martes, 13 de agosto de 2013

"Celebrar elecciones que no eligen a nadie". Eleccionar: por Martín Caparrós

Eleccionar

Por Martín Caparrós /http://blogs.elpais.com/pamplinas/2013/08/eleccionar.html

Los argentinos siempre se jactaron de inventos que ya estaban inventados: el dulce de leche, el colectivo, la birome. Últimamente se pueden jactar de otro que también, aunque lo estén llevando a un punto de perfección extrema: celebrar elecciones que no eligen a nadie. Llamémoslo eleccionar, que podría ser elección punto ar y, sin duda, no es elegir.
Ayer, en Argentina, 30 millones de personas tenían la obligación de votar en unas supuestas elecciones primarias donde prácticamente ningún partido presentaba más de un postulante para que los votos populares decidieran a quién preferían. Casi todos tenían uno solo: estas elecciones les sirvieron para calibrarlos.

Fueron, en definitiva, unas encuestas glorificadas, pagadas –carísimo– por el Estado para que los dos o tres candidatos oficialistas o semioficialistas o incluso un poco opositores pudieran medir sus fuerzas, rearmar sus estrategias para las elecciones que sí eligen -un poco-: las de octubre.
Treinta millones debían votar; votaron unos veintidós. La obligatoriedad que nadie cumple es otro rasgo argento. En cualquier caso, lo que hubo no fueron elecciones sino una excusa para mandar postales de sociología barata. Aquí, algunas:
Relato: los operadores del gobierno, encabezados por un señor Jorge Rial, se pasaron todo el domingo dando cifras muy favorables –que Insaurralde y Massa empataban en la provincia de Buenos Aires, que Filmus llegaba al 25 por ciento en Capital, que sacarían el 35 por ciento en el país– y resultó que eran muy falsas. Lo raro no es que mintieran; lo raro es que mintieran sabiendo que en pocas horas todos lo sabrían, que su mentira tenía patitas de una tarde. El relato en todo su esplendor.
Realidad: lo que sí queda del relato cuando ya hay números reales es que el kirchnerismo es la primera fuerza del país. Es cierto: contando a sus aliados provinciales, más de seis millones de personas votaron a los candidatos del Frente para la Victoria –gran nombre que espera siempre la contra de su antónimo, el Frente para la Derrota. Pero es -a la espera de últimos números- entre el 27 y 28 por ciento de los votantes: mucho menos que el 31,2 por ciento que los votó en su peor elección, en su desastre 2009.
Triunfos: el FPV tiene más votos que cualquier otro grupo argentino porque tiene todavía el poder de aglutinar a una ristra de caciques provinciales porque tiene el poder. Pero cada vez menos porque cada vez menos: los caciques ya se van desgranando –y así es como se acaba su mundo: no con una explosión sino con un gemido. Así es cómo el partido más votado del país no ganó en ninguna de las circunscripciones importantes del país o, incluso: perdió en todas.
Dos países: la verdadera grieta es la división entre las provincias pobres manejadas por caciques férreos que votan siempre igual y las ciudades más ricas que cambian su humor político con cierta ligereza –pero reflejan, en esos cambios, los diferentes momentos del proceso. Las grandes ciudades –los espacios “modernos” de la clase media que nos creemos educada– votan muy antiK. El kirchnerismo se sostiene en las provincias más atrasadas, donde todavía lo bancan esos viejos señores con décadas en el poder que se han hecho imbatibles. Y en el conurbano bonaerense: esa tierra fronteriza donde millones de personas dependen de la buena voluntad y las dádivas del Estado porque ese mismo Estado los priva de la posibilidad de trabajos legítimos, vidas autónomas. Los dos, provincias pobres, conurbano, son el gran reservorio de cada peronismo –¿o deberíamos decir pobrismo?–, que depende de ese equilibrio siempre inestable en que los más pobres deben tener lo bastante para no estallar y carecer lo bastante para seguir cautivos de punteros y caudillos.
Pero también en esos dos espacios, provincias y suburbios pobres, el kirchnerismo perdió millones de votos en estas elecciones: la competencia de otros peronismos.
Oficialismo: la Argentina debe ser un país que va bien. Por eso, supongo, ganaron casi todos los candidatos oficiales: el nacional, el porteño, el santafesino, el cordobés, el mendocino –y los de casi todas las demás provincias. La única provincia grande donde no ganó el oficialismo es Buenos Aires. A menos que se sumen los votos peronistas de Insaurralde y Massa, claro –y se considere que estas elecciones sí fueron una interna.
Massa: ganó su apuesta. Un día de estos debería explicar cuál es. Pero ya hay diarios que hablan de massismo: profundidad y reflexión.
Centroderecha: el compañero Macri no sale de la ciudad de Buenos Aires. ¿Adónde iría?
Centroizquierda: la buena letra ante todo, son de los escasísimos que sí hicieron internas. Mantienen su peso en las ciudades grandes –y, si siguen así, no van a gobernar en décadas.
Izquierda: la votaron más de un millón de personas. Es poco, es tanto. ¿Qué con eso?
Constancia: en 2009 el kirchnerismo sacó el 31,2 por ciento de los votos; en 2011, el 54 por ciento; ayer, con todos sus aliados, alrededor del 27. Lo que está claro es que los argentinos tienen claro lo que votan y se mantienen en sus trece. ¿O era dieciocho? ¿Siete y medio? De acá a octubre quién sabe.
Mitá: va de nuevo: al kirchnerismo lo votó más o menos la mitad de la gente que lo votó hace dos años. Una fuerza política que pierde la mitad de sus votos en dos años tiene cierto mérito. O, también: de los más de 30 millones de votantes habilitados en la Argentina, uno de cada cinco votó al kirchnerismo: uno de cada cinco. Y te explican que son la mayoría.
Finale: el día siguiente a las elecciones de 2009, hace cuatro años, tantos anunciaron el “fin del ciclo kirchnerista”. Ahora también se lo podría anunciar, con toda lógica. Es más: yo llevo meses anunciándolo. Sin olvidar que el día siguiente a las elecciones de 2009, hace cuatro años, tantos anunciaron el “final del ciclo kirchnerista”.
Manotazos: no se van a entregar. Van a inventar cosas. Van a hacer cosas. Van a dar que hablar. Van a perder –porque ya perdieron.
Imágenes: pero nada cambiará mientras los diarios sigan publicando en cada elección la foto del candidato ganador llena de papelitos en el aire, desenfocados, coloridos.
(…) Las encuestas dan para muchas inferencias –y podríamos seguir un rato largo. Pero son encuestas y las llaman elecciones. Son casi inútiles. A menos que las defendamos por su poder educativo, su potencia de metáfora boba. Estas elecciones nos muestran brutales lo que ya sabemos, lo que siempre sucede más velado: que votamos y votamos y al final da más o menos lo mismo.
En octubre, por ejemplo, cuando estas mismas elecciones sean –un poco más– en serio, va a ser más o menos lo mismo: mínimos cambios en la estructura del Congreso que podrán modificar, como mucho, cuestiones de modales.
Allí, si acaso, lo único importante que se decidirá es algo personal: si la doctora Fernández sigue o no sigue. Pero ya hace más de un año que resulta inverosímil que siga y, aún así: si nos gobierna en 2015 o si no –si en 2015 nos gobierna Massa o Macri o un tal Scioli– todo va a ser muy parecido. Lo que puede parecer una discusión política será una discusión por el estilo: con qué estilo va a funcionar un país resignado a su papel sojero, con qué estilo se va a entregar el petróleo y todo lo demás, con qué estilo se van a seguir degradando los servicios que el Estado debe a sus ciudadanos, con qué estilo se va a mantener la marginación de un cuarto de los argentinos y sus terribles consecuencias.
Con qué estilo van a seguir tratando de convencernos de que votar es bueno por sí mismo aunque esos votos no decidan casi: eleccionar.
Con qué estilo van a seguir hablando de democracia, más que nada.

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