lunes, 14 de marzo de 2011

Donde se fumiga glifosato viven más de 13 millones de personas

Tiempo Argentino hizo el primer relevamiento a nivel nacional
Donde se fumiga glifosato viven más de 13 millones de personas

Publicado el 13 de Marzo de 2011

Por Manuel Alfieri
A pesar de la contundencia de las denuncias, no existe información sistematizada oficial sobre la cantidad de pueblos afectados. Hay 54 denuncias ante distintas ONG y la justicia, pero varios especialistas aseguran que llegan a 600.
 
A pesar de que los informes de médicos y científicos independientes de la Argentina vinculan directamente el uso de glifosato con una variedad enorme de enfermedades, que –además– crece año tras año, aún no existe un registro certero ni información sistematizada sobre los pueblos afectados por este drama, que el Movimiento Nacional Campesino Indígena define a secas: “Un desastre sanitario.”
 Se sabe que el herbicida más popular y polémico del momento, utilizado en la agricultura para matar todo tipo de vida vegetal y permitir el avance de la soja transgénica (entre otros cultivos), se disemina sobre 22 millones de hectáreas en 12 provincias de nuestro país, aunque nadie se haya tomado el trabajo de especificar cuáles son los pueblos damnificados.
También se conoce que en el último año se utilizó la abismal cantidad de 200 millones de litros, cuando hace dos décadas se usaba sólo un millón anual, pero así y todo no se le puso nombre y apellido a las poblaciones que lo padecen sobre sus cabezas; con una creciente contaminación ambiental y aumento exponencial de distintas enfermedades y patologías, entre otros muchos problemas. Por eso, Tiempo Argentino decidió dedicar un mes a la elaboración del primer mapa del glifosato en la Argentina (ver infografía).
El primer dato que surgió a partir de las denuncias presentadas ante organizaciones ambientalistas y/o la justicia es que son 54 los pueblos que confrontan en forma directa, tratando de cambiar su situación. Pero al consultar con diferentes especialistas (Centro de Protección a la Naturaleza, Red Nacional de Acción Ecologista , a los médicos de Pueblos Fumigados y a los investigadores Jorge Rulli y Claudio Lowy) sostienen que son más de 600. Y esto no resultaría extraño si se tiene en cuenta que las personas afectadas directa e indirectamente por el glifosato en la Argentina son, según cálculos de geógrafos de la Universidad Nacional de Córdoba, más de 13 millones. Es decir, un tercio de la población.
Tal vez por eso, Jorge Rulli , considera que “esto es parte de un genocidio encubierto, por el que deberán pagar sus responsables. Los pueblos fumigados son cada vez más e, incluso, la soja transgénica está llegando a lugares antes impensados, como Río Negro o Neuquén.” El hombre sabe de lo que habla: es autor del libro Pueblos Fumigados, una vasta recopilación de testimonios, datos e información, que lo obligó a viajar por todo el país y visitar las comunidades más perjudicadas por el avance de la soja transgénica y el glifosato. “Es terrible andar por el interior y ver chicos con cáncer, malformaciones, enfermedades de todo tipo a causa del glifosato. Yo entiendo que es mucha la plata que hay en juego, ¿pero ese dinero vale más que la vida de un niño?”, agregó el ambientalista.
El glifosato, junto a otros agroquímicos, se aplica sobre casi el total de las 18,7 millones de hectáreas sembradas con soja en la Argentina. Y , según el informe del Primer Encuentro de Médicos de Pueblos Fumigados, ese número crece a 22 millones de hectáreas, si se tiene en cuenta que también se rocía sobre otros cultivos, como trigo, arroz, girasol, maíz y algodón. El trabajo “Glifosato y transgénicos”, del Foro Ciudadano de Participación por la Justicia y los Derechos Humanos, sostiene que nuestro país ocupa el segundo puesto en el mundo en superficie plantada con transgénicos, detrás de los Estados Unidos.
En base a estos datos, geógrafos de la Universidad Nacional de Córdoba calcularon que 13,4 millones de personas son afectadas por las fumigaciones, principalmente aéreas, que se hacen sin rigurosos controles y a escasos metros de las casas, escuelas, comercios y ríos de los pueblos y ciudades. Porque este no es un fenómeno que afecta sólo a pequeñas localidades: Tiempo lo demostró en una nota del 10 de octubre de 2010, en la que reveló que las fumigaciones también se hacen sobre las vías del tren de grandes capitales (incluso la Ciudad de Buenos Aires), como forma de desmalezamiento y prevención de plagas.
De todo el país, las zonas más afectadas son el norte de Buenos Aires (9 pueblos relevados), el sur de Santa Fe (13 poblaciones) y el centro de Córdoba (17), con lugares en donde se utilizan más de diez litros de glifosato por hectárea, cuando hace pocos años se usaban sólo dos. Allí viven alrededor de 8 millones de personas y están los mayores daños al ambiente y la salud. Según datos oficiales, en Córdoba la soja representa entre el 80 y el 85% del área cultivada con granos; en Santa Fe, oscila el 90%.
El caso más famoso en esa región, relacionado con los problemas que llegaron de la mano de las fumigaciones con glifosato, es el del Barrio Ituzaingó Anexo, en tierra cordobesa. Allí se detectaron más de 500 enfermedades (principalmente distintos tipos de cáncer) en una población de sólo 5000 habitantes. Un grupo de vecinas, conocidas como Las Madres del Barrio Ituzaingó, demostró y denunció que las patologías aparecidas en la población estaban directamente relacionadas con las fumigaciones aéreas, que se hacían por sobre los techos de sus casas.
“Sabemos que el deterioro ambiental es inevitable, como lo es el precio que tenemos que pagar por un supuesto progreso que beneficia a unos pocos”, dicen las Madres en su informe “Genocidio encubierto en el Barrio Ituzaingó de Córdoba”. Producto de estas denuncias, el 16 de enero de 2009 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner creó la Comisión Nacional de Investigación sobre Agroquímicos, “para la investigación, prevención, asistencia y tratamiento en casos de intoxicación o que afecten, de algún modo, la salud de la población y el ambiente, con productos agroquímicos en todo el Territorio Nacional”, según puede leerse en el decreto (ver recuadro).
Entre Ríos, Santiago del Estero, San Luis, Chaco, Salta, Jujuy, Tucumán, La Pampa y Corrientes tampoco están exentos, aunque la cantidad de glifosato que se usa sea menor. Por ejemplo, en La Leonesa, una pequeña localidad de Chaco donde se fumiga glifosato sobre grandes plantaciones de arroz transgénico, uno de los pocos estudios oficiales que se realizó en el país certificó que, durante la última década, el cáncer en niños se triplicó y las malformaciones en recién nacidos aumentaron un 400%.
En su libro Pueblos Fumigados, Rulli asegura: “Las consecuencias del uso intensivo de agrotóxicos para los cultivos de soja transgénica han provocado innumerables problemas para el medio ambiente y la salud humana, al aumentar el número de enfermedades cancerígenas, malformaciones congénitas, lupus, artritis, púrpura, problemas renales y respiratorios y alergias varias.”
El glifosato es apenas el nombre por el que se conoce al producto comercial Round-Up Ready, de la multinacional Monsanto. Pero esta formulación también incluye muchas otras sustancias. El médico Alejandro Oliva , que durante años observó los efectos del herbicida en pueblos sojeros del interior, explicó: “Normalmente, este producto lleva agregados de otros agroquímicos, como el endosulfán, clorpirifos o el 2,4-D. Varias de estas sustancias están prohibidas en muchos países por ser altamente perjudiciales para la salud humana.” Efectivamente, en junio de 2007 la Comisión Europea propuso incluir al endosulfán entre las sustancias a ser erradicadas del planeta por ser muy persistente en el ambiente, tener un gran potencial de bioacumulación, transportarse a grandes distancias y ser muy tóxico para casi todo tipo de organismos. En la Argentina, pese a todo, se sigue utilizando: uno de los estudios que realizaron las Madres del Barrio Ituzaingó determinó que en su agua había restos de endosulfán.
Quizás el trabajo más importante que se haya realizado en el país pertenece al mencionado Andrés Carrasco , docente e investigador de la UBA, que trabaja desde hace casi 30 años en desarrollo embrionario y fue presidente del CONICET. En 2009, mediante ensayos de laboratorio, Carrasco comprobó el efecto devastador del glifosato en embriones, aun en dosis muy por debajo de las utilizadas en los campos de soja.
“Nosotros vimos que introduciendo cantidades muy pequeñas de glifosato puro en embriones, este agroquímico ocasiona diversas y numerosas deformaciones. Y esto puede extrapolarse tranquilamente a los seres humanos”, consideró Carrasco ante este diario, quien recibió numerosas presiones y amenazas al momento de esta publicación. Y aunque el trabajo del investigador fue descalificado por los medios de comunicación hegemónicos, como los diarios Clarín y La Nación, en agosto de 2010 fue publicado por la prestigiosa revista Chemical Research in Toxicology, lo que finalmente le otorgó –según sostienen en el ámbito académico– aval científico. La falta de respaldo resulta evidente si se tiene en cuenta que, tal como publicó Tiempo Argentino en su edición del domingo pasado, Héctor Huergo, director del suplemento Rural de Clarín y ex director del INTA (responsable de una polémica gestión) promueve el uso del glifosato, tanto como el diario La Nación, dados los intereses comerciales que tienen por los ingresos de publicidad y Expoagro, sólo por citar dos casos.
El fenómeno, lejos de reducirse, fue in crescendo: “El consumo de glifosato por hectárea viene aumentando en la misma parcela de tierra año tras año –detalla el informe de Médicos de Pueblos Fumigados–, probablemente por la resistencia que van adquiriendo las malezas. En 1996 se comenzó fumigando con menos de dos litros por hectárea, hoy tenemos zonas que están arriba de los diez litros por hectárea, y en algunas se instila hasta cerca de 20.” Los números son precisos: en 1991 se diseminó un millón de litros de glifosato en todo el país. En 2009, según CASAFE (Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes), se alcanzaron los 200 millones de litros, lo que representa casi 400 mil tanques de agua hogareña y el 8,5% del total utilizado a nivel mundial.
Así como en 18 años el uso de glifosato creció 200 veces, los controles estatales, por el contrario, se ven cada vez más reducidos. “No conozco un solo caso de un inspector que haya parado a una maquina fumigadora y le haya tomado una muestra para analizar. Entonces, no sabemos qué se está fumigando. Aquí tiene que haber una articulación entre las distintas jerarquías de gobierno para que la situación cambie de una vez por todas”, sentenció Claudio Lowy, ingeniero forestal especialista en desarrollo humano sustentable, quien realizó una huelga de hambre en noviembre de 2010 frente a la Defensoría del Pueblo de la Nación para que se reclasificara la toxicidad del glifosato como un químico “sumamente peligroso, muy tóxico”.
El horizonte no resulta alentador. Según estimaciones oficiales, durante este año las hectáreas sembradas con soja transgénica crecerán en un 1,9% respecto de la temporada pasada. La producción ya alcanzó las 100 millones de toneladas de granos. “Eso abre un camino de crecimiento, donde la meta es llegar a duplicar ese volumen en la próxima década y seguir incorporando tierra arable al proceso productivo de la Argentina”, expresó Julián Domínguez, Ministro de Agricultura de la Nación, en la inauguración de Expoagro, evento organizado por el multimedios Clarín y el diario La Nación. Los especialistas aseguran que, en consecuencia, el uso de glifosato seguirá en aumento, al igual que el número de enfermedades. Mientras, los distintos proyectos de ley que intentan poner límites a las fumigaciones aéreas y terrestres duermen en el Congreso desde hace tiempo. <

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