lunes, 13 de febrero de 2012

Raúl Zibechi: La tierra, el agua y la resistencia

La Jornada, México
Lo que está sucediendo en América Latina en relación con los bienes comunes (agua, tierra, biodiversidad) es algo más que una sucesión de conflictos locales. Por momentos la intensidad de los enfrentamientos da la impresión de que marchamos hacia una conflagración general, que por ahora tiene expresiones locales y regionales, pero que se repiten en casi todos los países.

La Gran marcha nacional del agua, que comenzó el primero de febrero en Cajamarca, es la respuesta de los movimientos populares a la represión y al estado de excepción en tres provincias por parte del gobierno de Ollanta Humala, ante la huelga de 11 días en Cajamarca contra el proyecto minero Conga. La caravana llegará este viernes a Lima para frenar el uso de productos contaminantes como el mercurio y declarar el agua como derecho humano.


Conga es un proyecto de la Minera Yanacocha, la primera en extracción de oro en América del Sur, que prevé invertir casi 5 mil millones de dólares y drenar cuatro lagunas, dos para extraer oro y otras dos para almacenar desechos. Las actividades en Conga están paralizadas desde la huelga de noviembre. Lo más importante es que el movimiento ha conseguido trascender lo local para convertirse en la confluencia de las más importantes organizaciones sociales para una gran acción de carácter nacional.

En el norte de Argentina se reactivó la resistencia a la minería. En enero se produjeron masivas movilizaciones impulsadas por las asambleas ciudadanas, en La Rioja, Catamarca y Tucumán, contra los proyectos mineros Famatina y Bajo La Alumbrera. En La Rioja la movilización popular forzó al jefe comunal de la capital provincial a pronunciarse contra la megaminería, aunque está alineado con el gobierno nacional.

En Catamarca el bloqueo a los camiones que se dirigen a Bajo La Alumbrera llevó a la empresa a licenciar al personal y detener la explotación por la falta de insumos y provisiones en la mina. Hace más de tres semanas que los militantes de la Asamblea de Ciudadanos en Defensa de la Vida y el Agua bloquean el tránsito de camiones que pertenecen a la empresa minera y que circulan por Tinogasta, Belén y Santa María.

Uno de los conflictos menos visibles pero con gran potencial desestabilizador es el que se está registrando en Paraguay entre campesinos y colonos de origen brasileño, conocidos popularmente como brasiguayos. Se estima que hay 8 millones de hectáreas, 20 por ciento de la superficie del país, adjudicadas ilegalmente, sobre todo bajo la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989). Una parte importante fueron entregadas a colonos provenientes de Brasil, en hasta un dólar la hectárea en la zona fronteriza.

Ahora son grandes productores de soya que sacan su producción por Brasil sin pagar siquiera impuestos. Tranquilo Favero, el rey de la soya, posee 45 mil hectáreas de tierras de alta calidad en las que cosecha hasta 130 mil toneladas cada año, que le rinden unos 50 millones de dólares, en la zona de Ñacunday, Alto Paraná. Esta es la región más caliente del conflicto actual, en la que se enfrentan sin tierra y terratenientes, pero en la que están también involucrados los gobiernos de Fernando Lugo y Dilma Rousseff.

Si la producción de soya, con su secuela de contaminación y expulsión de campesinos, es grave, la cuestión fronteriza también lo es. De los 400 mil brasileños que viven en Paraguay, unos 250 mil ocupan la faja fronteriza con Brasil. En 2007 el gobierno paraguayo aprobó la Ley de Frontera por la cual los extranjeros no pueden tener tierras a menos de 50 kilómetros de la frontera, como forma de afirmar la soberanía nacional. Brasil tiene una legislación similar aunque más estricta.

En 2011 se conformó la Coordinadora Nacional de Lucha por la Recuperación de Tierras Malhabidas –en la que participan más de 20 organizaciones campesinas, sociales y partidos de izquierda–, que realizó su primera marcha el 25 de octubre pasado. Los dirigentes sostienen que la recuperación de esas tierras podrían favorecer a 400 mil campesinos.

La cuestión de la tierra es uno de los temas más delicados en Paraguay, por la larga historia de corrupción, abusos y represión que forzaron el despojo de los campesinos. Lugo llegó al gobierno en gran medida por su estrecha relación con la lucha por la reforma agraria cuando era obispo. Bajo su gobierno no se avanzó en la reforma agraria, pero en los últimos meses los campesinos agrupados en la Liga Nacional de Carperos (porque acampan en carpas) están ocupando tierras de brasiguayos.

La liga nació dos años atrás ante la inacción del movimiento campesino en la lucha por la tierra, pero la coordinadora en un reciente comunicado estima que sus acciones forman parte de unaestrategia desestabilizadora contra el gobierno de Lugo y que en su interior está primando la influencia de provocadores que objetivamente perjudican la histórica lucha por la tierra y la reforma agraria.

En el complejo panorama de los movimientos paraguayos, no conviene simplificar. La lucha de los carperos es legítima pero todo indica que junto a una nueva camada de dirigentes populares se puede percibir la influencia de políticos tradicionales de la derecha, ya sea colorados o liberales, éstos aliados de Lugo, y oportunistas que nunca faltan. Sin embargo, también es cierto que los movimientos históricos, que integran la coordinadora, priorizan las negociaciones en vez de la presión desde abajo por la reforma agraria, y se muestran muy preocupados por la sucesión presidencial en las elecciones de 2013.

La lucha por los bienes comunes está en el primer lugar de la agenda en toda la región. Es posible, como señala un dirigente sindical de Chilecito, que las multinacionales mineras estén sufriendo una una derrota catastrófica en el norte de Argentina. Grupos pequeños como las asambleas ciudadanas, en lugares remotos de la cordillera, han logrado frenar gigantescas empresas que gozaron de todo el apoyo estatal. Es mucho. Es el producto del tesón, que en algún momento rinde frutos.
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La Jornada, México
Químicamente tóxico
Silvia Ribeiro*

A principios de este año, el gobierno aprobó la siembra piloto de 63 hectáreas de maíz transgénico en Sinaloa, a favor de la trasnacional Monsanto. El titular de Sagarpa, responsable por esta decisión que pone en riesgo el patrimonio genético alimentario más importante del país, declaró en una reunión con la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) y organizaciones de productores, ambientalistas y sociales, que no conocía los detalles de los dictámenes técnicos, pero que se tomarían medidas de bioseguridad, como plantar maíz transgénico amarillo y no blanco que es el de mayor consumo humano –manifestando su sorprendente ignorancia de que el cruzamiento y contaminación entre estas variedades es totalmente viable y seguramente ocurrirá– y agregando que en materia de transgénicos no somos químicamente puros, tenemos intereses económicos y políticos (Greenpeace México, 19/1/2012).

En realidad, esto último es lo único que cuenta en materia de transgénicos: los intereses ecónomicos de cuatro multinacionales que controlan virtualmente ciento por ciento de los transgénicos en el mundo (Monsanto monopoliza más de 80 por ciento y todas son fabricantes de venenos) y los de los políticos con que éstas se relacionan, por decirlo de algún modo. Por supuesto no son químicamente puros, son puramente tóxicos.

México no necesita transgénicos en ninguna situación: el maíz transgénico produce igual o menos que los híbridos, usa más agroquímicos que cada vez son más tóxicos, conlleva nuevos problemas a la salud y al ambiente, las semillas son más caras y están todas patentadas a favor de unas cuantas multinacionales. Es la única semilla que contamina a las demás. Aunque el maíz híbrido también emite polen y se cruza con las variedades nativas campesinas, se trata de cruzas entre maíces, que la sabiduría campesina puede incluso aprovechar, o si no le sirve, descartarla. En el caso de los transgénicos, la cruza no es solamente entre maíces, es con otras especies que han sido manipuladas, como bacterias, virus y genes de plantas y animales que nunca se cruzarían naturalmente con el maíz, por lo que implican impactos desconocidos y con riesgos devastadores para la biodiversidad natural y la del maíz. La contaminación es inevitable y como son genes patentados, se convierte en un delito para las víctimas, que deben pagar a las empresas por un absurdouso indebido de patentes. Los transgénicos también han puesto en crisis a miles de familias dedicadas a la apicultura, al contaminar la miel con transgénicos, impidiendo su exportación a Europa, el mayor comprador.

Pese a estos datos contundentes, el gobierno ha autorizado más de un centenar de siembras experimentales y ahora comienza a escalar las de fase piloto. La diferencia entre ambas es que las siembras piloto son en mayor extensión, a campo abierto y lo cosechado se puede comercializar. No se trata realmente de experimentos, lo único que el gobierno observa son las supuestas características agronómicas de los cultivos según las empresas, no la contaminación genética ni los impactos sobre la biodiversidad, que es lo esencial y diferente en México, ya que es centro mundial de origen del maíz. La UCCS mostró además que la contaminación puede alcanzar enormes distancias: siembras piloto de algodón transgénico contaminaron algodón nativo silvestre a miles de kilómetros de las siembras originales. (www.uccs.mx , comunicado 27/01/12).

El 7 de febrero 2012, la Unión de Científicos Preocupados de Estados Unidos publicó un documento mostrando que al contrario de lo que dice Monsanto y sus organizaciones pantalla (como Agrobio México), la experiencia de 15 años demuestra que las semillas transgénicas han promovido la resistencia a agrotóxicos en malezas y plagas, han aumentado exponencialmente el volumen de agroquímicos y tóxicos, cada vez más fuertes y peligrosos, han contaminado genéticamente y dañado a los cultivos orgánicos, hacen muy difícil las alternativas y usaron decenas de millones de dólares en propaganda parapersuadir a los políticos que les permitan continuar pese a impactos y malos resultados. También desplazaron y abusaron de la investigación agrícola pública, y en lugar de alimentar al mundo como autoproclaman las empresas, impiden las verdaderas soluciones para ello.

Casi al mismo tiempo, se aprobó en Estados Unidos el primer maíz transgénico con resistencia al agrotóxico 2, 4-D, uno de los componentes del agente naranja, arma química desarrollada por Monsanto y Dow y usada en la guerra de Vietnam, compuesto cancerígeno que después de tres generaciones, sigue teniendo secuelas en los descendientes de las víctimas y en la naturaleza.

Este es el camino inevitable al que llevan los transgénicos: aumento a gran escala de químicos cada vez más tóxicos, de altísimo impacto en la salud y el ambiente, ya que las malezas e insectos se vuelven resistentes. Es una guerra sin fin y un gran negocio para los que fabrican venenos.

Todo esto lo saben los que toman las decisiones, pero intencionalmente no atienden ninguno de los muchos argumentos científicos, sociales, culturales, legales, de los pueblos, contra los transgénicos. Por ello se abrió una audiencia sobre maíz y soberanía alimentaria en el Tribunal Permanente de los Pueblos, que tendrá un proceso de análisis, testimonios y denuncias en los próximos dos años, para juzgar ante el mundo esta historia de impunidad y violencia que pretende erradicar la autonomía de los pueblos campesinos e indígenas y toda forma de producción independiente de alimentos.

*Investigadora del Grupo ETC

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