Raúl Zibechi
El escenario político-social ha estallado en múltiples partículas al punto que, por lo menos en América Latina, se va conformando una gruesa nube, o neblina, que desfigura la realidad. La situación es tan compleja que no es sencillo encontrar un eje analítico capaz de dar cuenta del conjunto o que pueda mostrar que existe una realidad única. El escenario de los últimos meses incluye desde amenazas de invasión a México por Estados Unidos hasta un amague de estallido popular contra el gobierno de Evo Morales, pasando por la prisión de líderes indígenas en Ecuador acusados de terrorismo hasta el ascenso de un destacado dirigente de la izquierda colombiana como vicepresidente del ultraderechista Juan Manuel Santos.
Si posamos la mirada en el Foro Social Mundial (FSM) reunido en Dakar, Senegal, las contradicciones no desaparecen. Un año atrás la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana, que protagonizó la resistencia a las multinacionales en junio de 2009 en Bagua con un saldo de decenas de muertos, pidió apoyo para exigir la salida de la petrolera brasileña Petrobras de la selva amazónica. Pero Petrobras es una de las que financian el encuentro.
En esta undécima edición del foro los movimientos han pasado a un tercer lugar, detrás de los gobiernos y las ONG. Éstas son protagonistas desde la primera edición y los gobiernos han ido ganando espacio en la misma proporción que se fue vaciando la participación. No tiene mucho sentido echar culpas, sino esforzarse en comprender las razones que llevaron al FSM a su realidad actual y cuáles pueden ser los caminos para coordinar resistencias.
El problema más importante que enfrenta el foro es la confusión en torno a quiénes son los sujetos de los cambios, aunque debe decirse que esta confusión está presente en toda la izquierda y en buena parte de los movimientos. Muchos intelectuales, dirigentes políticos y de movimientos sostienen que ahora son los gobiernos los encargados de construir un mundo nuevo o el
otro mundo posible. No es lo mismo la competencia interestatal para transitar de un mundo unipolar a otro multipolar que la lucha por la emancipación y la autonomía de los oprimidos. En el primer escenario es posible considerar a Petrobras como un aliado, pero en el segundo es un enemigo, se lo mire por donde sea.
El segundo problema es la división entre lo político y lo social. No es cierto que los movimientos sean
sociales. Son esencialmente políticos, y en esa confusión tienen un papel muy considerable los intelectuales que se han rendido al eurocentrismo y repiten las más trilladas teorías académicas sin atenerse a la realidad de lo que sucede en el abajo que se organiza y se mueve. El concepto de movimiento está en disputa, no sólo por la cuestión de si son
socialeso
antisistémicos, sino por la concepción misma de lo que es un movimiento: si se trata de un aparato, una estructura organizativa o algo más complejo y abarcativo. Comprobar que muchos movimientos han devenido meras organizaciones sociales, con dirigentes separados de las bases, con locales bien equipados y prácticas similares a las de las ONG, debería llevarnos a reflexionar acerca de qué hablamos cuando decimos
movimientos.
La tercera cuestión que debemos zanjar es cómo entendemos el patrón actual de acumulación de capital. Si los problemas se reducen a los países del norte, como señaló Lula días atrás en Dakar, dejamos de lado nada menos que el extractivismo, que es la forma que asume el modelo neoliberal en el periodo actual. Y omitimos problemas como la explotación de la Amazonia por
nuestrasmultinacionales y por
nuestrosgobiernos, con emprendimientos hidroeléctricos como Belo Monte y Río Madera, entre muchos otros, que sacrifican pueblos enteros en el altar del desarrollo.
Por último, desde los movimientos debe admitirse que no tenemos un modelo alternativo y viable al extractivista pero debe forzarse un debate abierto, que no excluya a los gobiernos, sobre los caminos posibles para salir del modelo actual, como primer paso para comenzar a pensar estratégicamente. La filosofía del buen vivir aún no se ha convertido en alternativa política, no ha encarnado en la vida real, y las más de las veces se reduce a discursos que encubren prácticas afines a la acumulación de capital.
La impresión es que los foros sociales han cumplido su ciclo y han dejado de ser espacios de intercambio e interconocimiento entre movimientos de base y activistas. La profesionalización de los foros los ha convertido en espacios mediáticos que poco tienen que ver con las preocupaciones y necesidades cotidianas de los movimientos reales del abajo. Sin embargo, algún tipo de coordinación, encuentro, intercambio y debate sigue siendo necesario entre los movimientos antisistémicos y entre los activistas anticapitalistas. Que se encuentren, por ejemplo, piqueteros y sin techo, comunidades en resistencia contra la minería de Perú, Argentina y Ecuador, y así. Un problema es el formato. Encuentros demasiado grandes implican presupuestos que los más necesitados no pueden afrontar. Los temas no pueden ser muy pretenciosos, ya que suelen quedarse en cuestiones demasiados generales.
Tenemos, no obstante, abundantes experiencias. Desde el Encuentro por la Humanidad y contra el Neoliberalismo de 1996 y el Festival de la Digna Rabia de 2009 convocados por el EZLN, hasta los encuentros semestrales de la Unión de Asambleas Ciudadanas contra la minería en Argentina y las actividades contra la represa de Belo Monte que estos días llegaron a las 500 mil firmas de rechazo. O las diversas coordinaciones contra la ocupación
progresistade Haití. Hay mucha actividad por abajo que no espera la convocatoria de grandes sucesos. Fue el impresionante ciclo de protesta nacido con el caracazoy los diversos ¡Ya basta! lo que abrió espacios para los foros. Ese ciclo terminó, y ahora es necesario arar a ras de suelo para seguir sembrando.
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