viernes, 2 de agosto de 2013

Daniel Marín: Artista trashumante

Artista trashumante
Artista visual y escenógrafo, Daniel Marín es el responsable de las imágenes en festivales, obras teatro, recitales de música y películas. En 1998 se sumó a la Universidad Trashumante. Trabajó en la serie “La purga” y en la película “De caravana”.

01/08/2013 17:52 | Victoria Varas




“No puedo suscribir mi obra a ninguna línea porque las desconozco, mi hacer es un hacer sobre seguro, y una transición constante”, dice Daniel Marín.

Por definición, el trashumante hace un doble camino: hacia fuera, donde aguardan los otros con sus destinos entretejidos; y hacia dentro de sí mismo, a las verdades primigenias, a la guarida del niño. Trashumante de primera hora, Daniel Marín nació en Río Tercero porque en Villa del Dique, lugar de residencia familiar, "no había donde nacer". Esa carencia de servicios que el mapa demográfico impone sobre algunos pueblos es, a veces, la condición necesaria para que se mantenga a salvo el ensueño. Monte y lago configuran un paréntesis en el tiempo, dentro del cual se vive una suerte de edad de oro que liga a los pequeños a la tierra, a la marcación horaria del sol y al espejo de agua donde Marín vuelve a mirarse una y otra vez.

Sentado en un bar urbano, el artista cordobés no puede asumirse como tal sin rehacer el recorrido dando marcha atrás: "Tengo una imagen del jardín... Yo hacía collages y la maestra me decía ‘guau, qué lindo', y la llamaba a la otra seño para que viniera a mirar. Siempre pinté y dibujé, eso me traía problemas en el resto de las materias de la escuela porque en lo único que me iba bien era en plástica y gimnasia, y en gimnasia de puro inquieto nomás. Hay un momento en el que decido llamarme artista plástico, que fue cuando tuve mi primer acercamiento a la política con el grupo de amigos del Taller de folklore Daniel (el nombre no era por mí, se lo pusimos para homenajear a un amigo que había muerto, el hermano de Chiqui La Rosa, un bailarín de la hostia, referente de la danza, peleador, bien under). Bueno, en un tiempo nos politizamos heavy, llegamos a ponernos bastante duros y boludos, hasta que apareció la Universidad Trashumante, que vino a ordenar un poco toda esa energía juvenil y nuestra necesidad de participar en actividades artístico-políticas. En esa visita nos hicimos talleristas, y nos sumamos a la gira por todo el norte".

Gestada en una cátedra de Sociología de la Universidad Nacional de San Luis, con el objetivo de expandir el paradigma de Paulo Freire de educación popular, la Trashumante hizo de Villa del Dique la tercera posta de su incipiente itinerario. Antes de este encuentro revelador, la conciencia de Daniel ya incubaba ideas cercanas a la pedagogía de la liberación. Resistente a la institución tradicional, con sus inamovibles jerarquías y sus contenidos desarraigados, Marín se reconoce pésimo estudiante secundario y narra un doble aborto terciario: "Empecé dos veces la Escuela Spilimbergo, pero me desilusioné, tenía toda una construcción afuera que la escuela no acompañaba ni para bien ni para mal. En el grupo del taller había músicos, una escritora, una artista plástica, bailarines; con ellos hicimos una movida bien interesante: revistas, murales, eventos. En ese contexto conocí a quien sería con el tiempo mi gran amigo y mi maestro".La secundaria nocturna de Embalse puso a Marín en contacto con la esposa de Rafael Touriño, una suerte te tótem con madera y nombre de artista, a quien Daniel describe con fascinación de niño. "En la nocturna me hago amigo de Marcela Jaeggi, ella empezó a dar un taller de pintura al que yo iba y un día apreció el Rafa, nos pusimos a tomar mates y me hizo un retrato mientras charlábamos. Me doy cuenta de que tengo mucha influencia suya, yo me pasaba horas en su casa, a veces los dos en silencio, escuchando un cassette de Serrat, lo dábamos vuelta y me decía ‘escuchá los violines'. Es más, una vez fuimos a las 10 de la mañana con el Chiqui a la casa del Rafael, porque no sé qué teníamos que hablar con él, y el padre de mi amigo que era comisario, calló a las 12 de la noche con un patrullero para ver si estábamos ahí. Habíamos desaparecido todo el día, porque ir a hablar con el Rafa era no querer volver a tu casa".


Todo es posible

Junto a Rafael, Marín realizó su primer trabajo escenográfico en la peña de Los Copla, experiencia que le abriría las puertas a montones de escenarios. De allí la costumbre de pintar en grandes formatos, privilegiando su hábitat originario como motivo reiterado. Y si el monte es una organización abigarrada de arbustos y especies cruzando con fuerza su sangre y su savia, la biografía de Daniel se estructura de manera análoga: en el cruce fuerte de las almas, en ese encuentro determinante con los otros frente a un telón en blanco, un colectivo que zarpa, el tablón de las peñas y el calor de las guitarras. El desempeño de Daniel Marín como escenógrafo vino a reforzar su eterna condición de andariego y hombre festivalero. Además de renovar la impronta estética de las peñas del Dúo Coplanacu, se embarcó en las giras de Raly Barrionuevo y logró entrar, de la mano de Arbolito, en el imponente escenario del Luna Park. "No lo podía creer, la llamé a mi mamá y le dije: estoy parado frente a la foto de Ringo Bonavena". Además de ese mítico lugar, Dani hizo de las suyas en el San Martín, el Teatro Real y los espacios reapropiados en la lucha popular. Sus telones acompañaron el fervor de la recuperación obrera de la fábrica Zanón y se convirtieron en el fondo artístico de múltiples episodios de reivindicación.

Siempre preocupado por abrir el juego y los niveles de participación, el artista reniega de "el monopolio Dani Marín de la escenografía", y lo asume como "un acaparamiento involuntario", producto de su pertenencia a las peñas y de los lazos allí creados. Además del trabajo con amigos folkloristas, el escenógrafo participó en variadas obras de teatro, entre las cuales destaca a Corazón de vinilo, y la puesta cordobesa de El jardín de los cerezos, dirigida por Luciano Delprato. La nueva versión de Farenheit, pensada para la postergada reapertura del Teatro Comedia, contará también con el sello estético de un Marín que se permite trabajar en espacios oficiales sin dejar que el calendario político se imponga a los valores artísticos y las convicciones personales.

Tal vez porque Rafael Touriño le dijo una vez que "todo es posible", Marín desarrolló una trayectoria en el arte plástico colindante a la música y el teatro, para animarse finalmente al cine. La realizadora Lorena Stricker percibió el carácter de comodín de su novio y lo invitó a incursionar en la animación de dos videos de Arbolito. Más tarde, Marín se sumó al estallido fílmico cordobés como escenógrafo de la serie La purga y como asistente de arte de la película local De caravana, de Rosendo Ruiz.

El stop motion es la nueva pasión de este fanático del arte que prueba su talento en múltiples canchas y que juega, como miembro del equipo local El Birque Animaciones, a favor de la renovación de contenidos que impulsa la señal infantil Paka-Paka. "El primer proyecto fue Jugando con el agua, una historia de dos niños que te muestran el río, el mar, la nieve, la lluvia, en formato stop motion con plastilina y papel. El segundo fue una coproducción entre Paka-Paka y Conicet, una miniserie sobre el Chagas. Se grabaron entrevistas con personas vinculadas a la problemática y usamos sus voces para animar los muñecos. Fue todo un despliegue, en nueve locaciones diferentes, con once personajes: una locura que resultó genial".

Multifacético e inquieto, Daniel Marín toca la guitarra, compone canciones, y escribe poesías de "puro irrespetuoso". Dice que si tuviera que dibujarse se haría "con muchas manos y una cabeza pequeña", para ilustrar así el sentido práctico y pluridimensional de su arte. Y añade: "Yo soy un artista trashumante, todo lo que incorporé en la trashumancia básicamente es lo que rige mi vida y mi forma de ver el mundo, y eso es la sustancia de mi obra. Voy haciendo como un ping pong entre el monte, la visión rafaeliana, el Tato Iglesias y su idea de la trashumancia. Soy bastante ingrato con el arte, un gran desconocedor, no puedo suscribir mi obra a ninguna línea porque las desconozco, mi hacer es un hacer sobre seguro, sobre lo que yo sé hacer, y una transición constante. Es un juego que va más allá de los retortijones conceptuales, sin olvidar que cuando los niños juegan, juegan en serio".

Fiel a su destino trashumante, Marín seguirá saliendo por las rutas a perseguir la utopía del encuentro, apostará año tras año a la realización esporádica de ese idilio utópico en el Festival de San Antonio de Arredondo, para luego encarar su eterno retorno: "Siempre vuelvo a la infancia, porque, como decía Armando Tejada Gómez, la infancia es la patria, y todo lo demás es exilio".

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