lunes, 4 de julio de 2011

La iglesia y la indignación

¿Indignados en la Iglesia?

Victor Codina, sj.

 Ante el reciente movimiento social de los “indignados” en España (y también, aunque en otro contexto diferente, en el Norte de África), todavía incierto y difícil de ser juzgado, podemos preguntarnos si en la Iglesia no  hay también indignados. No encontramos ciertamente en la Iglesia algo semejante a lo ocurrido en la plaza del Sol de Madrid o en la plaza de Catalunya de Barcelona. No hay nadie acampado en la plaza de San Pedro de Roma, no hay pancartas que digan “Democracia en la Iglesia, ya” o “Cristo si, Iglesia no”,  la guardia suiza con sus pintorescos uniformes miguelangelescos no ha  reprimido a nadie, como sí lo han hecho los mossos d´esquadra en Barcelona…
Hay ciertamente en la Iglesia voces indignadas como la de Hans Küng, personas y foros que expresan su disgusto, que añoran el Vaticano II,  hay  gente que abandona la Iglesia, grupos que en América Latina se pasan a los  pentecostales, se constata un cisma blando y silencioso de mujeres, de intelectuales y de jóvenes, hay desencanto e indiferencia en muchos. Pero existe una mayoría silenciosa de fieles que  sufrimos calladamente, trabajamos, oramos y esperamos tiempos mejores. Silencio ¿por cobardía, prudencia o miedo? No lo sabemos.
Pero si miramos más a fondo, en  Israel y en la Iglesia siempre ha habido  indignación ética y religiosa ante muchas circunstancias adversas, aunque  no se llamen “indignados” sino  profetas y profetisas. Los profetas de Israel eran  voces de indignación y denuncia ante la idolatría del pueblo y la corrupción e injusticia de los reyes. Jesús de Nazaret, cuando expulsó a los mercaderes del templo ¿no estaba indignado porque habían convertido  la casa de su Padre en una cueva de ladrones? Los monjes que iban al desierto para protestar de la Iglesia de Cristiandad constantiniana, Francisco y Domingo, Catalina de Siena, Ignacio  y Teresa ¿no querían reformar la Iglesia de su tiempo? Más recientemente, teólogos de la liberación como Boff y Sobrino, teólogas como Yvonne Gebara y Lucía Ramón, ¿no están proféticamente indignados-as  ante realidades indignas e injustas? ¿Qué fueron en su tiempo Juan XXIII, Romero, Helder Cámara, Samuel Ruiz. Arrupe, Espinal y Ellacuría, sino profetas? ¿Que hay detrás de Desmon Tutu,  de Nicolás Castellanos, de Buxarrais, de Casaldáliga y  del mismo Cardenal Martini, sino voces proféticas y deseos  de reforma eclesial? Muchos de estos profetas también fueron reprimidos, silenciados, sufrieron persecución e incluso martirio. A Jesús de Nazaret la expulsión de los mercaderes del templo le costó la condena  a muerte y la crucifixión.
Los creyentes, creemos que detrás de estos movimientos sociales de protesta, detrás de estas voces proféticas de la Iglesia, muchas veces mezcladas con ambigüedades, errores y  desviaciones  que hay que discernir continuamente, está presente el Espíritu del Señor que  llena el universo, el mismo que hace surgir la vida del caos, el que habló por los profetas, el que acompañó la vida de Jesús de Nazaret, el que hizo nacer la Iglesia y el que conduce la historia de la humanidad hacia su consumación del Reino. Llamémoslo indignación, profetismo, contestación,  reforma, opinión pública o disenso, en el fondo es el Espíritu de Jesús quien está presente de forma callada pero real  bajo estos movimientos.
En la Iglesia todos los bautizados participamos del profetismo de Cristo y faltaría algo esencial a la Iglesia si desapareciese, o no se tuviera en cuanta,  la opinión pública de laicos, religiosos y religiosas, de ministros del Señor. Por esto Pablo nos exhorta a que no apaguemos el Espíritu, que no despreciemos lo que dicen los profetas, que lo examinemos  todo y nos quedemos con lo mejor (Tes 5, 19). Porque el Espíritu renueva la faz de la tierra (Salmo, 103, 30).

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