jueves, 7 de abril de 2011

Silvia Suppo y Julio López: tres veces desaparecidxs.

Silvia Suppo y Julio López: tres veces desaparecidxs.
Un grupo de artistas locales realizó un mural en el marco de la Semana de actividades por Memoria, Verdad y Justicia “A un año del asesinato político de Silvia Suppo”. Semana que fue coordinada por diversas organizaciones sociales, políticas y culturales de la ciudad de Rafaela y que se realizó entre los días 21 y 29 de marzo pasado. Dicho mural fue agraviado el viernes 1 de abril, apenas un par de días de haberse finalizado.
Conceptualmente el mural representa el sol que ilumina, crecimiento y esperanza a través de un fondo de paisaje agreste, en verde y amarillos. Lo agreste simboliza un nuevo comienzo como sociedad. Sobre este fondo se realizaron esténciles (como registro, repetición, igualdad) con el rostro de una niña y un niño (repetición de estos esténciles como símbolo de las nuevas generaciones). En la frente de cada unx de estxs ninxs se escribieron palabras que significan, genéricamente, violación a todos los derechos humanos: Olvido - Ausencia - Indiferencia -Injusticia - Violencia - Discriminación - Represión - Abuso - Desigualdad - Mentira - Negación - Desaparición.

La frase “Nunca Más” aparece en el centro de la escena debajo de las caras de Silvia Suppo y Julio López. Dicha frase es un símbolo, instalado en la sociedad desde los años 80 con el regreso a la democracia que expresa, en dos palabras, el repudio de gran parte de la sociedad argentina por los crímenes de lesa humanidad ocurridos en nuestro país en el llamado Proceso de Reorganización Nacional. Dos palabras que con el tiempo trascendieron su origen para instalarse como representativas de todo aquello que no debe suceder. Silvia Suppo y Julio López son dos iconos del Nunca Más. (Pintados en negro, con transparencias verdes y amarillas, como símbolo de lo que no queremos que vuelva a pasar en este paisaje en el que el ser humano todavía no ha intervenido).

La fuerza expresiva de la pintura (negro sobre blanco) está puesta en esos niños y niñas que en sus frentes tienen escritas las palabras antes mencionadas. La idea es revelar que existen Derechos Humanos vulnerados y a esa violación están sometidas las nuevas generaciones en manos de una sociedad que continúa olvidando, que permanece ausente e indiferente, encerrada en sus propios privilegios.

No sabemos quién o quiénes lo han borrado. No sabemos quiénes consideraron indigno defender Derechos Humanos básicos. Sólo decimos que quienes propiciaron la vejación de este mural fomentan -por temor, prejuicio o convicción-, una sociedad en la que se privilegia el abuso sobre lxs más débiles. Sostenemos que acciones como éstas perpetúan la cadena de silencio y complicidad que mantiene vigente el mismo aparato represivo que no sólo actúa sobre aquellas personas que como Silvia Suppo y Julio López se atrevieron a denunciarlo, sino que condena a muchísimos seres humanos a sobrevivir –que no es lo mismo que vivir- en un mundo indiferente, injusto, e inhumano.

Hoy más que nunca, Silvia Suppo ¡PRESENTE!
Aparición con vida de Julio López.
Derechos humanos para todxs hoy!

Espacio Verdad y Justicia por Silvia Suppo
La casona de los pibes
Centro Cultural y Social Estación Esperanza
Promotores Territoriales para el Cambio Social
Enredadera Grupo de mujeres y feministas
Artistas locales
Movimiento Evita
SADOP delegación Rafaela
Instituto Santafecino de Políticas Públicas
CTERA
AMSAFE Provincial
CTA Región Centro
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10/04/2011 - SUPLEMENTO RASTROS
Los adictos de la Derecha Entre las numerosas actividades que se realizaron en Rafaela durante la Semana de la Memoria, hubo una que se destacó especialmente por el impacto simbólico que supone para la ciudad: la creación del Mural de la Memoria, a cargo de varios artistas plásticos locales. Ubicada en calle Pueyrredón, unos pocos metros antes de llegar a la esquina con A. Álvarez, la obra consiste fundamentalmente en la plasmación de los rostros de Silvia Suppo y Julio López. Debajo, el lema Nunca Más, síntesis de la imperiosa necesidad de justicia, de reflexión constante, de no abandono del ejercicio crítico de la memoria como forma de reparar, simbólicamente, los horrendos crímenes perpetrados por la última dictadura. En los bordes, el peligro al que se expone a las nuevas generaciones si, por el contrario, el olvido se instala definitivamente en la sociedad. Tal como fue concebido, el Mural duró cuatro días. El sábado 2 de abril, nada menos, apareció tachado. ¿Qué cosas viene a decir este doble hecho, la creación del mural y su Tachadura inmediata, constituido en signo evidente de ciertos desgarros ya inocultables en el interior de nuestra pequeña comunidad? 
En primer lugar, es necesario comprender que no se trata de un simple acto de vandalismo, como se ha dicho en algún recinto. La rotura de un farol en una plaza, sí: es un hecho vandálico regido mayormente por el azar y que no posee ninguna significación más allá del modo, bastante extraño por cierto, que el autor tiene de demostrarse a sí mismo que está vivo y que puede hacer con sus manos algo tan interesante como arrojar una piedra y, si tiene suerte, dar en el blanco. La Tachadura del Mural, en cambio, es un acto macabro de profundas resonancias éticas, políticas e ideológicas, y cuya gravedad aún no es posible medir del todo. Porque la concreción de esta obra comportaba una verdadera conquista, un triunfo simbólico para Rafaela: era inscribir, en el imaginario social y en la rotunda evidencia del territorio, la necesidad de revisar y repensar críticamente lo ocurrido aquí mismo, en un radio compuesto por unas pocas cuadras, durante los años de la dictadura. En una comunidad donde torturadores y torturados fueron vecinos durante décadas, con el silencio civil alrededor, y en donde, para la gran mayoría, nada aberrante había pasado en la isla hasta que el crimen de Silvia Suppo empezó a iluminar, cada vez con más fuerza, las vastas zonas oscuras de lo jamás dicho entre nosotros, en una comunidad así, pequeña y mediana como la gran mayoría de las empresas, comercios e industrias que, día tras día, no se cansan de lustrar ese brillo de la rafaelinidad, un brillo capaz de llegar siempre más allá pero no tan acá, en una comunidad como esta, la concreción del Mural significaba dejar grabada para siempre en la piel de la ciudad la marca de un compromiso capaz de impulsar a decir lo indecible de Rafaela.
Pero lo que se ve ahora es otra cosa, algo así como los restos mudos del horror, que sin embargo piden a gritos una lectura, una interpretación del espesor simbólico que arrastran, que soportan. Es necesario que se sitúe este acto macabro en el psiquismo de la ciudad. Se ha hablado de “Mural desaparecido”, pero no parece ser lo más exacto: el Mural sigue estando en el mismo lugar. Es otro Mural en el mismo emplazamiento, entonces: el lugar ha cambiado. No se trata tampoco de un silenciamiento. Y hay borrones, pero no alcanzan a producir un borramiento: aún se lee Nunca Más, aún se alcanza a vislumbrar la boina de Julio López. La ciudad sacudida: el vecino desprevenido que pasa caminando y se detiene a observar el nuevo Mural, si abre los ojos, si lo piensa un segundo, será alcanzado por una experiencia del orden de lo siniestro. ¿Qué se ha querido obturar aquí? Se lo podría nombrar como El Mural Tachado. No es una cuestión menor ni una banal discusión acerca de los rótulos: este acto viene a poner, después de las desapariciones, las torturas, las violaciones, los crímenes y las nuevas desapariciones, la Tachadura. Se tacha a Silvia Suppo, se tacha a Julio López. ¿Por qué se los tacha y de qué se los tacha?
Hay una doble etimología de la palabra ‘adicto’. En la antigua Roma, el addictus era quien debía convertirse en esclavo, ya como último recurso, al no poder pagar sus deudas. Por otro lado, a-dicto significa sin palabras, señala lo no dicho. Aquí hay una clave para leer el signo del Mural Tachado: en el radio de acción del discurso de la Derecha no se “habla” con palabras sino a través de actos brutales. El adicto de la Derecha no pone en palabras, hace desaparecer; no dice, tortura; no ingresa en la esfera del pensamiento, picanea, viola, secuestra. No entra en diálogo, tacha. Y con respecto a eso de estar esclavizado por no poder poner en palabras lo traumático, por no saber cómo desanudar esa red, ¿qué se hace con la gran deuda simbólica de la ciudad, de la historia argentina? ¿Se la “paga” con tachaduras? No importa saber quiénes fueron los “diestros” autores de la Tachadura; importa, sí, comprender que son meros adictos de la Derecha, simples agentes de la astucia de la Derecha, una mera erupción de ese discurso no hecho de palabras sino de actos brutales. ¿Qué voluntad es la que mueve a los tachadores? ¿Por qué deciden tachar? ¿Qué quieren suprimir? ¿Desde qué régimen de pensamiento se acepta que sólo mediante el olvido de semejante trauma histórico puede ser posible aspirar a la construcción de un país mejor? La astucia de la Derecha tiene sus operaciones de reinserción. ¿A qué grandioso país se nos condujo, en los ’90, con la imposición del olvido? Después del Punto Final, y no pudiéndose borrar el horror, que es imborrable, adviene la grosera Tachadura. ¿Serán alguna vez capaces, los adictos de la Derecha, de construir un discurso con palabras y ya no con picanas, borrones, tachaduras? ¿Podrán desanudar esa cosa que los impulsa a tachar al otro? ¿Dejarán de ser adictos, es decir, esclavos de esa cosa que, no siendo hablada, no pudiendo ser dicha, los arrastra hacia la tortura, la picana, la Tachadura?
Finalmente, una feroz comprobación: está intacto el poder revulsivo de ciertos modos de intervenir en la trama simbólica de la ciudad. Comprobación feroz, en el campo del arte rafaelino, de que hay ciertas cosas que no son admisibles, que no pueden ser mostradas ni dichas, porque se corre el riesgo de ser tachado. Específicamente en la praxis artística, este hecho debería servir para la delimitación de las coordenadas de lo revulsivo. En esto late una posible redefinición de los modos de creación locales, del íntimo pasaje entre ética y estética, y de la legitimidad y el valor de las estrategias procedimentales para sostener lenguajes y proyectos de trabajo. Lo ocurrido con el Mural Tachado impulsa a revisar cuál es la zona de lo indecible en Rafaela, y aquí ya se plantea la esencial importancia de poder situar con exactitud esa zona vital que es hacia la que se dirige el arte, para rodearla. El arte rafaelino debería ir empezando a poder articular nuevos discursos capaces de captar este agujero, lo no dicho de la dictadura en la ciudad. En esto no hay demasiada originalidad. Se trata, una vez más, como siempre, de renombrar, de crear el encadenamiento de formas discursivas capaces de venir a narrar, en toda su complejidad, qué somos, qué hicimos, qué falta.

Por Santiago Alassia.-

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