lunes, 7 de septiembre de 2015

La marcha de los desesperados

CRISIS DE LOS REFUGIADOS - ALBERTO DI LOLLI Especial para EL MUNDO

'Merkel es nuestra madre'

Fue poco antes de las 12:30. Sucedió de repente. Miles de personas se agolpaban en la estación de Keleti en Budapest sin posibilidad de seguir adelante. El gobierno húngaro ha cancelado todos los trenes con trayecto internacional por "razones de seguridad". Los ánimos estaban calientes desde primera hora. Varios jóvenes con un megáfono trataban de convencer a la multitud para hacer algo. Pero nadie respondía. La gente conversaba en grupos, discutían los hombres a gritos. Y poco después del mediodía alguien empezó a repartir fotografías de Merkel en tamaño A3. Y ya está. Así sin más. Ni las proclamas a la rebelión. Ni el hartazgo. Ni las deportaciones de hace dos días. No. Fue el rostro de la canciller alemana la chispaque prendió un polvorín que tarde o temprano tenía que estallar.

Los refugiados se pusieron en pie alzando la fotografía al cielo.Algunos echaron a andar hacia la avenida y el resto les siguieron. Primero unas decenas. Luego cien, trescientos. Alguien miró un mapa y puso rumbo oeste. No puede decirse cómo se fueron sumando, pero cuando salieron de la ciudad y empezaba a no haber casas, al mirar atrás ya no se veía el final. Varios miles, niños, mujeres, ancianos y discapacitados habían emprendido una marcha sin retorno. Adiós Budapest. A pesar de la policía, que apenas podía desviar el tráfico. A pesar del primer ministro que pensaba que podía contener estas ansias de alcanzar la Alemaniaprometida. A pesar de que apenas ha dado tiempo a cargar lo poco que pueden llevar dos manos y una espalda, sin agua y sin comida,esta Gran Marcha es ya imparable.



Un refugiado enseña una foto de Merkel, ayer, en la marcha hacia Viena.A. DI. LOLLI

Por si alguien tenía dudas, por si pensaron por un momento que solo algunos podrían hacerlo, a la cabeza, con una enorme sonrisa va Haled abriendo el paso. Haled. Sirio. 24 años una pierna y media y un par de muletas. El que escribe estas líneas no puede seguirle, porque lleva un ritmo insoportable. Junto a él otro joven empuja una silla de ruedas sobre la que va un anciano con barba y la misma sonrisa de oreja a oreja. Y un joven de 20 años que lleva entre sus manos una foto de Merkel. Como le hago fotos al grupo, Mosa Walid, así se llama, levanta la imagen hacia la cámara y me dice: "We love Merkel. Merkel is our mother".

Y como hijos pródigos que buscan un abrazo donde caer por fin y llorar como niños, allá van estos desheredados. Sin contar los kilómetros, sin saber por cuántos días. Allá van. Al corazón de Europa.

La Autovía M1

La autovía M1 tiene ahora dos carriles menos. Los coches pasan por la izquierda sin dar crédito a lo que ven. Y a la derecha, siguiendo esta línea blanca interminable van los desterrados. La fila no se acaba, debe medir varios kilómetros, desde la cabecera hasta los últimos que avanzan como pueden, algún anciano, alguna familia con niños y alguno que ya cojeaba al salir.


Alguien ha traído una bandera europea y ahora el paso lo abre el círculo de estrellas. En primera fila. Ya son varias horas y las paradas han durado no más de 15 minutos cada vez, cuando la gente se acerca a volcar su solidaridad con el maletero lleno de agua, pan y frutas. Son muchos los que vienen al conocer la noticia. La carretera está plagada de botellas agua que va dejando la gente. Gente cualquiera que ha salido de su casa ha ido al supermercado y va dejando botellas como migas de pan en el camino.

No hay parada para comer. Se come sobre la marcha. El que no puede se echa sobre el asfalto a recuperar el aliento y luego se levanta otra vez y sigue.

Hoy juega la selección de Hungría un partido de fútbol contra Rumanía y algunos hinchas que pasan del otro lado se asoman para insultar a estos pobres peregrinos. Eso y unos taxistas que merodeaban al principio como tiburones, ha sido lo único que aborrecer. La ciudadanía, ejemplar. No ha faltado agua ni un momento y ya ha caído la noche. No hay descanso.
"Esto es una vergüenza para mi país"

En la travesía, un húngaro que trae comida a la carretera ha dicho: "Esto es una vergüenza para mi país". También viene caminando una bloguera alemana, Laura Worsch.

-Podríamos hacer más

-Pero acogéis muchísimos más refugiados que el resto de Europa.

-Yo no creo que debamos compararnos con otros. Solo hacer todo lo posible y más.

La gente se va sentando en la cuneta de esta autovía. Una madre viene arrastrando a su hijo descalzo que ya no puede ni llorar. Otro con un carro de supermercado lleva a sus tres criaturas y todo el equipaje.

¿Dónde va a dormir esta columna desposeída? No se sabe.Veinticinco kilómetros y siguen adelante como fantasmas con la única luz de los faros de los coches.

Tal vez ni duerman, porque no son de este mundo, de éste nuestro, que nos venimos abajo por cualquier cosa, o que perdemos la paciencia si el semáforo está verde y el de delante se lo piensa.

De pronto llega una noticia, que corre como la pólvora entre los periodistas. Parece que el Gobierno húngaro ha decidido enviar autobuses para llevar a esta gente a la frontera con Hungría. La marcha se detiene, todos están exhaustos y se echan sobre hierba junto a la carretera. No se fían del Gobierno, pero ya no pueden más. Los más rezagados hace tiempo que dejaron de llegar. Se habrán parado vaya usted a saber dónde.

Algunos discuten y preguntan a los voluntarios de la Cruz Roja que reparten mantas. Parece que un kilómetro más adelante es donde van a recoger a la gente. El fantasma de los campos siembra las dudas, pero no pueden mentirles. Esa vez no; no después de llevar hasta el límite las fuerzas de esta dura jornada.

Si es usted ciudadano de a pie, no sé decirle qué puede hacer desde su casa. Si es usted gobernante, haga algo. No es por ellos, es por nosotros, para saber que podremos mirar a nuestros hijos mañana y decirles que estuvimos a la altura.

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