viernes, 8 de abril de 2011

Las netbooks y la tierra sin mal

 
06/04/11
Por Carlos del Frade

(APe).- -Por primera vez, estamos distribuyendo netbooks en pueblos originarios y es un orgullo para nosotros… Esto es un simple acto de justicia, que se enmarca en la ampliación de los derechos de los ciudadanos que se lleva a cabo desde el 2003 en nuestro país - dijo el ministro de Educación de la Argentina, Alberto Sileoni, al entregar 39 máquinas portátiles en el marco del llamado Programa Nacional Conectar Igualdad, a los alumnos de las comunidades mbyá - guaraní de seis escuelas misioneras. A su lado estaba el gobernador radical kirchnerista, Maurice Closs, empresario hotelero y primer responsable de la muerte de más de quinientos chiquitos que no llegan a cumplir un año, según denuncian las organizaciones de su provincia.

Y la mayoría de esos bebés son hijas e hijos del pueblo mbyá - guaraní.

La noticia dice que el alumno Hilario, también de la comunidad originaria, dijo: “Para nosotros hoy es el comienzo de una nueva historia, agradecemos esta herramienta tan importante que van a recibir los alumnos, porque creemos que es fundamental para el crecimiento y desarrollo de la comunidad indígena”.

No está mal que se distribuyan netbooks entre chicas y chicos de cualquier origen. Eso no se discute.

Sin embargo es preciso tener en cuenta otros elementos.

Porque cuando el ministro de Educación de la Nación dice que 39 computadoras pequeñas “es un simple acto de justicia que se enmarca en la ampliación de los derechos de los ciudadanos”, allí es necesario remarcar que esas mismas garantías que dicen ampliar se han reducido en las comunidades mbyá - guaraníes de Misiones.

Que esos mismos pueblos originarios tienen un proyecto colectivo inconcluso, el aguyje, la llamada tierra sin mal, donde la vida de todos y cada uno estuviera atravesada por la igualdad.

Y la igualdad hoy no forma parte de la vida de los mbyá - guaraníes de Misiones.

Más de quinientos chiquitos se mueren antes de cumplir el año cada doce meses en la riquísima provincia de la tierra colorada.

No hay netbook que repare semejante condena.

En aquellas primeras tradiciones que todavía continúan en el tercer milenio, los que guiaban a las comunidades eran los dueños de las palabras cargadas de belleza.
Los kuaray -aquellos que sabían, aquellos que eran los maestros organizadores- debían decir las palabras de justicia, memoria, plenitud y belleza, tratando de iluminar el camino hacia el aguyje, hacia la tierra sin mal.

Desde hace cientos y cientos de años, el pueblo mbyá - guaraní viene buscando ese lugar de igualdad y hasta ahora no lo ha logrado como la mayoría de los que viven no solamente en Misiones si no también en la Argentina, en general.

Bienvenidas las máquinas computadoras pero están lejos de ser un acto de justicia.

La reparación de las necesidades comenzará el día que aquella suma de chiquitas y chiquitos que ni si quiera llegan a caminar sobre la tierra colorada, sea reducida por políticas estatales que realmente sienta la urgencia de generar hechos de justicia e igualdad.

¿Escribirán las netbooks las palabras de los viejos kuaray?

¿Podrá el señor Mauricio Closs pronunciar las palabras que cicatricen las añejas heridas abiertas de injusticia o mostrará en las maquinistas sus grandes negocios hoteleros?

Los chiquitos mbyá - guaraníes necesitan que alguna vez aparezca la tierra sin mal, ese lugar donde el dolor sea mínimo y la plenitud esté mucho más allá de una conexión a internet.

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Los otros 
05/04/11


Por Claudia Rafael
(APe).- El día en que Ruth Paradies montó sobre el tren en la estación ferroviaria de Berlín supo que su partida ya no tendría vuelta atrás. Tal vez por eso no giró la cabeza para mirar a los ojos de su madre. Tal vez por eso se aferró a otros adolescentes judíos que, como ella, buscaban huir de aquella Alemania nazi hacia un lugar en el mundo que se abriera a su paso como tierra nueva. Y sin imaginar que cuarenta años más tarde, los dictadores argentinos torturarían con más saña a su hijo menor -al que aún no soñaba concebir- por su calidad de judío.

Las migraciones en el mundo han acompañado la historia misma de la humanidad como un sello indeleble. Colectivos humanos que dejan atrás esa patria que los aplasta, los persigue, los hambrea y les alza tantas veces ante los ojos una desbordante opulencia. Con la ñata contra el vidrio, los bienestares de los detentadores de derechos pasan ante los propios ojos con la ostentación de los poderosos.

Fronteras adentro y fronteras afuera de la propia tierra los desarrapados se elevan con celeridad a la categoría definitiva de “los otros”.

Un informe estadístico de la Secretaría de Derechos Humanos bonaerense concluyó que los pobres y los inmigrantes son víctimas de la discriminación en mucha mayor medida que los homosexuales o los enfermos de sida. Encabezan la lista los pobres, con el 67,5 por ciento seguidos por los inmigrantes de naciones limítrofes, con el 48,9 por ciento. Aunque a la hora de medir incidentes concretos el 28,8 por ciento fueron las discriminaciones por el color de la piel; el 27,5 por ciento, por xenofobia y el 21,2 por ciento por nivel socioeconómico. Mucho más abajo en la pirámide aparecen las conductas segregatorias hacia discapacitados, homosexuales y portadores de Hiv.

Cuando Ricardo Bucio Mugica, presidente de la Comisión para Prevenir la Discriminación de México, decía que “la discriminación es una práctica social excluyente que ha sido construída histórica y socialmente” ponía el eje de su mirada en esa categorización entre “nosotros y los otros”. Categorización en la que cabe de lleno la definición de la antropóloga Dolores Juliano cuando plantea que “a todos 1os grupos subalternos se les ofrece la misma falsa disyuntiva: integrarse en la cultura dominante, transformándose en malas copias o mantener su especificidad al precio de
la desvalorización. Esto es inevitable si no se cuestiona la premisa mayor implícita: la validez más elevada de 1os logros culturales de la sociedad receptora”.

El gran interrogante, sin embargo, radica en las responsabilidades del poder en la construcción de esos “enemigos” sobre los que habrá que hacer caer no sólo el peso agobiante de “la ley” sino además en el abono de la mirada de recelo y sospecha de los que todavía “pertenecen”.

Cabe analizar los discursos del poder que propiciaron históricamente la identificación de pobres con delincuentes. Durante los devoradores años 90 hubo varios gobiernos provinciales que ofrecían a comitivas de desocupados el traslado a otras provincias con promesas vanas de trabajo cosechas temporales en tren de combatir la “delincuencia”.

Pero no es necesario ir tan lejos en el tiempo. Porque la mirada sistemática de soslayo que la infancia ha tenido y sigue teniendo tiene directa relación con su expuesta vulnerabilidad. No es casual que los chicos -más aún si son adolescentes- en situación de calle sean ubicados en la categoría de “potenciales delincuentes”. Si bien desde el territorio del derecho se insiste en negar la “criminalización de la pobreza” como práctica actual, sigue constituyendo delito dormir en las calles, asustarse y huir ante la llegada de la policía.

Entonces ¿puede alarmarnos acaso que el 67,5 por ciento de los pobres sean discriminados o que también lo sean el 48,9 por ciento de los inmigrantes? Podríamos darle miradas sociales, políticas o económicas y también podríamos remontarnos a aquellas viejas prácticas de extranjerizar al nativo que tan bien ponían en práctica los colonizadores de estas tierras.

Pero también se podría hacer un salto al 2000 y a aquella tapa de “La Primera”, la revista que dirigía Daniel Hadad, en la que se leía como título central “la invasión silenciosa” sobre la imagen de un joven morocho, de cabello renegrido, labios anchos y desdentado, con una bandera argentina y el obelisco detrás. Y en la que se publicaban frases como “el nuevo inmigrante sería como un insecto invasor y depredador”, “hoy utilizan nuestros hospitales y escuelas, toman plazas y casas, ocupan veredas, y les quitan el trabajo a los argentinos”, “llegan a Buenos Aires a punto de parir y dan a luz en un hospital público” o “como los peruanos comen parados, parte de la comida cae sobre la vereda”.

Y, sin ir tan lejos, se podría viajar en el tiempo a las tomas de tierras en el Parque Indoamericano y al jefe de gobierno, Mauricio Macri, diciendo que la semilla de todos los desmadres arrancaba con la “inmigración desenfrenada”. Y refrendado luego en las coberturas periodísticas: en Canal 9 se utilizó la palabra “intrusos” de “varios de los ocupas, habitantes de la Villa 20 que en gran parte son oriundos de países vecinos”; en Radio Mitre, una periodista planteó que “estoy de acuerdo con que en la Argentina hay una inmigración desenfrenada. Y me hago cargo de lo que digo: acá hay inmigración de baja calidad”.

O, en 2009, a las tierras de Gustavo Posse mientras hacía construir un murallón que frenara “la acción delictiva” de los que vivían más allá del bienestar de los incluidos.
Pobres, inmigrantes, desclasados, excluidos, expatriados, desterrados, expulsados, descartados, relegados, olvidados, perseguidos, vapuleados, segregados, abandonados, vulnerados. Son los condenados de la tierra. Los que no tienen. Los que no poseen. Los que no tienen derecho a reir desmedidamente hasta que el estómago duela de felicidad. Los que persiguen los gobiernos y despechan los integrados. Los que no tienen y golpean las puertas que separan sus pasos de la lejana patria de la dignidad.

Fresas y cereales 
04/04/11


Por Silvana Melo
(APe).- Un pibe de Lugano, de la Villa 21, del Puente Bosch, a orillita misma del Riachuelo, puede desayunar fresas con cereales, comenzar el día con más energía y saltar con estética publicitaria el cerro de basura que es su esquina. La mínima parcela en la que respira plomo y lixiviados tóxicos es parte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La capital brillante del país, el ombligo de estas tierras, allí donde dios abre sus oficinas de lunes a viernes de 9 a 17 y apaga su movistar cuando cae el sol, cuando el frío, el desamparo y los fantasmas se adueñan de todos los espacios y hay que meterse en casa. Con cartones tapando las grietas para que no entre el aire ni el futuro que no promete ser amigo ni compañero.
Los niños que asoman por los pasillos de las villas, a los que les duele la panza de los arrabales, tienen en el Consejo de Derechos de los Niños de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires un espacio amigo que les aconseja qué comer y cómo. Porque, todos saben, la nutrición en los primeros años marca a fuego el desarrollo físico e intelectual. Y si el sueño es saltar de las vías de la Carcova a ser un crack en el beisbol o el kickball, incorporar zanahorias bebé en el almuerzo o dos ramitas de broccoli en la cena y reemplazar la leche con “una raja de queso cheddar”, ayuda. En lugar del exceso de polenta o de fideos con salsa de tomate, que suele ser el terco menú de la gente que abre las puertas de su casa y respira el aire marrón del puerto infectado. 
Es que el Gobierno de la Ciudad, desde su sitio web, despliega su política nutricional infantil desde la mirada de sus dueños ocasionales. Mauricio Macri puede lanzar su campaña electoral parado con una niña morena sobre tres tablas en un basural. Pero su medio natural es otro. Se explica entonces la página del Consejo a la que, hasta el viernes, se accedía en www.buenosaires.gob.ar/veoveo. Dos días después desapareció de la web oficial. Es que se había descubierto que el Consejo de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes, presidido por Beatriz Orlowski, estaba parado sobre una torre de estupidez en el mejor de los casos o de perpetrada intención en el peor. Es decir, ignorando como parte de su política de estado, que unos 30 mil niños de 0 a 5 años viven en capital en situación de pobreza e indigencia, con los derechos brutalmente vulnerados. Invisibilizándolos a los ojos de la infraestructura estatal. Veoveo, que desapareció de Google 48 horas después de su presentación estelar, aconsejaba: “Puedes tener un alimento favorito, pero lo mejor es comer variado. Si comes diferentes alimentos, es más probable que ingieras los nutrientes que tu cuerpo necesita. Prueba nuevos alimentos y vuelve a los que no comes desde hace tiempo. Algunos alimentos, como las verduras de hojas verdes, resultan más agradables a medida que creces. Aspira a comer cinco porciones de frutas y vegetales por día: dos frutas y tres vegetales”. Los niños de las barriadas populares, los que chuequean las villas descalzos, no comen frutas ni verduras por una terquedad cultural de alimentación berreta, eso está claro.
Será por eso que las fuerzas vivas, solidarias y caritativas de la ciudad -encabezadas por Juan Carr, siempre potencial candidato a acompañar a Mauricio en su cruzada por la salvación de la Argentina- suelen elevar Torres del Hambre Cero que muerden el cielo con paquetes de polenta, harina y arroz. Ni fruta, ni vegetales, ni cereales, ni fresas ni zanahorias minúsculas ni queso cheddar.
“Bebe agua y leche a menudo”, aconsejaba sabiamente la efímera página web que se embandera por los derechos de la infancia vulnerada. “Cuando estás realmente sediento, nada sacia más la sed que el agua fría. Existe un motivo por el cual la cafetería de tu escuela ofrece cartones de leche. Los niños necesitan calcio para desarrollar huesos fuertes, y la leche es una fuente excelente de calcio”. También es una quimera para miles de niños de la Ciudad. Tan inalcanzable como el agua fría y potable que nunca aparece en las canillas, que hay que viajar a buscarla cuadras y cuadras o que trae el camión cisterna mucho más de vez en cuando que lo esperado.
Un portal de infancia descubrió, además, que Veoveo no era más que una reproducción -pura técnica copy&paste- de Kidshealth, la web de consejos y servicios de Pediatría de la Empresa "NEMOURS - A Children's Health System"… es decir una prestataria de Servicios Privados de Salud de los Estados Unidos.
La extinta Veoveo será para siempre -a pesar de su vida de mosquito- un emblema del macrismo en su cimiento ideológico. La ciudad es un brillante recorte para pocos. Se gobierna para los niños que aportarán al futuro planificado y no para aquellos que, desde los bordes, amenazarán todo el tiempo -con sus tornillos de herrumbre- la claridad del engranaje.
Por eso, allá por febrero, el subsecretario de Inversiones del Gobierno de la Ciudad, Carlos Pirovano, propuso vender la educación pública. “¿Y si asumimos que la educación pública está muerta y con esa plata le pagamos a los chicos una escuela privada? Le regalamos las escuelas públicas a los maestros que dejarían de ser empleados públicos y podrían ser empresarios. Dejarían de discutir por el salario y se preocuparían por brindar una buena educación y recibir el cheque del gobierno”.
Ni Pirovano ni Veoveo son desatinos ni burradas de oscuros funcionarios inoperantes. Son mosaicos de muestra de una estructura ideológica exclusiva y exclusora. Que sueña con pequeños grupos de privilegio que diseñen un futuro blanco, tranquilo y con pocos. Sin el fastidio escandaloso y morocho de la gente en la calle, sucia de hambre y libertad. A la derecha de las oficinas de dios. Que apaga el movistar cuando anochece y el desamparo asoma brutal, como un monstruo en la ochava.
La construcción del enemigo 
07/04/11
Por Miguel A. Semán
Fotografiar a alguien es cometer un asesinato, 
un asesinato blando, digno de una época triste, atemorizada.
Susan Sontag


(APe).- Jeremy Morlock creció en Alaska entre cazadores de alces y pescadores de salmón. Un lugar donde muchos creen que el diablo, además de negro, debe ser musulmán. Gente que no dudaría en sacar un rifle y matar a un inmigrante pero que piensa que un embarazo producto de una violación puede ser un designio divino. Entre esos hombres y esas mujeres Morlock era un chico con problemas. No porque no compartiera sus principios, sino porque tal vez le resultaban una carga demasiado pesada. Lo cierto es que se drogó, se emborrachó todo lo que pudo y salió cada día a la ruta sin registro y listo para dejar a alguien inválido y escapar. En diciembre de 2009 su mujer lo denunció por haberle producido quemaduras en el cuerpo con la brasa de un cigarrillo. Un mes después, con apenas 21 años, viajó a Afganistán a perseguir talibanes.


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