su fluidez, con un ajuste
fisiológico en concordancia con el tiempo
de la naturaleza y el respeto por la historia
de cada especie.
Estos
nuevos conocimientos sobre genética no se toman en cuenta en el análisis, proyección
y evaluación de riesgos de los OGM que se desarrollan y liberan, ya que para el
marco conceptual que sustenta los transgénicos un gen o un conjunto de genes
introducidos en un embrión vegetal o animal en un laboratorio, son elementos de
análisis suficientes. No se respetan, por definición, las condiciones naturales
de los procesos biológicos naturales de regulación y “ajuste fino” epigenético
que conducen a la construcción de los fenotipos en la naturaleza, como sucede
en el mejoramiento tradicional y en la evolución natural de los organismos.
En
realidad la tecnología de organismos genéticamente modificados viola los procesos biológicos usando los
procedimientos rudimentarios, peligrosos y de consecuencias inciertas que
supone la mezcla de material genético de
distintas especies. La transgénesis no solo altera la estructura del genoma
modificado, sino que lo hace inestable en el tiempo, produce disrupciones o
activaciones no deseadas de genes del huésped y afecta directa o indirectamente
el estado funcional de todo el genoma y las redes regulatorias que mantienen el
equilibrio dinámico del mismo, como lo demuestra la variación de la respuesta
fenotípica de un mismo genotipo, frente a los cambios ambientales. (Álvarez-Buylla
2009, 2013).
El
concepto clásico del gen entendido como unidad fundamental de un genoma rígido,
concebido como un “mecano”, como una máquina predecible a partir de las
secuencias de los genes y la suposición de que sus productos pueden ser aislados,
recombinados y manipulados sin consecuencias, es expresión de un reduccionismo
científico obsoleto, que ha sido ampliamente rebatido y cuya falsedad ha
quedado demostrada. Este nivel epistemológico ha sido abundantemente criticado
por pensadores como Richard Lewontin[2]
y otros, y sustentado por diversos artículos científicos sobre la importancia
de las interacciones entre los genes, la importancia de los mecanismos de
regulación de su expresión a nivel epigenético, que constatan cambios dinámicos
de los efectos de los propios genes de un organismo y también de los genomas en
sus respuestas al medio ambiente e incluso a la alimentación.
La
insistencia en términos epistemológicos de considerar a los OGM como variedades
“naturales” en lugar de asumirlos como cuerpos extraños o artefactos
industriales, que instalados por la mano humana en la naturaleza alteran el
curso de la evolución, más que una posición científica es una postura arrogante
e omnipotente, que no toma en cuenta el propio conocimiento científico más actualizado.
Esta aparente ignorancia en la mayoría de los casos está animada por conflictos
de interés, ya que existen relaciones de financiación directa o indirecta de quienes
sostienen esas posturas con transnacionales de los agronegocios que lucran con
los transgénicos. En otros casos, los científicos pro-transgénicos defienden su
carrera, anclada en paradigmas ya superados y su prestigio, que depende de los
mismos intereses agroindustriales, así como su posibilidad de hacer negocios a
partir de licenciar sus patentes a las
grandes empresas.
La
complejidad no es una posición teórica, sino una configuración integral de la
naturaleza. En el proceso de conocerla, desarmar lo natural en pedazos
fragmentados “para su comprensión”, es
cada vez más insuficiente.
Lo que
pretende la industria de la transgénesis evitando el debate sobre la lógica que
la sostiene, es hacer un cierre virtuoso de una tecnología que nació en los
laboratorios para comprender limitadamente procesos a nivel molecular, expandiéndola
en la naturaleza sin criterios creíbles ni predecibles.
El
proceso de generación de organismos, repetimos, es inasible. Podemos
estudiarlo, pero debemos tener en cuenta los límites que la fisiología del genoma
fluido viene mostrando. Alterar un
organismo con un pedazo de ADN propio o ajeno impactará en toda su fisiología y
usar el medio ambiente natural —o la alimentación humana— como laboratorio, es
un experimento inaceptable.
Hay
varios estudios de este tipo de alteraciones impredecibles. Uno muy ilustrativo
da cuenta de la alteración en el perfil de proteínas de una variedad de maíz transgénico
(MON810) que expresa 32 proteínas diferentes, comparado con la expresión
proteica del maíz convencional. (Agapito-Tenfen et al, 2013).
Los OGM,
hoy en el ojo de la tormenta, ponen en primer plano esa extraña y cada vez más evidente
relación del pensamiento científico reduccionista con la ideología que sustenta
la hegemonía neoliberal. La necesidad de instalar desde la ciencia un relato
legitimador que desmienta cualquier impacto de los OGM en la naturaleza o la
salud, que sostenga la simplificación de que existe equivalencia entre
alimentos no modificados y los OGM, que los defina sencillamente como nuevas
variedades, es el equivalente a los silencios sobre la complejidad del genoma y
las consecuencias de interferir en ello.
En
el concepto de “fluidez del genoma”, los genes pierden su definición ontológica
y pasan a ser parte de una complejidad relacional que desafía la linealidad
jerárquica de la genética clásica, para reemplazarla por una red funcional
compleja. Allí están como ejemplos de complejidad, entre otros, los cambios controlados
durante el desarrollo de ADN (amplificación o reducción) en células
embrionarias normales bajo la regulación del medio celular, la herencia
epigenética transgeneracional, o la red de procesos regulatorios moduladores
(citoplasmático y/o nuclear) de los productos de la transcripción, que
sostienen la variabilidad de los fenotipos. Son ejemplos de la fluidez del genoma donde los genes
aparecen subordinados a las señales celulares para esculpir cada fenotipo. (Fox
Keller, 2013).
En
síntesis, la agricultura industrial y su introducción de cultivos transgénicos
no solo llenaron de agrotóxicos el ambiente y transformaron la producción
alimentaria global en una mercancía para los intereses de las transnacionales,
sino que además crearon el artilugio de una ciencia que legitimara los
procedimientos usados para la modificación genómica, ignorando sus
incertidumbres y riesgos.
Este
colonialismo genético ignora adrede el conocimiento genético actual para poder
justificar la manipulación genómica, desafiando la integridad de los
ecosistemas y colocando en riesgo a los seres humanos. La transgénesis como
procedimiento industrial volcado en la naturaleza tiene poco de científico y
mucho de rudimentario.
Las
tecnologías “de punta” para generar OGM no solo colisionan con el conocimiento
campesino y saberes ancestrales, sino con las miradas científicas más actuales
sobre la complejidad biológica. Esta fragilidad conceptual interpela el soporte
científico de la transgénesis y la desplaza del terreno de la ciencia al de la
especulación lucrativa.
2. Los cultivos transgénicos, más que una
tecnología agrícola, son un instrumento corporativo de control de la
agricultura
Nunca
en la historia de la agricultura y la alimentación ha habido una concentración
tan grande de las semillas, llave de toda la red alimentaria, en tan pocas corporaciones.
Las seis mayores fabricantes de agroquímicos a nivel mundial controlan el 76% del
mercado global de agrotóxicos. Las mismas seis están entre las mayores
corporaciones de semillas a nivel global, controlando el 60% de ese mercado. Y
éstas seis controlan el 100% del mercado global de semillas transgénicas. (ETC
Group, 2013a y 2013b).
En
tanto que prácticamente las mismas empresas controlan el desarrollo de los
transgénicos y el comercio de agrotóxicos y de las semillas, transgénicas y no
transgénicas, dan prioridad a la promoción de los transgénicos por dos razones:
a)
al ser resistentes a ciertos herbicidas, aseguran
las ventas de semillas y de insumos;
b)
por ser un producto de ingeniería, las semillas
son patentadas, por lo que para los agricultores, guardar una parte de la
propia cosecha para la próxima estación de siembra se convierte en ilegal,
asegurándole a las empresas nuevas ventas cada estación e incluso ganancias
extras al llevar a juicio a los agricultores cuyas parcelas se “contaminen” de
transgenes patentados. Se han realizado cientos de juicios por esta razón contra
agricultores en Estados Unidos y ese es el camino que sigue para todos los
países que los adopten. (Center for Food Safety, 2013).
Para
asegurarse de controlar totalmente a los agricultores, las corporaciones de
agronegocios desarrollaron también una tecnología que actúa como una “patente
biológica”: las Tecnologías de Restricción del Uso Genético (GURT por sus
siglas en inglés), popularmente conocidas como tecnologías “Terminator”. Con
este método se desarrollan semillas suicidas:
se pueden plantar, dan grano, pero se vuelven estériles una vez cosechadas,
obligando a los agricultores a comprar semillas nuevas para cada siembra. Esta
tecnología fue condenada internacionalmente por inmoral y hay una moratoria en
Naciones Unidas contra ella, pero por presión de las empresas, podría
legalizarse en Brasil en los próximos meses. (Convenio sobre la Diversidad Biológica,
2000; ETC Group, 2014).
Por
todo esto, permitir los transgénicos en un país es entregar la soberanía, la
decisión sobre un aspecto vital de la supervivencia, como es la alimentación, a
unas pocas transnacionales. Atenta contra los derechos de los agricultores a
resembrar su propia semilla, reconocimiento consignado incluso en la FAO, por
el legado de 10 000 años de agricultura con que han contribuido las y los
campesinos para el sustento de toda la humanidad.
3.
La realidad: producen menos
Existen
varios estudios académicos sobre productividad de los cultivos transgénicos (de
las universidades de Kansas, Nebraska y Wisconsin, entre otras), que muestran
que los cultivos transgénicos, en promedio, producen menos por hectárea que los
cultivos híbridos.
El
estudio sobre productividad de los transgénicos más amplio y detallado hasta el
momento es el coordinado por el Dr. Doug Gurian-Sherman, de la Unión de
Científicos Preocupados de Estados Unidos, titulado “Failure to Yield”, donde
se analizan 20 años de experimentación y 13 años de comercialización de maíz y
soya transgénica en Estados Unidos, basado en cifras oficiales de ese país. (Gurian-Sherman,
2009).
Muestra
que los cultivos transgénicos jugaron un rol marginal en el aumento de la producción
agrícola en Estados Unidos y en cambio los híbridos convencionales o los
cultivos orgánicos contribuyeron significativamente al aumento de los
rendimientos agrícolas en la cifras totales del país.
En
el caso de la soja, los transgénicos disminuyeron la producción por hectárea en
términos netos (dato que se repite en todas partes) mientras que en maíz
tolerante a herbicidas no hubo ni disminución ni aumento, y en maíz insecticida
(con la toxina Bt) hubo un ligero aumento del 0.2-0.3% anual, lo cual
acumulado resulta en un 3-4% en los 13 años analizados. Este aumento se
registró en zonas de ataques muy frecuentes de la plaga para la cual están
manipulados, plaga que prácticamente no existe en los países del Sur.
El
dato más significativo es que el aumento total de productividad por hectárea de
maíz en esos años, en todo Estados Unidos, fue de 13 %, o sea que 75-80% del
aumento se debió a variedades y enfoques de producción no transgénicos. Resumiendo:
si no se hubieran sembrado transgénicos
en Estados Unidos, el total de producción de maíz hubiera sido mayor.
4.
Usan mucho más agrotóxicos, cada vez más peligrosos.
Los
cultivos transgénicos han significado un aumento sin precedentes del uso de
agrotóxicos (herbicidas y plaguicidas cada vez más tóxicos). Esto se traduce en
gravísimos problemas ambientales y de salud pública. En los tres países que son
los principales productores de cultivos transgénicos (Estados Unidos, Brasil y
Argentina) que en conjunto producen casi el 80% de la cosecha global, existen
ya claras y preocupantes evidencias de ello.
Un
informe científico publicado en 2012 (Benbrook) analiza el uso de agrotóxicos
en Estados Unidos en soya, maíz y algodón transgénico de 1996 a 2011 y demuestra
que las variedades transgénicas aumentaron el uso de agrotóxicos en más de 183
millones de kilogramos en esos dieciséis años. Estados Unidos es el mayor y más
antiguo productor de transgénicos, por lo que los datos del desempeño de los
transgénicos en ese país son significativos a nivel global. El informe especifica
que si bien los cultivos con la toxina Bt podrían haber reducido el uso de plaguicidas
en 56 millones de kg, los cultivos tolerantes a herbicidas provocaron un
incremento de 239 millones de kg en el uso de esos agrotóxicos, lo que explica
el promedio general de aumento de 183 millones de kilos de agrotóxicos en 16
años.
El
estudio muestra que la reducción en el uso de herbicidas con los cultivos Bt —que
ha sido usada por la industria biotecnológica para argumentar difusamente que
los transgénicos disminuyen el uso de agrotóxicos—, se ha ido minimizando cada
año, ya que debido a la resistencia generada en las pestes, se necesita usar cada
vez más cantidad de plaguicidas. Por otra parte, la industria está sacando del
mercado las semillas que solamente contienen el gen Bt. Las nuevas generaciones
de semillas transgénicas son una combinación de toxina Bt y genes de tolerancia
a uno o más herbicidas, primando así el uso pesado de éstos agrotóxicos. En el
caso del maíz Bt, la magnitud del aumento de herbicidas cada vez más tóxicos “anula
cualquier modesta reducción puntual en los agrotóxicos que haya ocurrido en los
16 años analizados.” (Benbrook, 2012).
Por
otro lado, debido al uso tan intensivo de herbicidas existen decenas de malezas
resistentes a los agrotóxicos lo que ha motivado que las empresas manipulen
genéticamente los cultivos para hacerlos tolerantes a herbicidas cada vez más
fuertes, como el 2-4,D (uno de los componentes del Agente Naranja usado como
arma biológica en la guerra de Vietnam); el glufosinato de amonio, el dicamba y
otros. Esta nueva generación de herbicidas es mucho más tóxica y tiene mayor potencial
carcinogénico. Agricultores en Estados Unidos han manifestado expresamente su
oposición porque al fumigar secan los cultivos de predios vecinos. Charles Benbrook
sostiene que si se aprueban cultivos resistentes al 2-4,D, el uso de este
potente agrotóxico se incrementará en un 50%. (Union for Concerned Scientist,
2013).
En
Brasil, a partir de la siembra de transgénicos en 2003, el consumo de tóxicos
agrícolas aumentó más de 200% y sigue aumentando aproximadamente 15% al año.
Brasil se transformó en el mayor consumidor de agrotóxicos del globo desde
2008, usando más de 850 millones de litros anuales, equivalente al 20% de la
producción mundial de éstos. El índice de consumo de agrotóxicos promedio en
Brasil es de 5.2 kg de ingrediente activo por hectárea, lo cual, junto a
Argentina, está entre los promedios más altos del mundo. (Menten, 2008).
En
estudios realizados en Mato Grosso, el estado de Brasil que concentra el mayor
volumen de producción agrícola industrial y también de soja transgénica, se han
comprobado serios daños ambientales y a la salud por esta causa, no solamente
en áreas rurales sino también urbanas. En 2006, en el municipio de Lucas do Rio
Verde, MT, ocurrió una lluvia tóxica sobre la zona urbana a causa de la
fumigación del área con paraquat que realizaban los hacendados para secar la
soja para su cosecha. El viento diseminó la nube tóxica secando millares de
plantas ornamentales y jardines, 180 canteros de plantas medicinales y todas
las hortalizas en 65 chacras alrededor de la ciudad, que cuenta con 37 mil
habitantes. (Pignati, Dores, Moreira. et
al.: 2013). Posteriormente, estudios realizados entre 2007 y 2010 en el
mismo municipio encontraron contaminación por varios agrotóxicos en 83% de los
pozos de agua potable (ciudad y escuelas), en 56% de las muestras de agua en
patios escolares y en 25% de las muestras de aire tomadas durante 2 años.
También se encontraron porcentajes altos de residuos de uno o más agrotóxicos
en leche materna, orina y sangre humana. (Pignati, Dores, Moreira et al.:
2013).
En
Argentina existen 23 millones de hectáreas de transgénicos sobre 33 millones de
ha cultivadas, lo cual se tradujo en un aumento exponencial del uso de
agrotóxicos, particularmente glifosato. Se usan 250 millones de litros por año
de glifosato sobre un total de 600 millones de litros totales de agroquímicos,
en una superficie ocupada por 11 millones de habitantes, lo cual en promedio
significa 6 litros de glifosato y 10 litros de agroquímicos por habitante. En 2012
se aprobaron nuevas versiones de semillas de soja y maíz que llevan varias
modificaciones genéticas “apiladas”, es decir combinan la expresión de la
toxina insecticida Bt con la resistencia a los herbicidas glifosato y
glufosinato (éste último induce, por competición con la glutamina,
malformaciones en animales de laboratorio). Esto habilitará a los productores
en un futuro cercano a fumigar esos cultivos con ambos químicos al mismo
tiempo, lo que incrementará el nivel de contaminación y el riesgo para la salud
ambiental y humana.
5.
Implican altos riesgos a la agrobiodiversidad y al ambiente
Supermalezas. Está
documentada la existencia de al menos 24 malezas o hierbas invasoras
resistentes a glifosato y otros agrotóxicos, resultado directo del aumento masivo
del uso de venenos que conllevan los transgénicos. En un estudio publicado en
diciembre 2013, la Unión de Científicos Preocupados de Estados Unidos señala
que existen malezas resistentes en 50% de las fincas agrícolas, y en estados
sureños, donde el problema es mayor, se encuentran una o más malezas
resistentes al glifosato en 92% de los establecimientos. (Union of Concerned Scientists, 2013). Situaciones
similares se repiten en Argentina, Brasil e India, donde las malezas invasoras
resistentes son un problema cada vez mayor, tanto en cantidad de especies como
en dispersión geográfica.
Contaminación de
semillas nativas y criollas. La erosión y alteración potencialmente
irreversible de la biodiversidad natural y agrícola es un problema global
serio, que se acentúa aceleradamente con los cultivos transgénicos. (Alvarez
Buylla, Piñeyro Nelson, 2009). La biodiversidad y el conocimiento local y
campesino son las claves para la variedad y diversidad de adaptaciones al
cambio climático. Con la contaminación transgénica, esta diversidad está
amenazada, tanto por las consecuencias en las plantas, como por dejar a los
campesinos con semillas dañadas, con secuencias recombinantes (transgenes)
patentadas o sin acceso a sus semillas.
Es
importante enfatizar que los transgénicos no son “una opción más”, como podría
decirse de los híbridos. Una vez que los cultivos transgénicos están en campo, es
inevitable la contaminación de otros cultivos no transgénicos y la acumulación
de las secuencias recombinantes en los genomas de las variedades, sean éstas híbridas,
nativas o criollas; sea por polinización a través de vientos e insectos o por
trasiego, transportes y almacenaje de granos y semillas.
Además
de afectar la biodiversidad, la contaminación transgénica es motivo de juicios legales
por “uso indebido” de los genes patentados promovidos por las corporaciones de
agronegocios. Aunque la siembra comercial de cultivos transgénicos solo está
permitida en 27 países y el 98% de su siembra está en solo 10 países, se han
encontrado 396 casos de contaminación transgénica de cultivos en más de 50 naciones.
(GeneWatch 2013).
La
contaminación de semillas criollas encarna un nuevo riesgo para éstas: los
transgénicos contienen genes de especies que nunca se cruzarían naturalmente con
los cultivos. Existen estudios
científicos (Kato, 2004) que indican que la acumulación de transgenes puede
tener efectos dañinos graves, incluyendo que las variedades nativas o criollas se
deformen o se vuelvan estériles al producirse un rechazo del material genético
desconocido en la especie.
Esto
deriva en graves impactos económicos, sociales y culturales sobre las
campesinas, campesinos e indígenas que son quienes han creado todas las
semillas de que hoy disponemos y son quienes las siguen conservando. Particularmente
preocupante es la contaminación transgénica en los centros de origen y
diversidad de los cultivos, tales como el maíz en Mesoamérica y el arroz en
Asia.
En
México, centro de origen del maíz, se trata de la contaminación transgénica del
reservorio genético y de biodiversidad de uno de los tres granos más
importantes de la alimentación para todo el planeta, por lo que las
consecuencias no son solamente locales sino globales. Igual sucedería con la
liberación de arroz transgénico en Asia. (ETC Group, 2012).
En
México se encontró contaminación transgénica del maíz desde antes de que se
autorizara su siembra experimental. Ante la inminencia de liberación comercial,
la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, UCSS-México, elaboró un
informe sobre los múltiples riesgos a la biodiversidad, la alimentación, la
salud y la soberanía alimentaria, que la liberación de maíz transgénico
conlleva. Con base en este informe la UCSS entregó un llamado al presidente de
ese país a no permitir la liberación comercial del cultivo. El informe y el
llamado fueron apoyados por más de 3 000 científicos en México y el mundo.
(UCCS 2012). En 2013, la UCCS y varias universidades del país publicaron un
extenso compendio de los problemas relacionados con la liberación de maíz
transgénico en México, con la participación de 50 especialistas científicos en
el tema. (Álvarez-Buylla y Piñeyro-Nelson, 2013).
Además
de una gran parte de los científicos, la vasta mayoría de la población en
México, incluyendo sus 60 pueblos indígenas, las organizaciones de campesinos y
agricultura familiar, de consumidores, sindicatos, intelectuales, artistas y
muchos otros movimientos y organizaciones sociales, culturales y educativas se
oponen a la liberación de transgénicos en su centro de origen, posición que
comparten también los organismos técnicos del Estado Mexicano corresponsables
de las políticas sobre biodiversidad.
Contaminación de agua
y suelo.
El uso masivo de agrotóxicos, así como los coadyuvantes y surfactantes que se le
agregan han producido una contaminación acelerada y profunda de aguas y suelos incluso
mucho más allá del lugar de siembra. El problema de la contaminación con
agroquímicos ya existía debido al modelo de agricultura industrial pero con los
transgénicos, por ser manipulados para resistir agrotóxicos y por ello multiplicar
los volúmenes usados, el problema ha adquirido proporciones devastadoras que también
se reflejan en impactos muy fuertes sobre la salud.
En
Mato Grosso, Municipio de Lucas de Rio Verde, se encontraron residuos de varios
tipos de agrotóxicos en 83% de los pozos de agua potable y en dos lagunas, así
como en la sangre de sapos de estos lugares. La malformación congénita de esos
animales es cuatro veces mayor que las muestras tomadas en una laguna de
control. Además, se encontró presencia de agrotóxicos en el 100% de la muestras
de la leche de madres que amamantaban en ese momento. También se encontraron
residuos de agrotóxicos (glifosato, piretroides y organoclorados) en la orina y
sangre del 88% de los profesores analizados en escuelas de ese municipio. (Pignati,
Dores, Moreira et al., 2013).
6.
Riesgos a la salud
El
discurso de las empresas es afirmar que “no se han encontrado evidencias de que
los transgénicos tengan daños a la salud”. Abusan de una lógica invertida,
porque para comercializarlos, se debe demostrar que los alimentos son sanos, no
que aún no se ha encontrado evidencia de daños. En el caso de los transgénicos
es imposible demostrar que sean productos inocuos. Por ello, para evitar demandas,
las corporaciones se refieren con esa lógica invertida a los impactos en la salud
humana y cada vez que hay un estudio científico que muestra daños potenciales,
lo atacan ferozmente. El impacto más evidente y posiblemente el más obvio de
los transgénicos sobre la salud está relacionado al aumento sin precedentes del
uso de agrotóxicos. Los venenos que requieren los cultivos transgénicos se acumulan
a las cantidades de agroquímicos que ya existían por la agricultura industrial,
pero incrementando los volúmenes, concentración de principios activos y
residuos en alimentos, en forma exponencial.
Al
contrario de lo que afirma la industria, existen crecientes evidencias de afectaciones
negativas para la salud. La Academia de Medicina Ambiental de Estados Unidos hizo
pública su posición sobre los transgénicos en 2009, exhortando a las
autoridades, “por la salud y la seguridad de los consumidores” a establecer
urgentemente una “moratoria a los alimentos derivados de cultivos genéticamente
modificados y la instauración inmediata de pruebas independientes y de largo
plazo sobre su seguridad”. (American Academy of Environmental Medicine,
2009).
Una
importante conclusión en la que basan su toma de posición es que, a partir de
decenas de artículos científicos analizados, “hay más que una relación casual entre alimentos transgénicos y
efectos adversos para la salud”. Explican que según los criterios de Bradford
Hill, ampliamente reconocidos académicamente para evaluar estudios
epidemiológicos y de laboratorio sobre agentes que puedan suponer riesgos para
la salud humana, “existe causalidad
en la fuerza de asociación, la consistencia, la especificidad, el gradiente y la
plausibilidad biológica” entre el consumo de alimentos transgénicos y los
efectos adversos a la salud.
Entre
los efectos negativos, comprobados a partir de diversos estudios en animales,
mencionan “riesgos serios”, como infertilidad, desregulación inmune,
envejecimiento acelerado, desregulación de genes asociados con síntesis de
colesterol y regulación de insulina, cambios en el hígado, riñones, bazo y
sistema gastrointestinal. Citan entre otros, un estudio del 2008 con ratones
alimentados con maíz transgénico Bt
de Monsanto, que vincula el consumo de maíz transgénico con infertilidad y
disminución de peso, además de mostrar la alteración de la expresión de 400
genes. (American Academy of Environmental Medicine, 2009).
Coincide
con otra revisión independiente de artículos científicos realizada por los
investigadores Artemis Dona y Ioannis S. Arvanitoyannis de las Universidades de
Atenas y Tesalia, Grecia, que muestran que los cultivos transgénicos aparecen asociados
a efectos tóxicos, hepáticos, pancreáticos, renales, reproductivos y a alteraciones
hematológicas e inmunológicas, así como a posibles efectos carcinogénicos (2009).
Efectos
sobre la salud de transgénicos con la toxina Bt
El
uso de la toxina Bt en los transgénicos es muy diferente del uso de la bacteria
en totalidad que se realiza para control de plagas en diversos sistemas
agroproductivos, ya que en los organismos genéticamente modificados la toxina
Bt está presente durante todo el ciclo de la planta e incluso permanece en el
suelo hasta 240 días después de la cosecha. (Saxena,
Flores, y Stotzky: 2002) Fuerza a una exposición a la toxina en dosis y
tiempos nunca antes vistos. Existen estudios y casos documentados de alergias a
la toxina Bt en humanos, y hay pruebas de alimentación con maíz transgénico Bt
a ratas y cerdos que demuestran la inflamación de estómago e intestino así como
daño a tejidos, sangre, hígado y riñones (Schubert, 2013).
Impactos a la salud de transgénicos
resistentes a agrotóxicos:
El
85% de los transgénicos son manipulados para hacerlos resistentes a uno o mas herbicidas,
separados o en combinación con genes insecticidas. Esto ha causado un aumento sin
precedentes del uso y concentración de agrotóxicos, lo cual ha multiplicado por
cientos de veces el nivel de residuos en los alimentos. Una prueba de ello es
que para autorizar la soja transgénica, varios gobiernos debieron cambiar sus
normas para permitir hasta 200 veces más cantidad de residuos de glifosato en los
alimentos. (Bøhn y Cuhra, 2014).
La
contaminación de fuentes de agua con agrotóxicos y los residuos en alimentos ya
eran un problema para la salud en zonas de producción rural intensiva, que ahora
se tornó dramático con el aumento en el uso de herbicidas debido al cultivo de
transgénicos, además de expandirse a zonas urbanas.
En
2013 grupos de voluntarios urbanos de Mar del Plata, Argentina, mostraron
contaminación positiva de uno o más agroquímicos cuando se hicieron pruebas en
la sangre. En Europa, donde el consumo de soja transgénica es alto a través de
alimentos procesados y animales alimentados con pienso transgénico, se
encontraron trazas de glifosato en la orina del 45% de ciudadanos muestreados
en 18 ciudades en 2013. (Friends of the Earth Europe, 2013).
Malformaciones y cáncer por glifosato en
cultivos transgénicos
Experimentos
científicos con animales y estudios publicados en revistas arbitradas, muestran
que el glifosato, el herbicida más usado con los cultivos transgénicos, tiene
efectos teratogénicos, o sea, es capaz de producir deformaciones congénitas. (Carrasco,
Paganelli, Gnazzo et al 2010; Antoniou, Brack, Carrasco et al, 2010; Benachour
y Séralini, 2009).
En
2009 un experimento sencillo en modelos animales (aves y anfibios) en
Argentina, mostró que diluciones de RoundUp (la fórmula comercial del glifosato
más difundida) o la introducción en el embrión de un equivalente a 1/200 000 de
glifosato presente en las formulaciones comerciales, producía efectos sobre la
expresión de genes durante el desarrollo embrionario, capaces de inducir malformaciones
durante períodos tempranos del mismo. (Carrasco, Paganelli, Gnazzo, et al 2010).
Sabemos
que el glifosato inhibe la producción de aminoácidos aromáticos en las plantas
y éstas mueren. En animales, el glifosato inhibe enzimas del grupo de las
citocromo P450 (CYP) que tienen un rol crucial en el funcionamiento de los
mecanismos de desintoxicación de sustancias xenobióticas (sintéticas), actuando
sobre los residuos de toxinas incorporadas al organismo. En este contexto, el
glifosato inhibiría formas de P450 asociadas a la degradación y distribución
del ácido retinoico en el embrión, provocando un aumento del mismo en el
embrión en desarrollo, y por consiguiente el efecto teratogénico: el incremento
del ácido retinoico es capaz de alterar el desarrollo normal de los tejidos
cuando se altera su síntesis o su degradación en el embrión.
Las
malformaciones inducidas experimentalmente son la evidencia más cercana con lo
que se observa en campo y deberían motivar por parte de las autoridades
sanitarias correspondientes la aplicación estricta del principio precautorio,
para resguardar la salud humana y animal, algo que sin embargo han evitado
sistemáticamente. En el Chaco,
Argentina, se ha reportado un incremento de malformaciones del 400%. (Carrasco,
2010). En Santa Fe se ha observado la duplicación de malformaciones, abortos y
bajo peso en los últimos 10 años, un porcentaje similar al comprobado en áreas
de Mato Grosso, Brasil.
Otra
enfermedad crónica relacionada al glifosato es el cáncer. La relación mas
fuerte entre glifosato y cáncer surge del hecho que el glifosato es capaz de
bloquear el sistema enzimático de reparación de ADN en las células, lo cual
induce la acumulación de daños en el material genético. Esto puede detectarse
con pruebas de alta sensibilidad que detectan el grado de daño. Los tests de
genotoxicidad en animales muestran que en las poblaciones de individuos
expuestos, los valores aumentan varias veces respecto a los controles de
individuos no expuestos. (López, Aiassa,
Benítez-Leite, et al.,2012).
Estas
evidencias de daño del genoma por la exposición a agrotóxicos, en particular al
glifosato, son una alerta a posibles efectos crónicos y la puerta de entrada a
la enfermedad oncológica. Tanto en Brasil como en Argentina se ha reportado un
incremento muy significativo de malformaciones congénitas y cáncer en los
estados o provincias con mayor producción de transgénicos.
Localidades
de la provincia de Santa Fe, Argentina, muestran un incremento de cáncer que duplica
la media nacional normal de 206 casos por cada 100 mil habitantes. En Chaco,
Argentina, varias localidades en zonas agrícolas muestran un incremento de 30 a
40% de malformaciones y cáncer comparadas con localidades dedicadas a la
ganadería. (Informe presentado al Ministerio de Salud).
Más
recientemente Samsel y Teneff (2013b) mostraron la relación entre el incremento
del uso del glifosato y numerosas enfermedades metabólicas como consecuencia de
la inhibición de las P450 y los desbalances de los procesos fisiológicos de
desintoxicación que estas enzimas llevan cabo. Esto muestra que la
interferencia con las enzimas CYP por parte del glifosato actúa sinérgicamente
con la disrupción de la biosíntesis de aminoácidos aromáticos por la flora
intestinal junto al impedimento en transporte sulfato sérico. Como
consecuencia, estos procesos influyen en un variado grupo de enfermedades:
gastrointestinales además de obesidad, diabetes, enfermedades cardiacas,
depresión, autismo y cáncer entre otros padecimientos.
En
su última publicación ambos investigadores asocian el incremento de la
enfermedad celiaca asociada al uso del glifosato, estableciendo que se debe a
la inhibición de enzimas CYP que produce el aumento de ácido retinoico, uno de
los responsables de la intolerancia al gluten. Esto refuerza el mecanismo de acción
propuesto para la inducción de malformaciones. (Samsel y Seneff, 2013a).
Las
decisiones políticas que promueven un modelo de producción que combina la
siembra directa de semilla genéticamente modificada con todo su paquete
tecnológico que incluye alto uso de herbicidas, significan la aprobación de un
gran experimento a cielo abierto, de enorme impacto para la salud humana, para
favorecer los intereses económicos de las empresas transnacionales de
agronegocios.
Censura y persecución
a quienes demuestran impactos preocupantes de los transgénicos en la salud
humana
Un caso reciente de
censura que ha tenido mucha publicidad se refiere a los estudios del Dr.
Gilles-Eric Séralini, en el CRIIGEN, en la Universidad de Caen, Francia. Séralini
realizó los estudios de alimentación de ratas de laboratorio con maíz
transgénico, cultivado sin agrotóxicos, más extensos hasta el momento, ya que
cubrieron todo el ciclo de vida de las ratas, lo que podría compararse con el
consumo durante muchos años en humanos. Sus resultados incluyeron que un 60-70 % de
las ratas alimentadas con un maíz transgénico de Monsanto desarrollaron
tumores, contra 20-30 % en el grupo de control, además de problemas
hepato-renales y muerte prematura.
El
estudio es tan relevante que la industria biotecnológica comenzó inmediatamente
una campaña de desprestigio a través de científicos afines, quienes
argumentaron, entre otras cuestiones, que el estudio fue hecho con insuficiente
cantidad de ratas y que las ratas usadas en el experimento tenían tendencia a
desarrollar tumores. Sin embargo, Séralini usó las mismas ratas y mayor
cantidad que las que usó Monsanto en las pruebas que presentó a la Unión
Europea para aprobar ese mismo tipo de maíz transgénico, solo que Monsanto hizo
el experimento por únicamente tres meses, siendo que los efectos negativos se
comenzaron a mostrar a partir del cuarto mes. La presión de la industria
consiguió incluso que la revista científica donde se publicó el estudio se retractara,
aunque el editor admitió que el artículo de Séralini es serio y “no peca de
incorrecto” pero afirma que sus resultados “no son concluyentes”, algo que es
parte del proceso de discusión científica y atañe a gran cantidad de artículos
científicos. Séralini y sus estudios recibieron el apoyo de centenares de
científicos en el mundo. (Bardocz, Clark,
Ewen, S. et al, 2012) y
el artículo original fue publicado posteriormente, por otra revista científica.
El
estudio y el caso de Séralini es grave porque muestra que el consumo de
alimentos derivados de transgénicos puede tener efectos negativos muy serios y
que se deberían realizar muchos más estudios, más extensos, antes de ponerlos en
los mercados. La posición de la industria de los transgénicos y los científicos
que los apoyan es que ante la duda de inocuidad, de cualquier forma deben
ponerse en circulación, colocando a los consumidores en el papel de ratas de
laboratorio, pese a que existen abundantes alternativas para producir los
mismos cultivos, incluso industrialmente, sin transgénicos. [3]
(Séralini, 2012)
7.
¿Hay ventajas con los cultivos transgénicos?
La
realidad, no las promesas de la industria biotecnológica, es que después de
casi 20 años en el mercado, más del 99 % de los transgénicos plantados en el
mundo siguen siendo únicamente cuatro cultivos (soja, maíz, canola y algodón);
todos son commodities, o sea
mercancías industriales para exportación, todos son manejados por grandes empresas,
desde la semilla a la comercialización; todos son para forrajes de animales en
confinamiento, agrocombustibles u otros usos industriales.
El
98% de los cultivos transgénicos está sembrado en solamente 10 países. 169
países no permiten su siembra comercial.
Los transgénicos que se cultivan actualmente tienen sólo 2 caracteres
genéticamente diseñados: resistencia a uno o varios agrotóxicos (85 %) insecticida
autoproducido con cepas de la toxina Bt. (International
Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications, 2013)
Cualquier
otro tipo de transgénicos tienen más bien un papel propagandístico, no se han
consolidado en la realidad. Por ejemplo, los cultivos resistentes a la sequía o
los cultivos con manipulaciones genéticas para mejorar su calidad nutricional,
como el llamado “arroz dorado”, que aportaría vitamina A, no están en el
mercado, principalmente porque no funcionan.
En
ambos casos, esta falla de funcionamiento está relacionada con lo que describimos
en el punto 1 sobre lo rudimentario que es la tecnología de los transgénicos. Tanto
en el caso de la resistencia a la sequía como en los de producción de
sustancias vitamínicas, se trata de características multifactoriales, que no
dependen de un solo gen, ni del genoma mismo. Debido a la complejidad involucrada
y las limitaciones de la visión reduccionista de quienes promueven los OGM, estos
proyectos han fracasado y seguirán fracasando. Pero tristemente ello no
significa que no los pondrán en los mercados, si sus promotores llegan a
tener la oportunidad, pese a sus riesgos y a los pobres y nocivos resultados
obtenidos.
La
característica de resistencia a sequía que encontramos en cultivos no transgénicos
es producto de una adaptación ambiental y local de largo plazo hecha por
campesinos, lo cual se puede favorecer sin transgénicos ni grandes costos de
investigación. Por ser producto de una multiplicidad de factores, tratar de
reducirlo a una manipulación genética es una hazaña costosa, insegura, y que en
el mejor de los casos solo serviría para algunas zonas, no para la gran
diversidad de áreas y situaciones bio-geo-climáticas donde trabajan los
campesinos pobres y la mayoría de agricultores de pequeña escala.
Los
proyectos de investigación de las transnacionales con algunos centros
internacionales de investigación parten, justamente, de la apropiación del conocimiento
campesino, ya que las empresas usan y patentan genes de plantas que han sido
domesticadas y adaptadas por campesinos. Convierten esos cultivos que estaban
adaptados, accesibles y de uso colectivo, en el producto de procesos
tecnológicos muy costosos, pese a lo cual sus resultados son extraordinariamente
escasos y de eventual aplicación insegura y muy estrecha. (Union of Concerned
Scientists, 2012).
Si
lo que se necesita es afirmar la capacidad de los cultivos de adaptación a la
sequía, esto en cualquier caso no se puede hacer centralmente para todo el
planeta, sino que se debe favorecer los procesos diversificados campesinos y la
colaboración con centros nacionales de investigación pública, sin introducir
los riesgos que significan los transgénicos.
El mito del arroz dorado
El
caso de los cultivos con supuestos beneficios nutricionales agregados por
transgenia, como el del “arroz dorado” o arroz con pro-vitamina A, adolece del
mismo tipo de fallas. Se trata de una investigación costosa, financiada con
inversiones público-privadas, con múltiples problemas. Implica todos los
riesgos de los transgénicos que ya mencionamos, y suma otros por el tipo de
manipulación que se hace, diferente de las que ya existen en el mercado.
El
primer tipo de arroz con beta-caroteno (GR1) que se anunció en el año 2000,
desarrollado por Ingo Potrykus y Peter Beyer del Instituto Suizo de Tecnología,
fue un accidente. Los investigadores buscaban otro resultado con ingeniería
genética en arroz, pero “para su sorpresa” según ellos mismos declararon, se produjo
un precursor de beta-caroteno. Esto ya de por sí debería haber sido una llamada
de atención a esos investigadores de que su trabajo no tenía en cuenta muchas
variables de la complejidad del proceso. Por el contrario, lo dieron a conocer
como si fuera un gran éxito, pese a que para obtener la mínima cantidad diaria de
vitamina A que necesita un niño, debía comer varios kilogramos de ese arroz
diariamente. Posteriormente, estos investigadores licenciaron la investigación
a la multinacional Syngenta, que a su vez en 2004 donó la licencia a la
plataforma Golden Rice Humanitarian Board,
a la cual se integró la Fundación Syngenta; sin embargo la empresa retuvo los
derechos comerciales. En el año 2005, Syngenta anunció un nuevo evento
transgénico del llamado arroz dorado (Paine, Shipton, Chaggar,
S. et al., 2005) que tendría
mayor contenido de pro-vitamina A (GR2). Sin embargo, tampoco en este caso está
demostrado que la pro-vitamina sea estable en ese arroz, ya que una vez
cosechado y en el proceso normal de almacenaje, se oxida fácilmente,
disminuyendo al 10% el contenido de pro-vitamina A declarado.
Después
de 20 años y muchos millones dólares invertidos en esta investigación, según el
Instituto Internacional de Investigación en Arroz, el “arroz dorado” está aún
lejos de su comercialización. Esto se debe a las dificultades que implica
tratar de crear una ruta bioquímica totalmente nueva a través de ingeniería
genética (IRRI, 2013). En efecto, el arroz dorado no es una operación de
transgenia como las que ya existen, sino que se trata de manipular un paso
metabólico, lo cual implica complejidades, incertidumbres y riesgos adicionales
a los que ya se conocen sobre los otros transgénicos. No hay seguridad de que
los constructos genéticos sean estables o que el paso metabólico sintético no
actúe de forma diferente de cuando crece en la planta, o que afecte otras rutas
metabólicas con consecuencias impredecibles para las plantas, el ambiente y los
que lo consuman. De hecho estos ejemplos ya han sucedido en experimentos de
laboratorio. (Greenpeace, 2013). Ademas, podría aumentar o disminuir el
contenido de beta-caroteno y promover otros precursores simultáneamente, con
consecuencias que pueden ser graves para la salud humana. Existen evidencias
científicas de que el proceso desde beta-caroteno a vitamina A también puede
generar componentes dañinos a la salud humana si ocurre en altas cantidades (Schubert,
2008). Este tipo de componentes secundarios pueden bloquear señalamientos
celulares importantes para los organismos (Eroglu, Hruszkewycz, Dela Sena et al., 2012). Los resultados
metabólicos de este tipo de ingeniería genética están escasamente comprendidos.
Como si fuera poco, la forma cómo este tipo de beta-caroteno del arroz dorado
sería procesado en el cuerpo humano y qué componentes secundarios podría
producir, a diferencia de lo que sucede con el beta-caroteno natural, son
completamente desconocidos.
En
suma, además de los problemas ya demostrados con los transgénicos de uso común
(el cultivo insecticida Bt y los cultivos resistentes al glifosato), existen serios
problemas potenciales a la salud relacionados con el control de los niveles de
ácido retinoico y otros retinoides del proceso. El beta-caroteno se transforma
en retinal en presencia de la enzima oxigenasa, pero se reduce a retinol, más
conocido como vitamina A. Sin embargo, el retinal también se oxida, formando ácido
retinoico, que en altas cantidades se convierte en un potente teratógeno. (Hansen,
2014).
El
arroz es componente esencial de la dieta cotidiana de Asia y de una gran parte
de la humanidad, por lo que estos riesgos son graves e innecesarios. Además sería
un arroz que se pretende introducir justamente en su centro de origen. Si así
se hiciera, inevitablemente ocurriría contaminación transgénica del arroz
campesino, lo cual tendría impactos tanto sobre las semillas nativas, como en
los derechos de los agricultores y en la salud de los campesinos que lo
consumieran. Pese a que el arroz no tiene polinización abierta, hay muchas vías
de contaminación en almacenaje, trasiego y transporte. Estudios en China ya han
encontrado contaminación transgénica del arroz silvestre y parientes. (Canadian Biotechnology Action Network, 2014)
El
proyecto del arroz dorado transgénico ha consumido más de 100 millones de
dólares de instituciones y “filantropía”, entre otros de la Fundación Bill y
Melinda Gates y varias instituciones nacionales e internacionales de ayuda al
desarrollo, dinero con el cual se podría haber atendido de forma sustentable y
sin alta tecnología, la deficiencia de vitamina A en muchos de los países donde
existe.
Por
ejemplo, la vitamina A existe en diferentes hierbas que acompañan los cultivos,
que son de consumo común entre campesinos que cultivan arroz. Si el arroz se
produce en plantaciones uniformes industriales y con agroquímicos, ese tipo de
hierbas que contienen muchos más nutrientes que solamente una vitamina,
desaparecen. Es decir, la supuesta “solución” crea nuevos problemas. Es lo
mismo con el caso del maíz transgénico cultivado en el área Mesoamericana. Además,
se puede obtener la dosis de vitamina A necesaria diversificando cultivos y con
diferentes frutas y vegetales cuya siembra esté adecuada a cada lugar, situación
que puede ser resuelta por campesinos sin caer en la dependencia, sea del
mercado o de programas públicos que cambian según los cambios de políticas
gubernamentales. Sin embargo, inducir la dependencia quizá sea una intención de
las transnacionales con este proyecto, ya que su finalidad como empresas no es
la caridad.
El
amaranto, la espinaca, la col y muchos otros vegetales comunes en la cocina
asiática tienen, como mínimo, más de cinco veces el contenido de beta-caroteno
que tendría el arroz dorado en una porción normal de alimento. (Shiva, 2014).
¿Los
transgénicos públicos son mejores?
La
Empresa Brasileira de Pesquisa
Agropecuária (Embrapa), institución brasileña de investigación
agrícola, manipuló genéticamente un frijol común para hacerlo resistente al
mosaico dorado, una enfermedad que puede ser plaga de esta especie. Este
evento, llamado Embrapa 5.1, se presenta como un caso emblemático, porque
aunque está patentado, es producto de la investigación pública y hasta ahora no
se ha licenciado a transnacionales. Sin embargo, su aprobación por parte de la
comisión de bioseguridad de ese país (CNTBio) fue poco “pública”, ya que partes
significativas de la investigación y de la información sobre el constructo
transgénico se marcaron como “confidenciales”, de tal modo que ni otros
científicos independientes, ni algunos revisores de bioseguridad tuvieron
acceso a toda la información. (Agapito y Nodari, 2011).
Este
frijol transgénico también se encuadra en las incertidumbres e impactos
potenciales que describimos sobre la ingeniería genética en el punto 1. Pero igual
que el “arroz dorado”, agrega nuevos factores de riesgo, ya que se desarrolló
con una tecnología que no ha sido
utilizada para difusión a gran escala en ningún país del mundo.
La
tecnología usada en el frijol 5.1, llamada pequeño ARN de interferencia –
siRNA– produce una reacción directa al virus patógeno. La planta produce una
molécula que va al silenciar o interferir con la producción de una molécula en
el virus patógeno evitaría que se replique en las células de las plantas. Pero
esta molécula de siRNA puede también afectar la expresión de otros genes en
diversos organismos ya que su mecanismo de acción aún no está bien comprendido.
Hay
evidencia científica que señala posibles riesgos asociados con este tipo de
tecnología. En 2006 se publicó una revisión de artículos sobre el uso de esta
tecnología en plantas transgénicas, en la revista científica Genes and Development. Se describe que
los agentes de RNA son capaces de moverse entre los tejidos de las plantas y
por tanto su acción no sólo afecta a la célula en la que se producen, sino que
puede detonar otras reacciones. (Vaucheret, 2006).
Hay
pruebas de que estas moléculas pueden afectar a otras moléculas no objetivo,
con resultados inesperados y potencialmente negativos. (Agapito y Nodari, 2011).
Estudios posteriores, incluyendo los de dos investigadores de la agencia oficial
de Estados Unidos EPA (Agencia de Protección Ambiental) confirman estas
proposiciones. (Lundgren y Duan, 2013).
Nuevamente,
el frijol es un componente básico de la alimentación en Brasil. Los agricultores
de pequeña escala son responsables de más de dos terceras partes de lo que se
produce. En lugar de ofrecer una alta tecnología, que coloca nuevos riesgos al
ambiente y a la salud, y de la cual ni siquiera está comprobada su efectividad,
se debería apoyar a los campesinos y agricultores familiares a reforzar sus estrategias
propias,agroecológicas y adecuadas a una diversidad de situaciones, para
enfrentar la plaga del mosaico dorado y otros problemas.
8. ¿Quién gana y
quién pierde con los transgénicos?
No
hay duda de que los que más se benefician con los cultivos transgénicos son las
seis transnacionales que controlan el 100% de las semillas transgénicas a nivel
global: Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow Agrosciences, Bayer y Basf. Son las
seis mayores corporaciones de producción de químicos y juntas controlan el 76%
del mercado mundial de agrotóxicos y el 60% del mercado mundial de todo tipo de
semillas. Además, dominan el 75% de toda la investigación privada sobre cultivos.
Nunca
antes en la historia de la alimentación había ocurrido tal grado de concentración
corporativa en un sector esencial para la sobrevivencia. Esta configuración
también explica que los transgénicos signifiquen un enorme aumento del uso de
agrotóxicos, ya que es lo que les reporta mayores ganancias: el mercado de
venta de agrotóxicos es mucho mayor que el de venta de semillas.
La
industria biotecnológica afirma que los transgénicos son los cultivos “más
analizados” de la historia. Es falso, porque en los países donde se han
autorizado, se basan en los estudios y conclusiones de las propias empresas. En Europa, donde se requieren estudios adicionales,
prácticamente no se cultivan transgénicos y varios países europeos han optado incluso
por prohibir su siembra.
La
realidad es que los cultivos transgénicos están llenos de incertidumbres y
riesgos a la salud y al ambiente y no aportan ninguna ventaja frente a los
cultivos que ya existían. La semilla es mucho más cara, rinden menos en promedio,
usan mucho más agrotóxicos y al estar patentados, la contaminación transgénica
es un delito para las víctimas. Adicionalmente, según datos de los analistas de
la industria, la investigación y desarrollo de una semilla transgénica cuesta
en promedio 136 millones de dólares, mientras que el desarrollo de una semilla
híbrida cuesta un millón de dólares. (Phillips McDougall, 2011).
La
única razón para comercializar transgénicos es que las empresas obtienen
mayores ganancias aunque sean un producto más deficiente que los híbridos que
ya existían. Un producto que en la diversidad de terrenos y variaciones
climáticas y geográficas de la gran mayoría de agricultores de pequeña escala
en el mundo, ni siquiera funciona.
Frente
a estos datos, la pregunta que muchos se hacen es ¿cómo consiguió esto la
industria? Ha sido un proceso de varias aristas. Por un lado, en las últimas
tres décadas, grandes empresas transnacionales han ido comprando las empresas
nacionales y regionales de semillas y agronegocios para obtener el control del
mercado. Paralelamente convencieron a los gobiernos de que la ingeniería
genética era un gran progreso para la agricultura y alimentación, pero que por
sus costos y riesgos, sólo tenían capacidad de desarrollarla y evaluarla dentro
de la propia industria, por lo que había que apoyarlos, en desmedro de los
análisis de riesgo independientes y de otras alternativas de investigación
agronómica pública. La investigación agrícola pública ha sido desmantelada progresivamente.
Y para apoyar a la industria “a alimentar al mundo”, los gobiernos han ido
adoptando leyes nacionales e internacionales de propiedad intelectual, de
semillas y de bioseguridad que garantizan el bienestar de los cárteles
oligopólicos. (ETC Group, 2008).
Si
los productores de Estados Unidos y Canadá siguen plantando transgénicos, es
porque no pueden elegir otra opción: las mismas corporaciones de agronegocios
controlan todo el mercado de semillas y solo multiplican las que quieren vender,
por lo que a la hora de sembrar, sólo encuentran oferta de semillas transgénicas.
Una situación similar se repite en los mercados industriales de Brasil, India y
Argentina (esos 5 países cubren el 90% del mercado mundial de transgénicos) con
agregados de situaciones particulares, como el bajo pago de regalías porque los
agricultores multiplican su propia semilla –contra la voluntad de las empresas;
u otros recursos que no tienen que ver con “ventajas” de los transgénicos, sino
con el poder económico de mercadeo y
control de las transnacionales sobre los gobiernos.
Los
que perdemos con los transgénicos somos la mayoría de los pueblos del planeta,
desde los campesinos y agricultores pequeños, a los consumidores de las
ciudades, pasando por los investigadores públicos y todos los que tenemos que
sufrir la contaminación química de alimentos, agua y suelos.
En
todo el mundo, las encuestas confirman que la gran mayoría de los consumidores no
quiere comer transgénicos. Las corporaciones lo saben, por eso se oponen al
etiquetado de sus productos, gastando decenas de millones de dólares para
impedirlo. Si los transgénicos no conllevaran perjuicios, como ellos afirman,
no deberían tener problema en que se etiquetaran.
La vasta mayoría de
los campesinos y agricultores familiares se oponen a los transgénicos porque
representan una amenaza más a su precaria situación económica, desplazando sus
mercados, contaminando las semillas, tierra y agua.
Como
describimos en la introducción de este documento, son los pequeños proveedores
de alimentos (campesinos, pescadores artesanales, huertas urbanas, etcétera) los
que alimentan a más del 70% de la población mundial. La industria de los
transgénicos los desplaza y amenaza sus semillas y sus formas de producción por
muchas vías, y con ello aumenta el hambre y la desnutrición mucho más que lo
que cualquier semilla tecnológica “milagrosa” podría jamás atender.
Existen
muchas alternativas de sistemas agrícolas, diversas y más acordes con la
naturaleza, que no crean dependencia con las transnacionales, que fortalecen la
soberanía y las diferentes formas de desarrollo local, que favorecen a los
pobres del campo y de la ciudad, que aumentan las oportunidades de trabajo, los
mercados y agroindustrias locales, sin riesgos para la salud y el ambiente, y
mucho más económicas y éticas.
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[1] Impactos evidenciados claramente en el
caso de las poblaciones directamente afectadas por el aumento del uso
agrotóxicos en zonas de cultivos transgénicos. Adicionalmente, existen
numerosos estudios que sugieren otros impactos en la salud humana, extrapolados
de resultados de experimentos con animales de laboratorio.
[2] Muy especialmente en su obra No está en los genes,
(2009), Lewontin ha denunciado las carencias teóricas del reduccionismo
genético.
[3] Todos los artículos, respuestas y
controversia de este caso se pueden leer en www.gmoseralini.org
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