lunes, 2 de diciembre de 2013

Suicidio, soja mediante

Rodolfo Braceli · Desde Buenos Aires

Suicidio, soja mediante

Diario Jornada | Viernes, 29 de Noviembre de 2013 : 02:50

Damas y caballeros, la patria sojera nos va a costar caro, carísimo. La soja es un asunto crucial que no sólo atañe al gobierno de turno, atañe a toda la oposición. A la sociedad entera. Y atañe a los pulpos medios que insisten en descomunicar. Mientras tanto se siembra suicidio.
Nos va la vida en este asunto de Estado. No debiéramos especular, asquerosamente, con el costo o con el rédito político. El problema del enriquecimiento, soja mediante, es más crucial que el de la tan mentada inseguridad. Tiene que ver con la soberanía del suelo y de la semilla, con la misma vida del planeta.
Vi la película “Desierto verde” y leí el libro que reúne las entrevistas que tejieron el documental que dirigió Ulises de la Orden, sobre investigación de Mariano Starosta. Se exhibe en un circuito mínimo, casi a pulso. El libro, editado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero, también padece distribución muy acotada. Película y libro, de contenidos imprescindibles, urgentes, debieran circular por colegios, universidades, clubes, bibliotecas de todo el país.

“Desierto verde” cuenta la cruzada iniciada por Sofía Gatica en el 2001, tras la muerte de su hija por malformación del riñón. Sofía vadeó su luto y fundó una organización vecinal que luego de 13 (trece) años de lucha aparentemente imposible logró sentar en el banquillo de la justicia, por primera vez en nuestra historia, a dos productores rurales y a un aplicador (fumigador) aéreo. La señora Gatica preguntó casa por casa en el Barrio Ituzaingó Anexo, de Córdoba y pronto descubrió que en un par de manzanas se habían producido cinco casos como el de su hija. Se sumaron a la denuncia otras madres y padres. En el barrio verificaron más de 300 casos de cáncer y unos 80 fallecidos, “sin contar los chiquitos con malformaciones, nacidos sin maxilar; chiquitos que tenían los dedos pulgares nada más.” La porfiada madre Gatica, agrega: sobre la leucemia “sabíamos que lo normal es que hubiera uno o dos casos cada 100 mil habitantes; en Ituzaingó, con 5 mil habitantes, teníamos 16 casos.”
El barrio está pegado a una plantación de soja fumigada (envenenada). He ahí la voraz patria sojera, la que todo el tiempo saca pecho proclamando “somos los pilares de la grandeza patria”.
El tema de los pesticidas sin mirar a quien en esta columna fue planteado a fines del 2006, hace siete años, con el título  “Pibitos fumigados aquí, aquí”. Retomo conceptos referidos a los agrotóxicos básicos y pesticidas que sostienen la feroz bonanza de la bendita soja. En el periodismo las distracciones son más graves que la censura. Distraídos, somos unos hijos de la indiferencia. Y la indiferencia es complicidad. Voy por una nota del 29 del setiembre del 2006, en el diario La Capital, de Santa Fe:
“Las Petacas queda en el viejo territorio de La Forestal, la empresa inglesa que arrasó con el quebracho colorado, embolsó millones, convirtió bosques en desiertos, abandonó decenas de pueblos en el agujero negro de la desocupación con la complicidad de administraciones nacionales y provinciales durante más de 80 años. En Las Petacas los pibes son usados como señales para fumigar. Son rociados con herbicidas y pesticidas mientras trabajan como banderas humanas. Cuenta uno de los pibes-banderas: “Primero se fumiga en las esquinas, después hay que contar 24 pasos hacia un costado desde el último lugar donde pasó el avioncito y pararse allí”.
“Mosquito” le llaman al avioncito que vuela bajo y 'riega' una nube de plaguicida. Para que el conductor sepa dónde tiene que fumigar, los productores encontraron una solución económica: pibes de menos de 16 años se paran con una bandera, marcan el sitio. Inevitable, los rocían con 'Randap' y a veces ‘2-4 D' (herbicidas usados para la soja). También rocían insecticidas…”
Sigue la crónica: “A veces ayudamos a cargar el tanque. Cuando hay viento en contra nos alcanza la nube y nos moja toda la cara'. ¿Salario de estos chicos? “Cobran 25 centavos la hectárea y 50 cuando el plaguicida se esparce desde un tractor que va más lerdo.” (…) “Con el Mosquito hacen 100 o 150 hectáreas por día. Se trabaja con dos banderilleros, uno para la ida y otro para la vuelta, desde que sale el sol hasta la nochecita. A veces nos dan de comer ahí y otras nos traen a la casa, según el productor'.”
“Uno de los chicos ya está enterado que con esos líquidos que expande el Mosquito ‘hasta podemos agarrarnos el cáncer’. Dice, como si se tratara de un resfrío. Y sigue: “Hace 4 años que trabajamos en esto. Cuando hace calor yo llevo remera con cuello alto para taparme la cara y la cabeza. Caminamos muuuuchas de hectáreas por día. Estamos acostumbrados.”
Otra vocecita agrega: “A mí me dolía la cabeza y temblaba todo. Fui al médico y me dijo que era por mi trabajo'”. ¿Y qué dice un padre de esos pibes? El hombre ya fue alcanzado por la enfermedad y no puede acompañar a sus hijos. “No tenemos otra opción, hay que seguir comiendo'”. Leamos otra vez: “Hay que seguir comiendo”.  
¿Y el vecindario? “Los Vecinos Autoconvocados de Las Petacas emplazaron al presidente comunal para que elabore un programa de erradicación de actividades contaminantes relacionadas con las explotaciones agropecuarias y el uso de agroquímicos”. ¿Y qué pasó? “Nada. Los pibes trabajan de banderas, allí donde todavía siguen vivas las garras de los continuadores de La Forestal.”
Mientras esto sucedía en la próspera pampa húmeda, Alemania (país de los antepasados del ex gobernador Reuteman) se sumaba a otros países europeos que, no sólo prohíben los pesticidas, sino que prohíben el cultivo de un maíz transgénico, el Mon 810, distribuido por el intocable pulpo Monsanto.
Posdata.  “Desierto vede”, hay que ver la película y leer el libro. Aquí, más acá de nuestras narices y de nuestra indiferencia, se está envenenando el suelo y suicidando el planeta. La patria sojera se canta y se caga en la vida de esta patria y en la vida de la patria mundial entera. Las cacerolas sobre esto no dicen ni mu. Silencio obsceno, ¿no?

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