CONCIENCIA SOLIDARIA CASILDA
Ninguna novedad es al día de hoy que el debate sobre la toxicidad de los agroquímicos está instalado en nuestra sociedad. Como no podría ser de otra manera, para que se de un debate siempre tiene que haber por los menos dos miradas opuestas sobre un mismo tema. En este caso en particular, encontramos de un lado de esta controversia al sector preocupado por el tema de las aplicaciones de agroquímicos en nuestros campos, sobre todo en los campos cercanos a los poblados, con sus respectivos impactos sobre la salud humana y el medio ambiente. A este grupo lo conforman vecinos afectados o potencialmente afectados, grupos ambientalistas, médicos y científicos independientes y comprometidos, estos últimos vienen reuniéndose en distintas universidades de nuestro país para trabajar sobre este tema, y aportan su saber para remediar tanta desinformación e información incorrecta direccionada intencionalmente en beneficio de un sistema de cultivo altamente cuestionado.
Del otro lado de la mesa de este debate, o sea aquellos que niegan la necesidad de aplicar medidas verdaderamente efectivas de protección de la ciudadanía y el medio natural, encontramos siempre, a quienes de alguna u otra forma tienen algún interés comercial, económico o institucional con respecto a la aplicación de estos productos agrotóxicos. Cuando se toman algunas medidas medianamente comprometidas que limitan este tema de las fumigaciones, solo se hace ante una fuerte presión de los ciudadanos, y luego de un desgastante trabajo de concientización ante quienes deben impulsar las normas y ante quienes deben cumplirlas. Legisladores que logran imponer límites sobre estas actividades son dignos de ser tenidos en cuenta. Esta es nuestra experiencia en esta materia, al igual que la experiencia de todos las personas a lo largo de nuestro país que tienden a lograr normativas que regulen las producciones que afectan la vida en este planeta.
Dentro de este debate hay un tema no menor, pero que está altamente silenciado. Es el punto que dice al respecto de la clasificación toxicológica de los agroquímicos. Sabemos que más tóxico es un producto,
más cuidada y regulada debe estar su aplicación. Más tóxico es un producto, más lejos de la gente y el medio potencialmente afectado debe ser usado. Así se hacen las leyes o normativas que teóricamente regulan a las llamadas fumigaciones, a mayor toxicidad mayor distancia de los poblados se necesita para su aplicación. Pero, ¿Cómo se clasifican estos agroquímicos en nuestro país?...Se clasifican con una normativa de cuarta. Y esto no es peyorativo, en el rango de las normativas existe el siguiente escalafón: Constitución, Ley, Reglamento y Resolución. Y la norma para clasificar a los agroquímicos es solo una resolución, la 350 del año 1999, y es sacada del texto del “Manual de procedimientos, criterios y alcances para el registro de productos fitosanitarios en la República Argentina”.
más cuidada y regulada debe estar su aplicación. Más tóxico es un producto, más lejos de la gente y el medio potencialmente afectado debe ser usado. Así se hacen las leyes o normativas que teóricamente regulan a las llamadas fumigaciones, a mayor toxicidad mayor distancia de los poblados se necesita para su aplicación. Pero, ¿Cómo se clasifican estos agroquímicos en nuestro país?...Se clasifican con una normativa de cuarta. Y esto no es peyorativo, en el rango de las normativas existe el siguiente escalafón: Constitución, Ley, Reglamento y Resolución. Y la norma para clasificar a los agroquímicos es solo una resolución, la 350 del año 1999, y es sacada del texto del “Manual de procedimientos, criterios y alcances para el registro de productos fitosanitarios en la República Argentina”.
La metodología de clasificación es la DL50 (dosis letal media aguda) y en estas últimas palabras está la clave para ir entendiendo este tema. Esta metodología es la amparada por la Organización Mundial de la Salud, ¿esto nos debe dejar tranquilos?, en absoluto no. Esta metodología determina cual es la cantidad (dosis) de agroquímicos que mata (letal) al 50%(media) de una población de ratas en un tiempo de exposición corto (aguda) al producto investigado. Entonces cuanto menos producto es necesario para matar a la mitad de las ratas, más tóxico es el producto.
Bien, de los agroquímicos ya prohibidos y que se siguen aplicando irresponsablemente no nos ocuparemos aquí. De los agrotóxicos permitidos clasificados como “sumamente peligrosos” o “moderadamente peligrosos” tampoco nos ocuparemos, ya que las normativas vigentes, cuando las hay,teóricamente alejan a estos productos de la ciudadanía, siempre y cuando los controles a los productores sean efectivos, y lamentablemente en la mayoría de los casos estos controles brillan por su ausencia. Solo habría que preguntarse cuantos inspectores de la ley 11273 tiene la provincia de Santa Fe para controlar las fumigaciones en todo su territorio provincial; y con un agregado más, estos inspectores, como la gran mayoría de los ingenieros agrónomos confían en esta forma de clasificar la toxicidad de los agroquímicos, y en lo que ellos mismos dieron en llamar “las buenas prácticas agrícolas”. ¿Y que tiene de malo esta metodología?, se preguntará el lector desapercibido. Veremos… Esta metodología no considera la toxicidad subletal, es decir la toxicidad que puede no matar pero causar todo tipo de afecciones. Y como es aguda, o sea en corto plazo, no considera la toxicidad crónica que puede matar en un periodo prolongado de exposición. Aparentemente estas afecciones no son importantes para el SENASA. O sea que todo agrotóxico que en cierta cantidad no mate a la mitad de ratas expuestas pero que pueda causar malformaciones congénitas, abortos espontáneos, canceres, afecciones neurológicas, cardíacas, alergias, daños oculares, y otros, puede ser categorizado banda verde, o como dice la norma “normalmente no ofrece peligro”… Y aquí entra nuestro agroquímico estrella, el glifosato, del que muchos profesionales poco reflexivos declaran, en cuanta oportunidad tienen, que es inofensivo para la salud humana o que por lo menos es menos malo que otros, como si ese argumento bastara para relajarnos y dejar que todo siga igual. Y lo que no dicen, tal ves no lo saben, es que esta forma de clasificar a los agroquímicos tampoco tiene en cuenta, tampoco incluye en sus estudios, a lo demás productos químicos que acompañan en este caso al glifosato en sus fórmulas comerciales como el Round Up de Monsanto. Estos coadyudantes que vienen junto al glifosato son potencialmente muchísimos más tóxicos que el glifosato mismo, pero no se estudian a la hora de emitir dictamen sobre la toxicidad de un producto final, que es el que verdaderamente padecemos en nuestros campos. Para una mirada con sentido común, y sin intereses de por medio, estos productos categorizados como banda verde, de verde no tienen nada. Es por esto y mucho más que se está pidiendo una distancia considerable entre los cultivos extensivos de hoy y la ciudadanía toda. Para que el costo ambiental y sanitario de este monocultivo de soja, y de otros, no se socialice entre quienes desean, con buen tino, vivir una vida saludable.
Reiteradamente a quienes expresan una mirada crítica sobre este tema de los agroquímicos se los tilda de fanáticos, ignorantes y desconfiados ¿podemos pecar de confianzudos cuando la forma de clasificar a estos venenos es tan evidentemente nefasta, y está aprobada por todos nuestros organismos oficiales y toda la cadena productiva? Continuaremos con nuestra sana desconfianza.
Dedicamos este escrito al Ingeniero Forestal Claudio Lowy, a quien le “robamos” la esencia de la información de estas líneas, y quien desinteresadamente encabeza hoy una ardua cruzada para lograr el cambio de la metodología de clasificación toxicológica de los agroquímicos en nuestro país, cruzada larga de ser explicada aquí, pero lo que sí podemos confirmar, es que encuentra la desidia, el desinterés y la irresponsabilidad del Ministerio de Agricultura de la Nación para atender este justo y vital reclamo.
A Claudio nuestro apoyo y gratitud.
CONCIENCIA SOLIDARIA CASILDA
ONG MIEMBRO DEL CONSEJO ASESOR DE LA COMISION DE ECOLOGIA DEL CONCEJO DELIBERANTE DE CASILDA
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Sobredosis de nitrógeno en el planeta
El dióxido de carbono, CO2, no lo es todo. También el exceso de nitrógeno en el ambiente se ha convertido en las últimas décadas en un peligro, y también por efecto del hombre.
Un estudio reciente, elaborado por 200 investigadores a lo largo de cinco años, estima por primera vez en términos económicos los daños provocados por la sobredosis de nitrógeno en la Tierra: entre 70.000 y 230.000 millones de euros al año. En el cálculo se han incluido los efectos sobre el clima y la pérdida de biodiversidad. "Esto es más del doble de los beneficios que los fertilizantes de nitrógeno generan en las granjas europeas", escribe en un comentario en la revista Nature Mark Stutton, del Centro de Ecología e Hidrología de Edimburgo y uno de los autores del estudio European Nitrogen Assessment. Su mensaje principal es que recortar las emisiones de nitrógeno es uno de los retos medioambientales más importantes del siglo XXI.El nitrógeno es un ingrediente natural de la atmósfera terrestre; es, de hecho, su componente más abundante: el 78%. Pero este nitrógeno está en una forma inerte, no reactiva. Todos los sistemas biológicos necesitan nitrógeno capaz de reaccionar químicamente con otras sustancias, así que para la vida en el planeta resultan esenciales los mecanismos capaces de convertir el nitrógeno inerte en reactivo. Este trabajo, la fijación del nitrógeno, lo hacen con su metabolismo distintos tipos de bacterias abundantes en el suelo, en el mar y en plantas. Tras su fijación, el nitrógeno reactivo aparece formando, por ejemplo, amoniaco (NH3), óxidos de nitrógeno (NOx) o nitratos (NO3). Así, hasta finales del siglo XIX la principal fuente de nitrógeno en la agricultura eran las bacterias simbióticas presentes en legumbres, que se cultivaban precisamente para cumplir esa función.
Pero a comienzos del siglo XX se hizo patente una preocupante falta de nitrógeno reactivo, a medida que el aumento de población demandaba más producción agrícola y por tanto más fertilizantes. También la industria armamentística pedía más nitrógeno. La respuesta tecnológica llegó en 1908 con el descubrimiento del llamado proceso de Haber-Bosch, en el que se logra hacer reaccionar nitrógeno e hidrógeno gaseosos para formar amoníaco. Fritz Haber y Carlo Bosch obtuvieron el Nobel de Química por este método eficaz y barato."Fue tan exitoso que en un siglo la producción humana de nitrógeno reactivo superaba en más del doble las fuentes naturales", escribe Stutton enNature. "Sin este método, la mitad de la población no existiría".
Hoy en día, los fertilizantes añaden cada año 11 millones de toneladas de nitrógeno reactivo a los campos europeos, lo que -según el European Nitrogen Assessment- genera a los granjeros un beneficio de entre 20.000 y 80.000 millones de euros al año.
Pero una inyección tan sustanciosa de nitrógeno reactivo en el ambiente tiene sus consecuencias. El exceso de nitrógeno empeora la calidad del aire, el suelo y el agua, con importantes efectos sobre la salud humana. En el agua estimula el crecimiento explosivo de las algas, que acaban consumiendo el oxígeno y creando grandes zonas muertas, sin peces. En el agua dulce, los científicos estiman que alrededor del 80% de las aguas europeas contienen nitrógeno en cantidades que suponen un riesgo para la biodiversidad.
En el aire el nitrógeno reactivo genera óxidos de nitrógeno, potentes contaminantes atmosféricos y precursores del ozono troposférico -en las capas bajas de la atmósfera, distinto del de la capa de ozono-, también muy tóxico. En este caso la fuente no son los fertilizantes, sino la quema de combustibles en los motores de los coches. Los autores del estudio ahora publicado creen que los contaminantes atmosféricos así generados roban seis meses de esperanza de vida a al menos la mitad de los europeos.
Esto son sólo algunos de los efectos. Los investigadores reclaman acuerdos internacionales similares a los alcanzados para combatir el cambio climático, por ejemplo. Y resaltan que no se trata de contraponer la protección del medio ambiente a la producción de alimentos, sino de usar el nitrógeno de forma mucho más eficaz: "Hoy en día la mitad del nitrógeno de fertilizantes se pierde en el entorno", escriben. "Esto se traduce en una pérdida de beneficios para los granjeros de entre 13.000 y 65.000 millones de euros anuales. Hay mucho margen para usar el nitrógeno más eficazmente".
Recomiendan además una dieta más vegetariana: la mayor parte de las cosechas europeas son para alimentar a animales que nosotros comeremos después. Aumentando la proporción de nuestros nutrientes que vienen
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